El veneno de la interpretación
La película apunta maneras técnicas, pero, en el fondo, hay poco o nada que rascar
Muy en la línea de otros compañeros de viaje cinematográfico de la última década y media del cine español, de debutantes adscritos a la paranoia criminal con toque terrorífico, en el vasco Haritz Zubillaga puede haber un buen director, pero, al menos de momento, no hay un guionista interesante. Ni para la confección general, refrito de referentes obvios, ni para la escalada de tensión a través del diálogo. Su primera película, El ataúd de cristal, ambientada casi íntegramente en el interior de una limusina, muestra una meritoria concepción del espacio, y una sagaz elegancia para la puesta en escena y el montaje. Lo que cuenta, sin embargo, carece de calidad, de poder perturbador, de verdadero espíritu malsano.
EL ATAÚD DE CRISTAL
Dirección: Haritz Zubillaga.
Intérpretes: Paola Bontempi.
Género: thriller. España, 2017.
Duración: 75 minutos.
Una estrella del cine se dirige, en solitario y en limusina, a un homenaje a toda su carrera, y en el trayecto el conductor la obligará a un examen de conciencia. Aunque el escenario haga pensar al instante en Cosmópolis, de David Cronenberg, nada tiene que ver la película de Zubillaga con la del canadiense, y sí con ejercicios de estilo de minimalismo temático y en espacios reducidos que podrían ir desde El diablo sobre ruedas hasta Buried (Enterrado), pasando por Última llamada y La cabina, todo ello observado desde el gran ojo de color rojo que era Hall 9000. Referentes que le vienen enormes a una obra de continuos guiños metalingüísticos de escaso fuste (el contexto, la clave argumental…), y dotada, eso sí, de un aparato formal (fotografía, música) tan por encima de las líneas de guion que lo que provoca es que se subraye aún más la debilidad del relato.
Película sobre el rencor en la profesión artística, El ataúd de cristal apunta maneras técnicas, pero, en el fondo, hay poco o nada que rascar. Sacar ideas de Saw y de Scream es tan factible como simple. Haberlo hecho de Matar o no matar, éste es el problema (Douglas Hickox, 1973) o de El veneno del teatro, pieza teatral de Rodolf Sirera, quizá lo hubiese acercado más a los trascendentes desvaríos de la condición humana y a los juegos dialécticos entre víctima y verdugo.
Babelia
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