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Sónar 2018
Crónica
Texto informativo con interpretación

Rosalía echa a volar en el Sónar

La cantante deslumbra con su nuevo espectáculo en una jornada en la que Gorillaz, banda de Damon Albarn, sonó a desbarajuste

Actuacion de Rosalía en Sónar 2018.
Actuacion de Rosalía en Sónar 2018.Albert García

En esa hora de luminosidad difusa entre el Sónar de día y el de noche, Gorillaz ofreció más ruido que música en un concierto que al menos en su inicio sonó rústico, atropellado y sin coherencia. Tras “M1A1”, sonaron dos piezas de su nuevo disco, “Tranz” y “Humility”. Apareció el conjunto de rap clásico De La Soul en “Superfast Jellyfish” y apelaron a viejos éxitos del proyecto encabezado por un Damon Albarn tan feliz como en las buenas épocas de Blur. Los primeros 45 minutos, con 13 miembros sobre el escenario, fueron un despropósito de sonido y una mirada al siglo pasado en lo musical, una suerte de rock asilvestrado de taberna y de rap cuadriculado.

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Por la tarde de la segunda jornada del festival de música avanzada, que este año cumple su XXV edición, estrenó su nuevo espectáculo en colaboración con el productor canario El Guincho en un concierto que no hizo justicia al enorme potencial de la cantaora. Que es, a sus 25 años, una estrella refulgente lo dictó el silencio que se impuso en su escenario, tan abarrotado que mucho público se quedó fuera.

Por decirlo claro: el recital no fue tan electrónico (que también) como flamenco (que todo). Comenzó con la pieza quizás más mestiza del disco que en breve publicará Rosalía. El vídeo de

“Malamente”, que se convirtió en viral instantáneamente y ayer se acercaba a las seis millones de visualizaciones en YouTube, da una buena clave de las intenciones artísticas de la cantaora: un nazareno con capirote y en monopatín sirve la mezcla de lo racial y lo último. Y así cantó por bulerías, por tangos y se marcó unos fandangos espectaculares cuando su voz ya sonaba más alta.

Rosalía parecía más protagonista con Refree y su guitarra a palo seco (el proyecto que la dio a conocer), pero probablemente en esa falta de protagonismo algo tuvo que ver la sonorización.

Con todo, resultó impactante esa voz antigua, como la definió el tocaor Pepe Habichuela, así

como su peso en escena, la forma de pisar con tronío, de mover esas manos estilizadas con

largas uñas postizas, de bailar con sus ocho bailarinas, de mirar desafiante a la masa y de mover los flecos de su primer vestido de la tarde, blanco, para su gran espectáculo. Una fiesta exportable

por definición, elegante y sutil. “Tiene tó lo de las grandes”, se le oyó decir a un espectador. Y es verdad.

En parecidos términos se puede contar otra de las grandes actuaciones de la jornada de ayer: la de Liberato, un ¿artista/colectivo? que en el Sónar se presentaba por segunda vez. Sobre la identidad de este proyecto se ignora todo. Sus tres integrantes, ataviados como si fuesen a atracar un banco, capuchas, pañuelos en la cara, figuras en contraluz, no mostraron su identidad. El escenario, que se fue llenando poco a poco, estaba poblado de italianos, habida cuenta del fervor con el que coreaban los éxitos de este proyecto con raíces en la canción melódica y un pie en la electrónica.

Y la mezcla resultó explosiva, ya que no se trata tanto de melodías azucaradas que puedan recordar a Eros Ramazzotti, sino más bien a Pino Daniele o Gino Paoli; es decir, con el punto justo de romanticismo.

El éxito de la actuación fue otra prueba más de la capacidad camaleónica de la electrónica para filtrarse en cualquier estilo. Liberato canta en napolitano, acentuando así el carácter local de una propuesta tan comercial como interesante por callejera y bien perfilada. Canciones como Je te voglio bene assaje

podrían funcionar tan bien en cualquier chiringuito veraniego que ante un público tan perspicaz como el del propio Sónar.

Mientras, de manera transversal al resto de actuaciones, Despacio, la discoteca montada por 2Manydjs y James Murphy, alma de LCD Soundsystem, banda que definió desde Nueva York el cambio de siglo, obsequiaba al público con una sesión de siete horas durante las que las aplicaciones de predicción de canciones que ahora se encuentran en cualquier móvil no descubrían título alguno. Funk, líneas marcadas de bajo y ritmos repetidos pautaron una buena parte de esta sesión que reclama el protagonismo para las viejas discotecas analógicas.

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