Una mirada al Mediterráneo entre el halago y la crítica

Las costas del Mediterráneo han sido siempre muy apetecibles para los fotógrafos españoles, desde Carlos Pérez Siquier, atraído por el “festín de la carne”, a Xavier Miserachs, Toni Catany, hasta Txema Salvans, cada uno en su estilo. A ellos se sumó Ricardo Cases (Orihuela, Alicante, 1971), cuyos cinco últimos trabajos tienen “el nexo territorial del Levante”, ha explicado este miércoles en la presentación de la exposición, que recorre su obra durante la última década, desde que cambió vivir en Madrid por Valencia, y que puede verse en la Sala Canal Isabel II, de Madrid, hasta el 29 de julio.

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El mediterráneo que fotografía Cases es de colores intensos y luz dura (“el Sol tiene gran protagonismo en esta zona”), reflejada en muros, objetos, palmeras y personas, estas retratadas con un toque kitsch, humorístico. “Hablo del carácter de los lugares que me encuentro y procuro darle a mis imágenes un punto menos narrativo, más sentimental”, añade Cases. Una visión tan personal “como escribir un diario y contar las aventuras” que le suceden cada día.

Al visitante de esta muestra enmarcada en el festival PHotoEspaña, lo recibe la serie Paloma al aire, de 2011, casi un estudio antropológico de la colombicultura en la huerta valenciana, una afición que mueve dinero de apuestas y los sudores de la cría de estas aves. Los palomos, pintados con vivos colores, pugnan por aparearse con una paloma mientras sus dueños miran al cielo y corren por el campo tras ellos.

Cases, que empezó en la prensa, asegura que le encantaría volver a ser reportero, “sobre todo en la sección de local”. Su nombre está vinculado al colectivo de fotografía BlankPaper, nacido en 2003, en Madrid, al que se unió tres años después. BlankPaper es también una escuela de la que ha salido la hornada de autores que han renovado en los últimos años la fotografía española contemporánea. Hoy docente, Cases ha expuesto en galerías de arte españolas, europeas y de Nueva York y afirma que las opciones y libertades creativas actuales permiten hablar “del momento más dulce en la historia de la fotografía”.

Con Cristóbal Hara como referente para el tratamiento del color, Cases ha hablado de la serie que da título a la exposición, Estudio elemental del Levante (2018), que representa su mirada, “del piropo a la autocrítica” a la tierra que mejor conoce. En este trabajo hay fotografías barnizadas de iconos levantinos como las frutas, las bandas de música y las palmeras desmochadas, atacadas por un parásito, el picudo rojo. El comisario de la exposición, Horacio Fernández, ha explicado que la presencia del destructivo rhynchophorus ferrugineus es también una metáfora de la degradación del paisaje mediterráneo. La presentación de las imágenes, en mosaico, transmite “caos y provisionalidad”.

La serie Sol (2017), sin embargo, las muestra en gran formato, con un enmarcado mínimo, como pósteres. Son retazos de un paisaje, y quienes lo habitan, que parecen aplastados por una luz casi blanquecina, abrasadora y cegadora. De ahí se pasa al formato mínimo, menor a una postal, del conjunto El porqué de las naranjas (2014). Detalles, estampas, algunas con mucho humor, de una huerta valenciana de colores Kodak. Completa la exposición el conjunto de imágenes Podría haberse evitado (2015), un juego sobre un supuesto crimen, en el que se recurre a inquietantes imágenes de espacios abiertos en los que varios individuos parecen moverse furtivamente.

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