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Columna
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¿Qué hacen los cinéfilos durante el Mundial?

En las salas solo hay saldos del cine de autor o idioteces con afán y cálculo de espectáculo

Franz Beckenbauer (izquierda), durante un partido del Mundial de Inglaterra, el 23 de julio de 1966.
Franz Beckenbauer (izquierda), durante un partido del Mundial de Inglaterra, el 23 de julio de 1966.
Carlos Boyero

Un maravilloso y problemático amigo, perteneciente a mi alma, uno de los seres más inteligentes, legales, sensibles, disparatados, racionales, generosos, cálidos e insoportables egoístas que tuve la fortuna de tratar y que decidió acabar con sus demonios lanzándose por una ventana, alguien que incluso en algo tan mayoritariamente aburrido como la crítica de cine introducía poesía lúcida y estremecedora (alguna vez escribió: “Busca tu refugio’ es el mejor consejo que he recibido en mi vida, pero en el curso del tiempo ya he comprendido que para alguien como yo el mejor refugio y la intemperie es la misma cosa”), resucitaba milagrosamente cada vez que llegaba el Mundial de fútbol. Y meses antes de que comenzara el gran espectáculo me enviaba cartas (escritas en papel de lujo, en sobres primorosos, como Dios manda, antes del imperio de esa cosa agobiante y afortunadamente ignota para mí llamada emails) en las que me detallaba con mimo la mejor alineación para equipos no ya previsiblemente ganadores como Brasil o Alemania, sino algo tan exótico como las selecciones de Corea o de Nigeria. Y se lo sabía. Y lo vivía. No confundirle con ese repelente y resabiado niño Vicente apodado Maldini. En mi amigo no suponía un ostentoso ejercicio de conocimiento exhaustivo y muy bien pagado sobre lo que no sabe nadie. Era pasión hacia lo desconocido, con la pasión de un niño por sus juguetes. Juguetes de supervivencia mental.

Y llega otro Mundial. Y recuerdo poderosamente mi existencia a través de ellos. Que frívolo, ¿verdad? Mi memoria asocia el primero con el que se celebró en Inglaterra en 1966. Y jamás olvidaré que lesionaron al dios Pelé en su primer partido, la aparición de la suprema elegancia en un tipo tan joven como sobrado que se llamaba Beckenbauer, la potencia y el disparo salvaje de Eusebio, el gol esforzado aunque inverosímil de Sanchís padre. Y siempre recuerdo a las mujeres que en aquella época estaban conmigo. En algunos solo existía mi soledad, torturante o llevadera, mis anhelos de futuro o la odiosa certidumbre de que este no existía, que solo podría consolarme con los regates, pases, goles de futbolistas admirables aunque su nivel mental o emocional jamás tocara el cielo.

Y retorna otra cita con el amor ancestral. Y sé que me esperan múltiples hora de hastío, pero me sentiré acompañado por gente que en la concepción de los arrogantemente ignorantes se limita a darle patadas a un balón. Y les comprendo, pero que también me entiendan a mí, mi droga sin resaca, mi refugio provisional ante el desamparo. Y admito el estupor de las personas que detestan legítimamente el futbol ante un mes en el que nada existe excepto él, incluidos los infinitos descerebrados y ágrafos que practican chillona y patéticamente esa religión. Y me gustaría que los cinéfilos tuvieran algo sabroso que llevarse al paladar durante esta época. Por mi parte es imposible aconsejarles nada. Solo hay saldos del cine de autor o idioteces con afán y cálculo de espectáculo.

En esta dispersión mental intento recordar películas maravillosas sobre el fútbol, el motor vital y lúdico de tanta gente en todo el planeta. Y no hay forma de que recuerde alguna con los méritos artísticos que corresponderían a algo tan popular e idolatrado. Admiro que Carlos Marañón, excelente periodista y aun mejor persona, escriba libros sobre este tema intentando reivindicar con inteligencia y corazón lo que casi siempre ha sido un desastre en el cine. Y solo resuena en mi cabeza una canción inmortal de Van Morrison en la que susurra o aúlla: “Nadie robará mis sueños en días como este”. Insólitamente alguien tan amargado como yo recobro ilusiones. Que duren. Se han cargado a los villanos, intolerablemente mediocres, viles, corruptos.

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