_
_
_
_
De festival en festival | Circuit (Barcelona)
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ahora soy libre

En el Circuit veo abrazos larguísimos, sentidos, veo largos besos con ojos cerrados, un tío acorrala a otro contra una pared. Se tocan. El de delante gira la cabeza. Se besan

Fiesta Brutus en el Circuit.
Fiesta Brutus en el Circuit.Tarek Del Moreno
Más información
Lujo, mentiras y Fran Rivera
“Tenemos planeado decrecer”
Medusa Sunbeach: la ciudad de los niños perdidos

Pensé que a medida que me acercase al final de mi tour enloquecedor/sobredosis de festivales y festejos, mi capacidad de fascinación se iría mermando, pero, sorprendentemente, cuando llego a Barcelona estoy tan pasada de vueltas, tan absolutamente agotada (el Sonorama, la zarzuela, la lluvia de perseidas en Pinilla del Olmo, David Guetta, dos perros enormes de San Vicente do Mar y Antonia Dell'Atte desmayada bailan en mi cabeza, en una especie de delirium tremens), que hay una nitidez en la mirada que lo impregna todo. Si he adquirido algún poder a lo largo de esta semana es el de saber estar en lugares con total tranquilidad, el de poder sentirme a gusto en cualquier sitio, por muy fuera de lugar que esté. Y en Brutus, la fiesta leather del festival gay barcelonés Circuit, realmente lo estoy. ¿Qué hace una mujer sobria, desmontada de cansancio, en una fiesta en la que hombres cuasidesnudos (arneses, pistoleras de cuero, suspensorios, sudor, músculos, no músculos, pelo, no pelo, 19 años, más de 70, tatuajes, no tatuajes) bailan hasta la extenuación? Por lo visto, emocionarse casi hasta las lágrimas.

Si tuviese que definir lo que me ha parecido la fiesta con un solo adjetivo, este, sorprendentemente, sería "dulce". Qué gilipollez, pensaréis. Pero así es. Veo abrazos larguísimos, sentidos, veo largos besos con ojos cerrados, un tío acorrala a otro contra una pared. Se tocan. El de delante gira la cabeza. Se besan. ¿Me he convertido en un pajillero entre los arbustos? Es probable que sí. Pero la fiesta de Dirty Dancing resultaría más obscena que esto que ahora mismo veo. Cuando la intensidad de la música sube, y todos alzamos nuestros brazos, varios cuerpos resbalan contra el mío y me doy cuenta de que, antes que una única tía entre cientos de tíos, soy la única persona con camiseta (con camiseta cubierta de sudor de otros). Estos tipos han venido aquí a bailar, a hablar, a mirarse, a caminar por la calle de la mano, a pasar unas vacaciones, y a hacer todo aquello que unas buenas vacaciones conllevan. Algunos follan desaforadamente, otros se enamoran, otros simplemente hacen amigos. Muchos de ellos -y esto es un dato importante- vienen de países en los que muchas de esas cosas no les están permitidas, bien sea por ley o por tabú social. Circuit significa, simplemente, pasar unas vacaciones normales, en las que poder coger a otro hombre de la mano y caminar, en las que poder gesticular sin reparos, en las que poder hablar de un antiguo amor. Por supuesto, no todo es cuero y tíos en Circuit. Hay fiesta de la espuma, hay Circuit lésbico, hay fiestas en las que todo el mundo se mezcla (y todas, por supuesto, están abiertas a todo el mundo), hay jornadas de performance y de dibujo en vivo.

Hacia el final, reconozco una cara. Arnés, pecho desnudo, la sonrisa de quien acaba de salir de un lugar muy jodido y no se puede creer que esté fuera: un conocido, un antiguo amante, con el que la cosa perdió totalmente el sentido por razones obvias. Recuerdo insinuárselo, recuerdo su enfado, su cierre en banda. Ahora nos sonreímos muy intensamente, como dos viejos conocidos que sabían que algún día se encontrarían en estas circunstancias. Nos damos un abrazo repleto de sudor y casi se le saltan las lágrimas. No puede hablar. Le digo que me alegro muchísimo, que me alegro de verdad. Con el rostro tembloroso, solo acierta a decirme: "Ahora soy libre". Me río y le digo que pare, que la cosa se está poniendo muy intensa y estoy un poco floja de la paliza de festivales.

Vuelvo a casa en moto con Teseo, responsable de comunicación del festival. Barcelona está absolutamente vacía, preciosa, y recorremos las calles muy lentamente, con la conversación amortiguada por los cascos, lo que potencia la sensación de irrealidad. Yo estoy desbordada, contándole sin pudor lo que he sentido perdida entre la masa de cuerpos sudorosos, los besos que he visto, lo que he pensado. "Una vez", me cuenta "vi cómo uno de los asistentes a Circuit se desmayaba por un ataque de asma. Lo ayudé a llegar a su hotel, rebusqué entre sus cajones, encontré su inhalador, se lo di, y estuvimos horas hablando allí tumbados. Era un tipo enorme, de ciento y pico kilos. Me dijo que había venido a Circuit a buscar el amor".

Teseo me deja en la intersección de Carrer Nou de la Rambla y Blai. La ciudad está en silencio. Se oye algo en un bajo. Veo, desde una ventana, a dos figuras indeterminadas que hacen, en una cama, algo que no consigo ver del todo. Aspiro muy fuerte el aire de la noche y pienso que he terminado el tour. Y que soy libre yo también.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_