Tener gracia y ser un gracioso
En su desarrollo se impone, en particular en su primera mitad, un exagerado sentido de la comedia como jarana egocéntrica y subrayada
EL MUNDO ES SUYO
Dirección: Alfonso Sánchez.
Intérpretes: Alfonso Sánchez, Alberto López, Carlos Olalla, Mari Paz Sayago.
Género: comedia. España, 2018.
Duración: 92 minutos.
En un diálogo de El mundo es suyo, segundo largometraje de Alfonso Sánchez, secuela indirecta y perpendicular de El mundo es nuestro (2012), de semejante espíritu cafre, aunque con distintos personajes, los dos protagonistas se ven empequeñecidos ante la embestida vocal de un taxista que reflexiona sobre la diferencia entre tener gracia y ser un gracioso. Fina línea quizá indistinguible para buena parte de la humanidad, pero no para los de Cádiz y los de Sevilla, que por ahí van los tiros, y para la mayoría de sus alrededores andaluces.
Frente al cliché foráneo “¡qué graciosos son los andaluces!”, mentira podrida a la que también juega la película, ya sean de Cádiz, de Sevilla o un esaborío de Jaén, siempre se podrá deslindar la fina ironía del chiste grueso, y, sobre todo, la comicidad sutil que sale de dentro como el que no quiere la cosa de las ansias desmesuradas de que el público, ya sean tres en la barra del bar o la platea llena de un cine, ría las ocurrencias de un bufón. Y el problema es que frente a las variadas virtudes de El mundo es suyo, que no son pocas, también se impone, en particular en su primera mitad, un exagerado sentido de la comedia como jarana egocéntrica y subrayada, frente a la gracia natural, que también la tienen, de Sánchez y Alberto López, su habitual compadre.
La pareja de cómicos ha pasado del posibilismo de Internet y de la modestia económica de El mundo es nuestro a una producción con presupuesto más holgado, de mayor empaque formal, que, una vez más, destaca por la fantástica visión de los ambientes sevillanos, de abajo arriba, de las 3.000 viviendas a la comunión del niño con capea y coro rociero, y por el estupendo retrato de unos personajes muy reconocibles, del yonqui con la camiseta del Betis al pijo de la gomina, la bandera de España en el cinto y los zapatos castellanos, con palos para todos. Historia de corto recorrido temporal, apenas 24 horas, con ecos de ¡Jo, qué noche!, pero con espíritu de relato picaresco, de la Sevilla del Siglo de Oro a la del nuevo milenio, sin apenas cambios en su golfería, El mundo es suyo es también una película plena de valentía en tiempos de corrección política, capaz de reírse con (y no de) buena parte de las minorías desfavorecidas de la sociedad española contemporánea.
Sin embargo, frente a sus aptitudes, hay en ella una rémora excesiva de otras películas —la estructura, y hasta la secuencia narrada a base de fotografías de la juerga, está calcada de Resacón en las Vegas—, y, sobre todo, esa falta de control sobre el chiste, más gritado que soltado, más enfatizado que lanzado con sutileza y el que lo pille para él. Instantes en los que la película está más cerca de ser graciosa que de tener gracia.
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