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La mejor arquitectura española no está (sólo) en España

La Bienal de Arquitectura y Urbanismo apunta a la reconversión energética, la reparación y la exportación como claves de crecimiento

Anatxu Zabalbeascoa

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Escuela de Cine. Universidad de Silesia. Katowice (Polonia) de BAAS Arquitectes.
Escuela de Cine. Universidad de Silesia. Katowice (Polonia) de BAAS Arquitectes.Adrià Goula

En lugar de demoler la antigua fábrica de bombillas de Katowice, como indicaban las bases del concurso para la Escuela de cine de esa ciudad al sur de Polonia, el arquitecto Jordi Badía optó por rescatarla, actualizarla y darle una nueva vida. El jurado valoró la propuesta, anónima, como “la más polaca” de las presentadas. Además de ser uno de los 23 premiados en la XIV Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo, expuestos en los Jardines de Pereda de Santander, hasta el 19 de agosto, el edificio ha acumulado tres galardones locales, entre ellos el que concede la Asociación de Arquitectos Polacos.

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La escuela lleva el nombre de uno de los directores de cine más conocidos de Polonia, Krystof Kiéslowski, popular internacionalmente por la trilogía de los colores Azul, Blanco y Rojo. Levantada con ladrillo en el perímetro del solar para envolver un patio, la facultad también cuida la memoria colectiva a la que pertenece Kiéslowski. Por eso el inmueble habla tanto de apuesta plástica y construcción urbana —“todo en la ciudad está oscurecido por las minas de carbón de Silesia, explica Badía”— como de la humilde, pero certera, reinvención de la arquitectura cuando ésta es capaz de convertirse en una capa más para formar parte de una ambición mayor.

La arquitectura, que durante siglos se ha redefinido para asumir retos técnicos o indagar en ámbitos creativos, orienta ahora sus desvelos hacia la mejora y el cuidado de la vida en las ciudades. Dirigida por los arquitectos sevillanos José Morales y Sara de Giles, esta Bienal ha valorado tanto lo macro como lo micro. Entre lo grande, el desarrollo urbano de Ponteareas, (Pontevedra), trazado por el estudio MMASA, o la “calle-plaza” de Bosch Capdeferro para conectar el Carmel barcelonés con los barrios vecinos. Pero ha sido lo pequeño, los rincones en los patios del Centro de día que Oscar Miguel Ares proyectó en Aldea Mayor de San Martín (Valladolid), lo que se ha juzgado en esta ocasión por encima de grandes obras firmadas por nombres sobresalientes de la arquitectura española. Así, el Estadio Wanda Metropolitano de Antonio Cruz y Antonio Ortiz o el Edificio Caixaforum Sevilla, de Guillermo Vázquez Consuegra, han engrosado la lista de finalistas pero no han resultado premiados en una edición que parece haber privilegiado la necesidad de apuntar una vía de futuro por encima del aplauso a lo que ya se sabe que está bien.

Así, esta Bienal apunta a un futuro basado en cuatro pilares. El primero es el reconocimiento de que para la arquitectura no debería haber obras menores, como en El Carmel donde el ancho de una acera puede mejorar la vida de los ciudadanos. El segundo, la necesidad de construir edificios energéticamente responsables: buena parte de los proyectos —de las viviendas sociales en Formentera de Carles Oliver, Antonio Martín, Joaquín Moyá y Alfonso Reina a las Casas de Corcho de López Rivera en Llafranch— tiene certificación energética A, la más alta. Un tercer punto amplía la idea de sostenibilidad extendiéndola a la cultura y la memoria con la recuperación de hitos arquitectónicos muy deteriorados. En esta categoría, la restauración de la vivienda que Ramón Vázquez Molezún construyó en 1967 sobre las ruinas de una fábrica de salazón en Bueu (Pontevedra), sufragada por crowdfunding, destaca en un tiempo en el que tanto patrimonio moderno se está perdiendo por falta de protección, conocimiento o desidia. El cuarto punto une los anteriores —la convivencia, la sostenibilidad y la reparación— y lleva a la mejor arquitectura española —un 25% de los proyectos ganadores— a destacar en el extranjero.

La convivencia, la digestión del paso del tiempo y la necesidad de reparar y reconducir la disciplina definen los 23 proyectos premiados. Puede que pocos resuman mejor esa apuesta que la Estación Alcázar Genil del metro de Granada, donde el desaparecido Antonio Jiménez Torrecillas hizo convivir los restos de un palacio musulmán con las necesidades del metro contemporáneo. Que el pasado y el futuro coexistan desde el respeto y la osadía, y no desde el enfrentamiento, es una clave que define lo mejor de Europa. Atravesamos un momento clave para decidir qué país queremos ser. La arquitectura ya ha empezado a dar ideas.

¿La austeridad convertida en estética?

Aunque es cierto que muchos de los edificios premiados comparten una estética basada en la escasez de medios, la moda de lo povera generaría desconfianza si no fuera tan cabalmente sostenible y económica. Basada en el conocimiento, indica que la tradición puede ir asociada a la técnica tanto en los proyectos más humildes como en los firmados por las grandes empresas, como IDOM, en su premiada Ampliación de la Universidad Alioune Diop en Diourbel (Senegal). Esa estética indica además que en lo escaso hay espacio para lo artístico y que para sobresalir un edificio necesita ser más necesario que llamativo.

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