‘Freespace’ en Venecia
La Bienal, en esta edición, se centra en la idea de generosidad, en esos espacios que la arquitectura logra ofrecer y de los que cualquiera tiene derecho a beneficiarse
Hoy, menores son separados de sus familias y encerrados en campos de concentración en Estados Unidos porque sus padres buscaron refugio ante condiciones económicas o políticas cruzando ilegalmente fronteras entre Estados. Desde el 2015, 8.500 personas se han ahogado en el Mediterráneo buscando refugio en Europa. De los que logran llegar, muchos terminarán en ciudades refugio, un eufemismo para campos de concentración que se dicen humanitarios. El 24 de mayo, mientras se abría para la prensa la 16º muestra de arquitectura de la Bienal de Venecia, un grupo se manifestaba frente a las puertas de la exhibición con carteles de la Assemblea Sociale per la Casa de Venecia. Mientras la élite arquitectónica mundial, y muchos miles más que los acompañamos llenando todos los Airbnb de la ciudad, prometía reflexionar sobre lo que es el freespace, tema de esta bienal, los manifestantes exigían que se pensara también acerca de los efectos del turismo masivo, de la vivienda dedicada exclusivamente a la renta temporal, de la gentrificación y de la expulsión de habitantes locales que esto provoca.
Cuando Shelley McNamara e Yvonne Farrell, directoras de esta edición de la bienal, propusieron el freespace como tema hablaron repetidamente de la idea de generosidad, de esos espacios que la arquitectura logra ofrecer y de los que “cualquiera tiene derecho a beneficiarse, tenga que ver con propiedad o simplemente disfrutando la presencia de un muro o un arco”. Las arquitectas, antes que detenerse en minucias que algunos llamarán conceptuales, atacaron al edificio mismo donde se exhibe parte de la muestra: la Cordelería, larguísima construcción a la que quitaron tapias que bloqueaban ventanas dejando entrar de nuevo la luz, uno de esos elementos generosos que nos revelan el espacio —palabra, dicho sea de paso, que por primera vez aparece en el título de una bienal en Venecia—. Algunos se regocijaron de que esta fuera una bienal de arquitectos y de arquitectura —otras habían pretendido ser demasiado abstractas, conceptuales o, peor, políticas—. Ahora los arquitectos podrían mostrar el puro poder espacial de una columna, de un muro o de una ventana y lo que hacen. No importa si quien los ve y disfruta no puede pagar la renta, duerme en la calle o en una jaula.
En Venecia se presentan fotografías o maquetas a escala de obras arquitectónicas, también instalaciones o reproducciones de partes de edificios a escala real y hasta 10 pequeñas capillas diseñadas ex-profeso para dicha exhibición por encargo del Vaticano. Hay proyecciones, dibujos obsesivamente detallados e investigaciones sobre la escala de las cosas, como en el pabellón suizo, que ganó el León de Oro, sobre los muros que aún separan territorios nacionales, como en el alemán, o el simbolismo del cambio de ocupante ilegal a propietario en un acto político, como en el pabellón chileno. Los ingleses se tomaron la libertad de dejar vacío su pabellón y de rodearlo de andamios para construir una terraza, vacía, sobre este. El pabellón de los Estados Unidos, Dimensiones de la ciudadanía, presentó diversos trabajos en los que a distintas escalas se investigan las relaciones entre el espacio, el lugar, la arquitectura y el sujeto como ciudadano libre. El pabellón mexicano intentó, con elegancia pero poco éxito, mostrar las relaciones entre un territorio dado y la arquitectura que ahí se desarrolla.
También se exhibió, entre tantas cosas, un fragmento de la fachada de Robin Hood Gardens, el conjunto de vivienda social en Londres diseñado por Peter y Alison Smithson que hoy se demuele para dar lugar a vivienda de mayor costo y, probablemente, menor calidad arquitectónica. Algo que señalaban los manifestantes de la Assemblea Sociale: lo que para unos es objeto de apreciación estética —las ruinas de un conjunto de vivienda— para otros más es una realidad: el ejemplo de que eso que hoy la arquitectura tiene para ofrecer generosamente, el freespace, solo es gratuito de manera abstracta y acaso utópica.
Alejandro Hernández Gálvez es profesor de arquitectura y editor de la revista mexicana Arquine.
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