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Loreena McKennitt, remanso de paz para “almas perdidas”

La cantante de música celta y ‘new age’ regresa tras 12 años, pero teme que sus discos ya no son económicamente viables

La cantante de música celta Loreena McKennitt.
La cantante de música celta Loreena McKennitt.Art Boyle

Para alborozo de sus seguidores, que son legión, los años no parecen pasar por Loreena McKennitt (Manitoba, Canadá, 1957). La etérea cantante y arpista de la cabellera rubia les tenía con el corazón en vilo después de un silencio discográfico que se ha prolongado durante 12 largos años, pero Lost Souls retoma ahora las cosas exactamente donde las había dejado An Ancient Muse en 2006: la misma intensidad vocal de soprano, la tersura de siempre, ese lirismo evocador que transporta al instante a parajes de Oriente Medio o a la bravura de las rocosas costas célticas. McKennitt retomará ahora la carretera y promete gira española (“el primer país extranjero que se interesó de verdad por mí, allá por 1992”) para la próxima primavera. Pero admite que no sabe si regresará alguna vez a un estudio. “El modelo de negocio se ha invertido. Puedo salir de gira, pero grabar mis álbumes no es barato. Los jóvenes no compran discos, las descargas están en retroceso… y si cada visionado en YouTube me reporta 0,0087 céntimos, las cuentas no salen”.

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Es primerísima hora de la mañana en la granja del sur de Ontario donde la autora de The Visit o The Book of Secrets ha fijado su residencia, pero la voz de Loreena suena muy despierta y su discurso es torrencial. “Sé que habían transcurrido algunos años, pero todo lo relativo a mi carrera pasa por mi filtro: soy mi propio cuello de botella y me tomo mi tiempo”, concede. Y en esta década larga, además de cuidar de su madre (fallecida en 2011), no le han faltado giras ni empeños. El más relevante, un largo viaje a Rajastán para indagar en las conexiones entre la música hindú y la celta. “Iba a convertirse en mi próximo proyecto, pero comprendí que necesitaba madurarlo y lo aparqué para recuperar y completar canciones que fui dejando por el camino porque no encajaban en los álbumes anteriores. Cuando reparé en que eran como ‘almas perdidas’ [Lost souls], de pronto todo encajó…”.

El álbum se abre con las evocaciones granadinas de Spanish Guitars & Night Plazas (“conocí Granada en 1981, en mi primer viaje por Europa, y es imposible no enamorarse de su patrimonio, del bullicio callejero… y del aroma a jazmín”) y constituye casi una banda sonora para un mundo muy distinto al que nos hemos habituado. “La tecnología nos conecta y ofrece algunas aplicaciones poderosas y fantásticas, pero no hemos comprendido aún cuándo utilizarla y cuándo dejarla a un lado”, reflexiona. “Nuestros cerebros están diseñados para socializarnos mediante la presencia física, incluso los de tantos jóvenes que no han llegado a conocer el viejo mundo analógico. Necesitamos concedernos tiempo para leer un libro o visitar a un amigo… mientras dejamos el móvil en otra habitación, no encima de la mesa. Es una disciplina personal necesaria”.

A la compositora canadiense le fascinan las conexiones entre su música –siempre una caricia sensual y ensoñadora– y sus aprendizajes antropológicos. Acaba de leer un artículo en el New York Times de Robin Dunbar sobre primates en el que llega a la conclusión de que el ser humano no puede conocer con suficiente profundidad a más de 150 de sus congéneres. “Facebook, Twitter y todo eso hablan de ‘gustar’ o ‘compartir’ para ofrecerte la ilusión de tener ‘amigos’, pero al final de tu vida solo merecen la pena los amigos o familiares que hayas conocido de verdad, no un coche o unas vacaciones. Ni siquiera una carrera profesional”. Por eso Lost Souls es, dice, la obra de una mujer “integrada en el mundo natural” y “respetuosa con el entorno a la manera de ciertas culturas indígenas que siempre me han interesado”

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