Muerte y ‘rock and roll’
Es una de esas películas donde los personajes no son más que carnaza sacrificada a fuerza de (imaginativos) golpes de efecto
Cuando la cámara de Ryûhei Kitamura atraviesa el cráneo de un personaje, agujereado por una bala cuando se llevan apenas quince minutos de metraje, uno tiene claro que el japonés no parece haber moderado en nada la poética juvenil que definió Versus (2000), la película que supuso su gran revelación internacional. En 2004, justo un año después de que el cineasta rodara, en Azumi (2003), una pelea con katanas sirviéndose de unos movimientos circulares de cámara que emulaban el recorrido de una noria, Kitamura declaraba: “Quiero ver algo que no haya visto antes, algo que nunca haya visto en el trabajo de otro director. Por eso hago películas. Cuando estoy rodando y cuando estoy montando, me siento como si estuviera tocando rock en directo delante del público”. Blanco perfecto (Downrange), su última película, rodada en California con los colores saturados de una insolación digital, es una perfecta ilustración de su credo estético.
Un grupo de jóvenes que comparten coche siguiendo los nuevos protocolos del uso temporal de vehículos se queda a merced de un francotirador en una aislada carretera, dentro de este conciso tour de forcé de situación única que no ahorra ni excéntricas piruetas formales, ni efusiones hemorrágicas. Es, en efecto, una de esas películas donde los personajes no son más que carnaza sacrificada a fuerza de (imaginativos) golpes de efecto, pero en ella aflora un inesperado momento emotivo en el centro de la caótica brutalidad: el sacrificio de un personaje tras cubrir el rostro mutilado de su amada.
Babelia
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