Ser un hombre
La estrategia sirve a la cineasta para hablar de la economía europea y del mundo del trabajo como territorio de desencuentros
WESTERN
Dirección: Valeska Grisebach.
Intérpretes: Meinhard Neumann, Reinhardt Wetrek, Veneta Frangova, Vyara Borisova.
Género: drama. Alemania, 2017.
Duración: 100 minutos.
En Chevalier (2015), la directora griega Athina Rachel Tsangari utilizaba un viaje en un yate privado para aislar la esencia de la masculinidad. Su grupo de personajes se entregaba a un juego competitivo que ponía en marcha una dinámica de pulsos territoriales y estrategias de poder asociados a un instinto supremacista sustentado, por lo general, en la fatuidad o en la egolatría patológica. Los hombres no salían muy bien parados en el discurso de esta cineasta que invocaba el modelo del Husbands (1970) de John Cassavetes, pero que, al mismo tiempo, subrayaba que su mirada no quería ser feroz, ni demoledora, sino comprensiva. Transmitir esa cualidad afectuosa en la mirada es algo que le ha salido mucho mejor a la alemana Valeska Grisebach en Western, un poderoso trabajo que, al igual que Chevalier, intenta aislar una suerte de eterno masculino, en este caso en una zona rural de Bulgaria limítrofe con la frontera de Grecia, a la que acude un grupo de trabajadores para construir una central hidroeléctrica. Con tonos y aproximaciones radicalmente distintos, Chevalier y Western vienen a demostrar que las dos mejores películas de los últimos años sobre el mundo de los hombres las han dirigido mujeres, manejando con proverbial lucidez las contrastadas armas del humor negro y la poesía fronteriza.
Once años después de su sobresaliente Sehnsucht (2006) -que contaba con sensibilidad una historia de adulterio con desenlace trágico-, Grisebach mimetiza aquí, desde el mismo título, las claves del western para superponer sobre la figura de su elusivo protagonista la aureola de esos héroes errantes del género que alcanzaron su sublimación en el Hombre sin Nombre leoniano. El juego de equivalencias con la memoria de todo ese imaginario es constante, aunque la directora no lo pone al servicio de la cita cinéfila evitando caer, así, en un banal planteamiento puramente mitómano. El grupo de trabajadores alemanes desplazados funciona como la expedición de colonos enfrentada a unos nativos, en principio hostiles, que encontrarán a su mediador en ese ensimismado protagonista, que no parece pertenecer a ningún territorio, aunque en el plano final esboce un cierto gesto para encontrar su lugar en el mundo.
La estrategia sirve a la cineasta para hablar de la economía europea y del mundo del trabajo como territorio de desencuentros, pero también para interrogarse acerca de lo que significa ser un hombre, reivindicando la pervivencia de una nobleza cuando ya no hay épica posible.
Babelia
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