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Crítica | La cámara de Claire
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La fotógrafa mágica

Hong Sangsoo parece seguir lidiando con las secuelas del terremoto íntimo que ha supuesto su relación con la actriz Kim Min-hee

Jung Jin-young e Isabelle Huppert, en 'La cámara de Claire'.
Jung Jin-young e Isabelle Huppert, en 'La cámara de Claire'.

LA CÁMARA DE CLAIRE

Dirección: Hong Sangsoo.

Intérpretes: Isabelle Huppert, Kim Min-hee, Chang Mi-hee, Jung Jin-young.

Género: comedia. Corea del Sur, 2017.

Duración: 69 minutos.

“La única manera de cambiar las cosas es mirarlo todo muy lentamente”, dice el personaje de Isabelle Huppert en La cámara de Claire, una película en la que Hong Sangsoo parece seguir lidiando con las secuelas del terremoto íntimo que ha supuesto su relación con la actriz Kim Min-hee. Lo hace, eso sí, en una clave aparentemente más juguetona y ligera que la que caracterizó a la precedente En la playa sola de noche (2017), aunque, como siempre en la poética del coreano, la apariencia de sencillez encubre un sugestivo juego de fugas y bifurcaciones narrativas. Huppert, que fue triplicada por Sangsoo en la espléndida En otro país (2012), da vida aquí a una profesora y fotógrafa aficionada que recorre Cannes durante la celebración del festival de cine y que, en sus ociosos paseos, acaba encontrándose sucesivamente con tres personajes: un director coreano, la responsable de su oficina de prensa –y pareja sentimental de este- y la joven empleada que, tras pasar una noche con el cineasta, acaba de ser expeditivamente despedida de su trabajo. “Si te saco una foto, ya no volverás a ser la misma persona”, apunta también el personaje de la Huppert, aportando una posible clave de interpretación para lo que tanto podría ser un cuento fantástico como una comedia de los errores ambientada en una realidad frágil, incierta e inestable.

Con su caligrafía minimalista y ese empeño, mucho más juguetón que hermético, por no marcar los tiempos en que sucede la acción, Sangsoo parece utilizar aquí la ficción como una suerte de mágico bálsamo reparador, aplicado a los vértices de un desigual triángulo. ¿Es esta mujer armada con una cámara polaroid una suerte de encarnación feérica o una versión de Mary Poppins venida a reparar una crisis de desamores? Como siempre, el relato avanza de un diálogo aparentemente trivial a otro hasta que van apareciendo sutiles brotes de desconcierto: la fotografía tomada al personaje de Kim Min-hee en una fiesta, que incomoda al director y su agente de prensa y que, de hecho, en el conjunto del relato encarna una paradoja, el recurrente perro descansando en la acera, el instante en que la cámara se abisma en una pintura mural como interrogando al espectador por el componente de extrañeza que han visto en ella sus personajes…

Renuente a filmar la gran obra, Sangsoo sigue explorando la fusión de cine y vida camuflando la complejidad de ligereza.

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