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Macron entra en la pista de baile

El Elíseo acoge esta noche varios conciertos de electrónica para reconocer la proyección internacional de los músicos franceses

Álex Vicente
Actuación de niños en el recinto del palacio del Elíseo, en junio de 2014.
Actuación de niños en el recinto del palacio del Elíseo, en junio de 2014.ALAIN JOCARD (AFP / Getty Images)

El Elíseo se transformará esta noche de jueves en pista de baile. Con ocasión de la fiesta de la música, un invento francés exportado a 120 países desde su primera edición, en 1982, Emmanuel Macron y su esposa Brigitte se convertirán en anfitriones de una noche consagrada a la música electrónica. Actuarán en ella artistas vinculados al llamado French touch, la escuela francesa de house que triunfó en el mundo durante el cambio de milenio de la mano de grupos como Daft Punk, Air, Mr Oizo o Justice. 1.500 personas asistirán a esta fiesta tras hacerse con una invitación en la web del Elíseo, en la que las entradas se agotaron en cuatro horas.

Que el clubbing sea invitado a la sede de la presidencia es un gesto sin precedentes, que no parece gratuito para un líder tan atento a los símbolos como Macron. En realidad, no es la primera vez que sucede. Durante la pasada ceremonia militar del 14 de julio, una fanfarria de la guardia republicana interpretó distintos éxitos de Daft Punk, como One more time y Get Lucky, frente a un sonriente Macron, en lo que se convirtió en uno de los primeros fenómenos virales de su presidencia. Puede que aprendiera una lección. Quedar asociado a la música electrónica le permitía reforzar el mensaje de cambio, modernidad y juventud que suele vehicular su discurso. También la idea de disrupción, concepto central en su retórica. En comparación, François Mitterrand invitaba al Elíseo a cantautores como Julien Clerc. Y Jacques Chirac, a figuras de la variété francesa como Véronique Sanson. “No hay que hacer una exégesis”, responde una portavoz del Elíseo. “Es un reconocimiento de un estilo musical en el que hay artistas franceses mundialmente reconocidos, que contribuyen a reforzar nuestra proyección cultural. Es una manera de subrayar su importancia”.

Entre los invitados figura Kavinsky, conocido por el tema Night Call, de la banda sonora de la película Drive; Kiddy Smile, cuya música suele servir de fondo musical en las competiciones de voguing, esa coreografía sincopada surgida de la escena LGTB en los ochenta; o Busy P., nombre artístico de Pedro Winter, primer representante de Daft Punk y jefe del influyente sello Ed Banger. Cuando recibieron la invitación, no dudaron en aceptar. “No todos tenemos las mismas opiniones políticas, pero esto es una fiesta y no un mitin”, dice Winter, a quien el Elíseo encargó la programación musical. “Es un gesto que termina con veinte años de demonización de la música electrónica en toda Europa. Es importante que sea reconocida y deje de estar estigmatizada”, afirma Winter. En 1990, Margaret Thatcher prohibió las congregaciones de “música repetitiva” para evitar desmanes ante el apogeo del éxtasis. Las raves electrónicas se exiliaron a Francia, donde el estilo adoptó voces robóticas y samples de música disco. Tres décadas después, las instituciones saludan su labor en términos de soft power, ese poder blando con el que se mide la influencia cultural de un país en el mundo.

Pese a todo, es difícil no detectar en este gesto un nuevo uso estratégico de la cultura. “Ese no es mi problema”, responde Cézaire, otro de los invitados, heredero del French touch e inscrito en sonoridades próximas al funk y el hip hop. “Yo no acudo por Macron, sino por el movimiento al que represento. Voy a tocar por la República y no por el Gobierno. Para un francés, entrar en el Elíseo es algo excepcional”. Tampoco Chloé, una de las DJ más solicitadas de esta escena, dudó en aceptar. “Se han necesitado más de dos décadas para que la música electrónica sea reconocida como un estilo con todas las de la ley. Es una música que he conocido a través de las raves y de las fiestas gais en Francia, que han tenido un papel importante en la afirmación de las minorías sexuales. Ir a tocar al Elíseo también es afirmar lo que significa este movimiento”, añade la antigua DJ residente de Pulp, mítico club lésbico de París que cerró en 2007.

Macron no es el primero en sacar este as de su manga. En 1997, la victoria electoral de Tony Blair dio por inaugurado el periodo Cool Britannia, aquellos años de euforia a los que el brit pop puso banda sonora. Poco después de ganar las elecciones, Blair invitó a Noel Gallagher, de Oasis, al 10 de Downing Street y llegó a compartir gin tonics con Damon Albarn, de Blur. Barack Obama, otro experto en acercarse a todo lo que huele a cool, escogió a Beyoncé para entonar el himno nacional durante su inauguración de 2013. Tres años después, invitó a grupos de hip hop como De La Soul o The Roots a actuar en la Casa Blanca. Por su parte, el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, suele compartir sus canciones favoritas en la plataforma Spotify, entre las que figura su compatriota Drake.

¿Por qué Macron escogió la electrónica? Stéphane Jourdain, autor del libro French touch (Castor Music), que revisa la historia del movimiento, observa una correlación entre este estilo y la doctrina económica del presidente. “El DJ es el trabajador autónomo de la música. Es alguien que opera solo en su rincón. Y también es un símbolo de la Francia que tiene éxito en el extranjero, que no teme a la competencia ni a la globalización”, explica. Lejos de sus orígenes en territorio estadounidense, donde la electrónica surgió de la mano de la comunidad afroamericana de Detroit y luego se expandió en clubes homosexuales, en Francia tuvo un perfil menos político. En los noventa, sus principales exponentes surgieron en ciudades adineradas como Versalles o barrios acomodados de París. A riesgo de generalizar, eran jóvenes de izquierdas que procedían de familias de derechas. “La suya fue una transgresión digerible, que ha terminado siendo asimilada. Hoy es un estilo aceptado por todo el mundo”, añade Jourdain.

Casi nadie cree que Macron escuche electrónica en la intimidad. “Solo ha debido de escuchar a Daft Punk, pero le vamos a hacer descubrir otras cosas”, promete Winter, que se ofrece para prepararle playlists a medida que pueda escuchar en el avión presidencial. Un cuestionario publicado durante la campaña de 2017 elucida este misterio. Preguntado sobre sus gustos musicales, Macron señaló a sus tres vocalistas favoritos: Charles Aznavour, Johnny Hallyday y Léo Ferré. “Asumo tener gustos muy clásicos en este terreno”, confesó. Aunque eso, en términos de comunicación política, importe más bien poco.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.
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