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El sonido metió al bisabuelo en el armario

El actor de cine mudo Buenaventura Ibáñez llegó a trabajar con Buñuel pero las películas sonoras acabaron con su carrera

Rut de las Heras Bretín
Buenaventura Ibáñez, como Dandolo en 'El puente de los suspiros' (1921), de Domenico Gaido.
Buenaventura Ibáñez, como Dandolo en 'El puente de los suspiros' (1921), de Domenico Gaido.

El día que César Ibáñez Cagna vio a su padre en la televisión decidió sacarlo del armario. Ponían La edad de oro, de Luis Buñuel, y, de repente, se encontró con ese rostro plagado de moscas del padre de la protagonista, Buenaventura Ibáñez Pallarés. Él sabía que su progenitor había sido actor, pero nunca llegó a profundizar en su carrera, en parte por “la mala vida” que esta le había dado, dice Rafael Ibáñez Hernández, nieto del intérprete. El ver esa película dio pie a Ibáñez Cagna a organizar todo el material que conservaba de su padre en un mueble: fotografías, postales, contratos, carteles de estrenos, entradas, recortes de periódicos... y, así, devolver un poco a la vida a quien había interpretado a multitud de personajes en más de ochenta filmes y a quien, como a tantos otros actores, el cine sonoro enmudeció dejándolos relegados al olvido.

Buenaventura Ibáñez Pallarés (Barcelona, 1876-1932) era un actor que se dedicó a la pantomima. Comenzaba el siglo XX y este género no muy aclamado por la crítica pero sí por el público abundaba en teatros y barracas del recién estrenado Paral·lel barcelonés, que entonces se llamaba avenida del Marqués del Duero, y que algunos quisieron comparar con el parisiense Montmartre o con lo que después sería el neoyorquino Broadway. Otros, los más socarrones sobre la nueva Barcelona que se estaba construyendo, decían: “Quisimos hacer un pequeño París y nos ha resultado un Sabadell engrandecido”. En estas salas se forjó la carrera de Buenaventura, trabajó con algunos de las mejores compañías, como la de los Onofri, incluso, montó la suya. Pero a pesar de su gran repertorio, de su ingenio para escribir, dirigir y actuar, de su rostro pierrotesco y de su amplitud de registros, la pantomima (cultivada por maestros como Ramón Gómez de la Serna, Jacinto Benavente o Federico García Lorca) fue cayendo en decadencia mientras otras artes, como el cine, empezaban a despegar.

Hablaba varios idiomas pero ninguno correctamente, el sonido, paradójicamente, dejó más mudo al mimo

Así, en 1909, Ibáñez Pallarés emigró a Italia donde la industria cinematográfica tenía más relevancia. El cine mudo recurrió a mimos como él y ahí, creyó que encontraría su filón.

Los datos de este actor que han llegado hasta hoy se deben fundamentalmente a la recopilación que su bisnieta, Carla Ibáñez Acinas, ha hecho para realizar el documental Buenaventura Ibáñez, un recuerdo sin voz. A partir de ese armario en el que se quedaron silenciados los pocos recuerdos que conservaron ha ido recuperando la figura de Buenaventura, El Nonno (abuelo en italiano), para ella. De pequeña veía alguna foto, le contaban que su bisabuelo había sido actor y ella se preguntaba: “¿Pero actor como Brad Pitt?”, esas eran las referencias de esta burgalesa de 24 años, luego buscaba en Google y no encontraba nada. Fue a partir de sus estudios en Comunicación Audiovisual en la Universidad de Nebrija y, sobre todo, tras cursar Historia del Cine cuando decidió hacer un documental sobre Buenaventura como trabajo fin de grado. Lo que era un recuerdo y un mueble familiar se ha convertido en una película de carácter enciclopédico donde ha compilado los trabajos de su bisabuelo y el contexto en el que se produjo: cuando el cine comenzaba y la industria en España era tan floja —había algo, pero muy poco en Barcelona— que tuvo que marcharse a Italia y a Francia donde desarrolló su carrera.

Buenaventura Ibáñez en un momento de 'La edad de oro', de Luis Buñuel.
Buenaventura Ibáñez en un momento de 'La edad de oro', de Luis Buñuel.

Su apuesta figura le llevó a participar en más de ochenta películas —“y las que me quedan por descubrir”, apunta su bisnieta— como Cabiria (1914), con guion de Gabriele D’Annunzio; El puente de los suspiros (1921), de Domenico Gaido; varias del director italiano Augusto Genina, del que la familia conserva algo de correspondencia; Cinópolis (1930), en la que aparece Imperio Argentina... Según se iba desarrollando la técnica, Buenaventura, que era un eterno personaje secundario, fue perdiendo oportunidades. Hablaba varios idiomas pero ninguno bien, el sonido, paradójicamente, le dejó más mudo. Aún así, todavía trabajó con Buñuel y alguien sería cuando pidió doble salario por aparecer con la cara llena de moscas, por el perjuicio que eso podría suponer a su imagen. La marca Buñuel/Dalí también estaba en construcción.

Después: la decadencia. Buenaventura regresó a Barcelona donde no encontró otro trabajo que el de acomodador de cine. Cuando murió, en un periódico local solo apareció una nota en la que se contaba que los compañeros de clase de César Ibáñez Cagna, su hijo, estaban recaudando dinero para que el niño pudiera volver con su madre a Italia. Llegó el ocaso de una historia ya contada en películas como El crepúsculo de los dioses, Cantando bajo la lluvia o The Artist: el cine sonoro hizo invisibles a actores del mudo. Buenaventura es hoy un desconocido en teatros como el Apolo, el Victoria o la famosa sala El Molino, que siguen poblando el Paral·lel, lugar que le vio comenzar en la actuación.

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