Josef Koudelka regresa a las calles de Praga
Una muestra reivindica al gran retratista de la revuelta checa contra el totalitarismo, en su 50 aniversario
Si Josef Koudelka hubiera caído por algún lugar en conflicto hace un año, no lo habría inmortalizado con su móvil, ni habría salido huyendo en coche. Es de los que se resisten a la tecnología, y nunca se ha comprado un vehículo ni un televisor. A sus 80 años, el fotógrafo ha sobrevivido y pasado a la historia gracias a otros recursos. Cuando en 1968 le tocó dar testimonio de la invasión soviética de Praga, le valieron sus ojos y unas piernas propias de su paisano moravo, el plusmarquista Emil Zátopek, para salir corriendo y poner a buen recaudo el material, protegido por una multitud cómplice.
Fue hace medio sigo, tal día como hoy, 21 de agosto, cuando los tanques soviéticos entraron en Praga, y Checoslovaquia hacía de nuevo cuentas retorcidas con los años caídos en ocho. En 1918 se proclamó la independencia de un país que hoy no existe. En 1938, los nazis lo ocuparon en el primer aviso expansionista. Diez años después, la nación centroeuropea basculó hacia el Este y quedó del lado de Stalin para proseguir con el yugo de otra dictadura.
Cuando muchos en 1968 dijeron no y el entonces presidente, Alexander Dubcek, quiso responder a las ansias de libertad de su pueblo, las aceras y los raíles de la ciudad temblaron con la entrada de los tanques. Quedaban aplastadas así las reformas de la Primavera de Praga. El correctivo masacró las esperanzas de un pueblo que se fracturó internamente y sufrió un trauma que dura hasta el presente. Ni siquiera el hecho de que aquello fuera el comienzo de un desmoronamiento con fecha de caducidad consuela hoy a los checos. La represión, la vuelta al frío y a las tinieblas sentó peor.
Ahí estaba, no obstante, Koudelka. Pero nadie se atrevía a pronunciar su nombre. Robaba las instantáneas con la precisión de un cirujano y las salvaba como un bandido. Había dejado sus estudios de ingeniería y coqueteado con el teatro. Hoy, es el único fotógrafo checo que ha ingresado por derecho en la agencia Magnum. Pocos conocían que las imágenes tomadas a la multitud que increpaba los tanques eran suyas. Fueron publicadas un año después, con las iniciales PP (Prague Photographer).
Tuvieron que imponer su identidad de testimonio a la misma negativa del autor. Koudelka puso por delante la seguridad de los suyos dentro a la gloria que pudiera vivir él mismo fuera. El miedo le había vuelto tan precavido que dos años después, ya exiliado, distraía posibles represalias a familiares, amigos y cómplices, sin aceptar que eran suyas. Una de ellas fue la historiadora Anna Fárová, clave en el entramado. Se trata de la mujer que logró sacar los negativos posteriormente distribuidos por Magnum en Occidente.
El método de los días negros le obligó a jugarse la vida. Salía a la calle y cuando no se subía a un tanque para arengar, se ponía delante para disparar su cámara Exakta Varex.
Desde que huyó de su país, Koudelka ha convertido en leyenda su vocación vagabunda. Se mantuvo así más de una década, sin propiedades ni pasaporte; cuando las autoridades británicas catalogaron su procedencia como de “nacionalidad incierta”. Dormía donde le sobrevenía el cansancio, pero hoy afirma que jamás se sintió solo por el camino. Constaba en los papeles en absoluta concordancia con otro checo, que es también moravo errante: Milan Kundera. No en vano es autor de un título al que ambos se adscriben en pura complicidad: La insoportable levedad del ser. Es el reverso absolutamente complementario de Koudelka. El fotógrafo retrató cuerpos, calles tomadas y vacías, la maquinaria represiva, el ardor temeroso de la multitud. Kundera, el alma de todo aquello con su escritura clarividente.
Más tarde, como el autor, también consiguió la nacionalidad francesa, pero hoy, al contrario que Kundera, no reniega tanto de sus orígenes. Hasta el 23 de septiembre, el Museo de Artes Aplicadas de Praga lo reivindica como héroe nacional en la exposición Retornos. El hijo pródigo regresa a Praga en su condición de mito.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.