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Alfredo Sanzol: “Mis obras las concibo como regalos”

El dramaturgo indaga en la fidelidad con el pasado en 'La valentía', una comedia de fantasmas y paraísos infantiles

Rocío García
Alfredo Sanzol, fotografíado el pasado lunes en el Teatro Pavón Kamikaze.
Alfredo Sanzol, fotografíado el pasado lunes en el Teatro Pavón Kamikaze.Samuel Sánchez

Parece un cuento pero no lo es. La historia real tiene lugar en plena naturaleza, en una localidad muy pequeña cercana a un monte y a un río. Una casa familiar siempre llena de gente y de primos. Un grupo de chavales en bicicleta en busca de aventuras. Veranos eternos y calurosos. El paraíso infantil de Alfredo Sanzol desapareció con la construcción de la autopista A1 a apenas cinco metros de la casa de su abuela, en un pueblo de Burgos. Los ruidos de la carretera, ensordecedores y sin descanso ni de día ni de noche, acabaron con la vida de ensueño. El autor y director Alfredo Sanzol ha indagado en la fidelidad al pasado con su nueva obra La valentía, una brillante e hilarante comedia de enredos fantasmas, que se estrena el jueves en el Teatro Pavón Kamikaze de Madrid. Protagonizada por Jesús Barranco, Francesco Carril, Inma Cuevas, Estefanía de los Santos, Font García y Natalia Huarte, el montaje estará en cartel hasta el próximo 17 de junio.

“Cada vez que te veo, te tengo que felicitar”, le decía el lunes pasado a Alfredo Sanzol el dramaturgo David Serrano a las puertas del Teatro Pavón. Esta vez la felicitación era por su reciente Premio Valle Inclán por la obra La ternura; la anterior por el Nacional de Literatura Dramática por La respiración, más allá los premios Max o los continuos éxitos de sus montajes, tocados por una especie de varita mágica de realidad y fantasía, Si en La calma mágica, indagaba en la muerte de su padre, y en La respiración sacaba las lágrimas del amor por su separación, en La valentía, Alfredo Sanzol (Madrid, 1972) vuelve de nuevo la mirada a sus vivencias y temores. “Me interesa reflexionar sobre lo que hacemos con nuestras herencias del pasado, en cómo hacemos un proyecto de futuro cogiendo del pasado lo que necesitamos y dejando a un lado lo que no. Aunque aquí se habla de una cuestión familiar, la aceptación de que ya no podemos seguir viviendo en una casa a cinco metros de una autopista, La valentía es una metáfora que tiene que ver con los países y las sociedades, de cómo se heredan cosas del pasado que no hacen falta y se olvidan otras que son absolutamente necesarias”, aseguraba Sanzol el pasado lunes en la sala del teatro, mientras los técnicos levantaban sobre el escenario el mágico decorado de esta vivienda en el campo. “Cada uno y en cada momento uno tiene que decidir lo que usa o no del pasado. Yo no tengo las respuestas, pero lo que no podemos pensar es que todo lo del pasado vale o no vale nada. Hay que elegir lo que queremos rescatar del pasado y lo que no. Eso cuesta esfuerzo y valentía”, añade el dramaturgo.

Vergüenzas sobre el escenario

Sanzol no tiene una carrera, sino una meta. Se reconoce a si mismo igual que cuando empezó recién salido de la Resad. Las mimas dudas, los mismos miedos, las ganas de jugar siempre. Autor de obras como Delicadas, Días estupendos, En la luna, La calma mágica, La respiración o La ternura, el dramaturgo reconoce su escritura en tres patas: lo que está viviendo en el presente, que le influye mucho personal y socialmente, aquello que tiene que ver con el pasado y su manera de entenderlo y la última, la que proviene de la imaginación y la fantasía, de cómo le gustaría que fuera la realidad. "De la asociación de estos tres pilares se generan imágenes que luego voy escribiendo y pasando a la escena. Lo que no puedo ni quiero controlar es la descompensación que se produce a veces. Lo que me produce mayor placer es sacar a flote la parte inconsciente, es decir reconocerme en la función y sentir vergüenza. Cuando siento vergüenza de lo que los personajes hacen y dicen entonces es cuando sé que acierto".

En La valentía, dos hermanas se debaten entre el pasado, el presente y el futuro, tras haber heredado una casa familiar, con una autopista a cinco metros. Una de ellas la quiere vender, la otra se aferra a sus recuerdos y su felicidad infantil. Todo transcurre en un fin de semana y con el ruido real de esa carretera que ha sido grabado in situ. Tres módulos que forman la silueta de la vivienda, con paredes de gasa transparentes, juegos de luz, atmósferas y espacios diferentes, son el escenario de un fin de semana plagado de fantasmas y enredos.

Cómplice desde sus inicios con el público, Sanzol lo achaca a ese deseo que tiene de comunicación, de contar historias, de compartir sensaciones y situaciones con el espectador. “Concibo mis obras como regalos. Siempre pienso en alguien concreto a quien regalar mi obra. La valentía es un regalo a mi madre, a mi abuela Luisa y, más concretamente, a esa casa que nos acogió durante tanto tiempo y que nos ha hecho tan felices. Esta obra tiene que ver con la aceptación de que ya no podemos seguir viviendo allí”.

Es La valentía un canto a los cambios, las transformaciones, la modificación, a la desaparición de una belleza para abrirse y aceptar otras. “Hay que mirar al pasado pero sin dejarse aprisionar ni atrapar por él”, asegura Sanzol, convencido de que a la sociedad española le falta valentía colectiva. “No tenemos un proyecto común, vivimos una crisis de jerarquía de valores y de objetivos, una época en la que parece que hay muchos motores pequeños tirando cada uno a un lado. Nos falta la ilusión por ese proyecto común. La valentía es necesaria cada día y para enfrentarse a las cosas más pequeñas, a nuestros miedos y a los de los demás. Hay que ser muy valiente para desarrollar un proyecto de futuro personal y social”, reconoce Sanzol, que compatibilizará la representación de La valentía con la reposición de La ternura, a partir del próximo 5 de junio en el Teatro de la Abadía.

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