_
_
_
_
Corrientes y desahogos
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El ocaso de la eminencia

¿Qué resuena, nos asombra o nos da sombra hoy precisamente mediante su altura?

Los niveles del horizonte han estabilizado una misma elevación sobre la que reposa nuestro actual caudal de creatividad, nuestro fast and furious mental o nuestro índice de velocidad e intercambio.

Atravesamos por una época en que lo urgente y cuantioso priva sobre la mejor calidad y sobre su posible textura, hoy impotente o revoltosa.

El desarrollo democrático en su versión más perversa ha venido a comportarse como una cosechadora igualitaria hasta lograr que parezca el sembrado como una interminable planicie de igual, mejor y peor. De confín a confín del mundo no hay ya sabios ni monumentos eminentes sino escuelas y universidades de prestigio; no hay líderes sino mostrencos vestidos de carnaval nacional.

Desde hace medio siglo, por lo menos, este latifundio mundial en el pensamiento y el arte, en los crímenes y en la ambición, han cambiado el technicolor de la parcela admirable en una monótona y gigantesca plantación.

Ya pues toda esa época y su mundo orondo han perdido su cara particular para uncirse a una misma carreta cuya visión obstaculiza su deseable horizonte. Poco a Poco la sociedad ha perdido así la imagen de sus hitos más ejemplares para plasmarse en una postal cuya visión emborrona aún más la indiferencia de alturas.

Todos los elementos sagrados de ayer yacen moribundos y también medio difuntos los ensoñados confites por los que se llamaba a combatir. Venir. En el interregno no hay reyes. Hay bufos, pederastas o impostores con sus figura de yeso.

¿A dónde asirse pues para no atontarse más? ¿De qué fe valerse para no resbalar? La respuesta se halla en las mismas generaciones que antes dejaron la huella de sus talones sobre los lodos del solar. Antes era la queja de la soledad en medio de nuestra sociedad orteguiana. Después fue La muchedumbre solitaria de David Riesman, Nathan Glazer y Reuel Denney en 1950, cuando la masa se había apelmazado ya. Ahora, la muchedumbre embarazada. Su interior se ha convertido en vecindario y su personalidad es la marca blanca de encarar el desayuno.

Allanados por la planicie, familiarizados con el desierto, ni en la seca política ni en la intelectualidad abrasada siquiera se llega ya a sentir sed. El mundo es lo que es. Estos son los datos. Hoy por hoy son los que se perpetuan.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_