Domenico Starnone: “Los hombres tenemos cada vez más dificultad para relatarnos”
'Ataduras' reabre el enigma sobre la relación de este autor con la ficción de Elena Ferrante
La cita en Roma tiene lugar en una pastelería de barrio próxima a la plaza de Bolonia, a principios de mayo. Ese lugar sin rimbombancia ni historia, perfectamente corriente y anónimo, parece agrandar el misterio que rodea al escritor Domenico Starnone (Nápoles, 1943). Al fin y al cabo él sostiene que lo superfluo no existe: "Lo banal es la superficie a la que nos hemos acostumbrado, pero si uno rasca, aparecen cosas increíbles. Lo banal es un modo de no contar, de aparcar las cosas. El trabajo de un escritor es mostrar que lo obvio no lo es tanto". Los detalles importan en literatura y resulta difícil olvidar esto al entablar una conversación con Starnone, recién llegado de un viaje de promoción por EE UU con Jhumpa Lahiri, su traductora al inglés.
Ganador del Premio Strega en 2001, Starnone se muestra discreto, reflexivo y paciente, como el buen maestro de escuela que fue durante 30 años. Sacó su primer libro a los 42 años y es autor de una veintena de novelas, además de guiones, obras de teatro y artículos. En su primera novela traducida al español, Ataduras, el detalle nimio son los cordones de un zapato de niño, los hilos que tiran hasta recomponer una familia rota. "En el mundo civilizado se tiende a pensar que hay recursos como el psicólogo para arreglar las cosas. Lo que dice este libro es que nada se arregla. El dolor es el dolor, y cuando no hay manera de contenerlo se reacciona con rabia".
“Yo no soy Ferrante. Sería demasiado fácil ser ella por haber escrito 19 páginas en las que una mujer se lamenta”
El misterio que ronda a Starnone tiene nombre de mujer y, transcurrida una hora de entrevista, él mismo lo pronuncia enfáticamente: “Yo no soy Elena Ferrante. Sería demasiado fácil ser ella por haber escrito 19 páginas en las que una mujer se lamenta”. Su afirmación trata de zanjar las comparaciones que la crítica italiana y anglosajona ha hecho entre la primera novela de Elena Ferrante, Los días del abandono, y Ataduras. La obra de Ferrante la protagoniza una mujer en la treintena abandonada por su marido y madre de dos hijos que narra su calvario; la de Starnone arranca con las nueve cartas que a lo largo de un par de años una madre de dos niños, también treintañera, le dirige al esposo que la ha dejado. “Es una historia sobre una falsa reconciliación con 19 páginas que hablan de la desesperación de una mujer. También habría podido copiar Medea. Este tema tiene una larga tradición que solo el gusto chismoso de la prensa reduce a su conexión con Los días del abandono”, insiste. En Ataduras Starnone ensambla otras dos voces en una poliédrica historia familiar. “Hay tres voces independientes, tres libros que podrían ser leídos por separado. El experimento ocurre en la cabeza del lector que, al leerlos todos, compone la historia”. ¿Es la desesperación femenina una gran veta? “Es un tema universal. Pero en mi libro la reacción de la esposa no creo que sea exclusivamente femenina, es la que tiene una persona que descubre que las cosas en las que ha creído, que son su vida se han esfumado. Es la misma que tendría un campesino a quien le quitan la tierra”.
Lo cierto es que la sombra de Ferrante lleva persiguiendo a Starnone desde hace casi dos décadas. ¿Se escondía el napolitano detrás del seudónimo? ¿Era su segunda esposa, Anita Raja, traductora de la editorial que publica a Ferrante, quien firmaba esos libros? ¿Escribían a cuatro manos? El fenómeno en torno a la misteriosa autora de la tetralogía Dos amigas crecía internacionalmente y la intriga también. El apodo de Starnone era Nino, como el personaje de la saga de Ferrante (Nino Sarratore), y él también era hijo de un ferroviario. El Corriere della Sera llegó a publicar un cuadro comparativo para demostrar que la prosa de Starnone tenía un parecido algo más que razonable con la de la escritora. Una investigación periodística en 2016 trató de cerrar el caso: siguiendo las facturas de la editorial de Ferrante se afirmaba que Anita Raja, la esposa de Starnone, estaba tras el seudónimo. Estalló un debate sobre el derecho al anonimato. Ni Starnone ni Raja se pronunciaron.
Aunque quiso ser escritor desde la adolescencia, Starnone aparcó la literatura y se dedicó a la enseñanza. Décadas después empezó a escribir en el periódico Il Manifesto, fundado por Rossana Rossanda y Luigi Pintor. Aquellas columnas de los setenta sobre la vida cotidiana en la escuela le empujaron de nuevo a la literatura, fueron el detalle banal que resultó ser trascendental en su vida. “Ahora no sé si soy un profesor o un escritor”, confiesa. La literatura ¿qué debe instruir? "Debe mostrar aquello que nos resistimos a ver, o que escondemos porque nos da miedo. Con la escuela todo el mundo dice lo malísima que es la enseñanza que se imparte hoy en comparación con la que ellos recibieron, no analizan honestamente su experiencia. Con la literatura se corre el riesgo de que pase lo mismo: la que no funciona enseña el mal y el bien en lugares donde es fácil verlo. Pero hay que contar la verdad de la propia experiencia, eso es lo único que tiene un escritor. Y esto no significa hacer autobiografía, sino usar la experiencia para trazar las historias".
El escritor ¿debe imponer una distancia? “Como decía Flannery O’Connor, yo cuando escribo si mi personaje corre, corro; si ama, amo; y si se enfada, me enfado. La escritura es algo mimético, pero no es un trabajo de mero registro”, explica. “Un escritor es un mimo que acumula detalles. Poco a poco, esto se convierte en un hábito, y esos detalles en el momento oportuno sirven para retratar el modo de pensar de un personaje”. El novelista habla de casos “afortunados” de un único y maravilloso libro como los de Manzoni y Lampedusa, pero él siente que la literatura más que una larga escalera --como la que trepa su personaje Aldo en una escena de Ataduras— es un conjunto de estancias: “Un libro siempre queda parcialmente completo, porque abres una puerta que te lleva a otra cosa, otra posibilidad de relato. Por eso, si escribes, lo haces para toda la vida”.
“Un escritor es un mimo que acumula detalles. Poco a poco esto se convierte en un hábito, y esos detalles en el momento oportuno servirán para retratar a un personaje”
Starnone habla de la revolución en la enseñanza ocurrida a partir de 1968 y de cómo quedó a medio camino: “Mi generación quería mejorarla pero no encontramos el tiempo ni la forma de hacerlo. Lo mismo ocurre con el matrimonio de mi novela, el cambio queda bloqueado”. El arranque de Ataduras tiene como telón de fondo el feminismo de los setenta: la esposa que no concibe el divorcio, y la joven amante que tiene un fuerte sentido de sí misma. “Hoy el feminismo debería ser todavía más fuerte”, apunta Starnone, y señala un movimiento en el campo literario: “Las cosas están cambiando muy rápidamente. A los hombres les da vergüenza decir que leen novelas, y tenemos cada vez mayor dificultad para relatarnos. El personaje de Aldo, en mi novela, es negativo. No puede ser amado por los lectores, si lo hacemos, somos culpables”. Ataduras ha sido adaptada por el propio Starnone al teatro y lleva cerca de 200 representaciones, también está en preparación una versión cinematográfica. “Se dice que mi libro es sobre el abandono, pero es sobre la falsa reconciliación fundada en la mentira. La esposa lo acepta de vuelta para tomar represalias, no porque le necesite. Él vuelve porque se siente débil, pero no cesa en la traición. Los dos son totalmente culpables. Cuando una familia se rompe es como si se rompiera la idea misma de convivencia".
¿Qué dificultad tiene crear una voz femenina creíble? “Ninguna. Si tienes capacidad, escribes voces de hombres, mujeres, niños, ancianos. Escritores de todos los tiempos han creado voces femeninas creíbles. Eurípides ya lo hizo. Un escritor hábil cuenta todo, no solo su punto de vista. El problema es cómo los lectores oímos esas voces”. Las suyas tienen un tono por momentos desgarrado, ¿típicamente napolitano? Starnone al responder se refiere a las culturas que en esa ciudad se han solapado desde hace siglos. “La napolitana es una mujer apasionada y en muchos aspectos más liberada que la media, más explícita en su discurso, que muestra sus sentimientos y dramatiza. En Nápoles hay un tipo de teatro particular, la sceneggiata, y es ese mostrar sin filtro, algo característico del sur”. Su ciudad, sostiene, es un lugar complejo que no puede encajar en un estereotipo: “Sobre Nápoles siempre hay algo más que decir”. Sobre Starnone cabe pensar que también. Como en esas cuevas habitadas, los bassi napolitanos, en este autor se adivina una historia subterránea, un enigma tan real como literario.
‘Ataduras’. Domenico Starnone. Traducción de Celia Filipetto. Lumen, 2018. 184 páginas. 17,90 euros.
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