Viaje hacia las raíces del humor
Heredero de la expresividad de Chaplin, Louis de Funès o Jerry Lewis, Patrice Thibaud carga todo el peso cómico de sus obras en su poderío gestual
La comedia es, ante todo, una forma de afrontar la vida. Es una cuestión de enfoque, una decisión primaria que elige desechar la pesadumbre de las cosas. Requiere cierta valentía reactiva: exige que, ante cualquier evento vital, la primera respuesta emitida sea la risa. Así es como Patrice Thibaud, cómico hasta las profundidades del término, ha aprendido a concebirlo todo, incluido su arte, que nace y muere en el honroso y desinteresado acto de hacer reír. Con Franito, su cuarto espectáculo en solitario, que se presentó en el Instituto Francés de Madrid, continúa explorando los mecanismos de la comedia.
La carrera individual de Thibaud arrancó en 2008, tras más de dos décadas de experiencia interdisciplinar en las que combinó circo, teatro contemporáneo, televisión o cine. Sus tres espectáculos previos (Cocorico, Jungle y Fair-Play) fueron recibidos calurosamente en España. "Creo que aquí el público es incluso más receptivo respecto a mi obra que en Francia, dado que allí siempre se pasa la comedia por un mayor corte intelectual. Aquí la gente tiene menos miedo a reírse como si fueran niños, es un público más vivo", explica.
Su vínculo con la cultura española se ve reforzado en su última obra, Franito, en la que realiza un homenaje en tono desenfado al mundo del flamenco. Para ello ha contado con el bailaor Fran Espinosa y el guitarrista Cédric Diot, con los que ha generado un contraste entre su comedia física y onomatopéyica y la belleza expresiva del flamenco. "Yo siempre trabajo en el terreno del contraste", señala Thibaud, quien asegura haber "sacrificado algo de la comicidad explícita de otras obras como Cocorico en favor de cierto onirismo y belleza poética". "Mucha gente se acerca y me dice que Franito no es tan divertida como otros de mis trabajos, pero que es más bonita. No veo nada malo en ello", sentencia.
De todos modos, la raíz de su concepción humorística permanece intacta. Heredero de la expresividad de Chaplin, Louis de Funès o Jerry Lewis, Patrice Thibaud carga todo el peso cómico de sus obras en su poderío gestual, el cual incluso le permitió liberar sus piezas de contenido verbal en alguna ocasión. En Franito sí se habla (aunque poco), pero la risa permanece anclada en las imitaciones del cómico, que fueron su punto de partida en el universo del humor: "Decidí arrancar en esto cuando era un niño y, tras el divorcio de mis padres, empecé a hablar menos y a utilizar mi cuerpo. Imitaba a personas y veía que todo el mundo se reía", recuerda. Fran Espinosa da fe de ello: "A veces, en los primeros ensayos, yo no podía seguir el espectáculo porque estaba tirado en el suelo de la risa al verlo a él".
La comedia no cede terreno a ningún otro ámbito en la obra de Thibaud. Ella es la protagonista, el centro de la acción. "Concebí Franito sin ningún tipo de espíritu crítico, más bien como una especie de homenaje al mundo del flamenco", confiesa, antes de asegurar que "a pesar de que la obra está cargada de elementos simbólicos religiosos y referencias artísticas (Picasso, el Quijote, Dalí), y se enfrenta a ellas siempre riéndose, siempre lo hace de forma bienintencionada, sin pretender mofarse de nada". Algo que, según sus palabras, es muy habitual en la comedia francesa, que "siempre parte de la burla con cierta maldad".
Otro rasgo común de la comedia actual del que pretende huir es el de otorgar al humor cierto contexto temporal y contextual. "Yo busco hacer algo más universal, que apele a los sentimientos humanos más primarios, a los instintos", explica. Su objetivo: hacer que todo el mundo se ría como si fuese un niño. "Una de las cosas que más me reafirman en lo que hago es ver que hago reír a los niños. Es curioso porque, cuando ellos lo hacen, muchas veces sus propios padres se contagian, como si se les pegase esa forma de ver la comedia como algo sin pretensiones", afirma, sin olvidarse de reivindicar "lo sano que es ir al teatro en familia".
Su exploración cómica, con este acercamiento al mundo del flamenco, continúa en expansión. "Cada cosa que hago se nutre de todas las anteriores", señala Thibaud, quien piensa que "el artista que se aburre con lo que hace es un imbécil". En este caso, además, se mete en el cuerpo de una mujer, de una madre que trata de encauzar la pasión de su hijo por el flamenco. "No me planteé en ningún momento cómo debía representar a una mujer, o si debía cambiar mi forma de actuar para hacerlo: simplemente fui yo mismo, o más bien fui mi propia abuela". Su humor, a fin de cuentas, está desprovisto de cinismo. Es simplemente eso, humor, afianzado en las cinco letras del término.
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