Queremos tanto a Marisol
Un libro repasa el problemático legado musical de la actriz malagueña
Recordarán aquel relato de Julio Cortázar, Queremos tanto a Glenda,que dio título a su colección de cuentos de 1980. Imagina Cortázar a un grupo de seguidores de la actriz Glenda Jackson, seguidores militantes: si ella actúa en malas películas, culpan a los directores y —financiados por un millonario— retocan las cintas para hacerlas merecedoras de su ideal. Hasta que su favorita anuncia su retorno y deciden tomar una medida drástica: “Queríamos tanto a Glenda que le ofreceríamos una última perfección inviolable. En la altura intangible donde la habíamos exaltado, la preservaríamos de la caída, sus fieles podrían seguir adorándola sin mengua; no se baja viva de una cruz”.
Para bien y para mal, Marisol no ha tenido fans tan fatales. Hoy se encuentra mucho panegírico y poca investigación. Respecto a la música, su obra se ha diluido en el magma digital. En Spotify, su discografía aparece reciclada en dos docenas de recopilatorios, con los títulos previsibles: Lo mejor, Grandes éxitos, hasta surge un disco que empareja sus éxitos con, uh, los del bolerista Moncho. Aparte de que algunas grabaciones suenen aquí a cascajo (intenten escuchar su Hey Jude), están ausentes los temas de su LP más adulto, Galería de perpetuas, canciones para mujeres.
Un nuevo libro de Luis García Gil, Marisol-Pepa Flores. Corazón rebelde (Milenio), revisa la carrera de la malagueña, someramente en el caso de las películas y minuciosamente por lo que respecta a los discos. Lástima que el tomo no sirva para la consulta rápida, debido a esa misteriosa fobia de las editoriales españolas por los índices.
Marisol-Pepa Flores. Corazón rebelde analiza la aportación de los diferentes proveedores que construyeron su repertorio: Augusto Algueró (con Antonio Guijarro), Juan Pardo, Juan Carlos Calderón, Manuel Alejandro, Caco Senante, Luis Eduardo Aute. El libro cubre las reacciones de notables escritores y periodistas ante las sucesivas reencarnaciones de Marisol. No olviden que la farándula era un territorio en el que se podían discutir asuntos difíciles de tratar, primero por la censura franquista y luego por los prejuicios de la Transición. Su personaje propiciaba textos libidinosos (Umbral, Marsé) pero también aparecieron detractores: Maruja Torres, que como reportera cinematográfica ya había mostrado reticencias ante la estrella, estalló al verla en actos del PCPE de Ignacio Gallego, grupúsculo teledirigido desde Moscú.
Pero, me dirán, esto no tiene mucho que ver con la música. Ocurre que apenas fue analizada desde esa óptica: en esos tiempos, como ahora, se concedía más espacio a los conciertos que a los discos. Resulta que Marisol actuó poco y dejó muchas incógnitas. ¿Disfrutó con su profesión? ¿Era flamenca y fue empujada al pop? ¿Qué cantaba en su gira latinoamericana de 1969 con Los Sírex como acompañantes? ¿Cómo hubieran sonado aquellos poemas de Gil de Biedma que Aute empezó a adaptar?
Ella se retiró antes de que ese proyecto fructificara. Su desdicha fue trabajar para Zafiro, compañía caníbal que obligó —lo hizo con muchos de sus artistas— a que Marisol renunciara a sus royalties a cambio de la carta de libertad. Uno desearía que aquellos disqueros bandoleros terminen en el octavo círculo del infierno concebido por Dante.
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Autor: Luis Garcia Gil
Editorial: Milenio (2018).
Formato: tapa blanda (256 páginas)
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