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Universos paralelos
Columna
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El misterioso Número 1 en España

La carrera casi secreta como cantante del productor Glyn Johns

Diego A. Manrique
El ingeniero Glyn Johns y Mike Jagger, en la grabación en Londres de la canción 'We Love You' en 1967.
El ingeniero Glyn Johns y Mike Jagger, en la grabación en Londres de la canción 'We Love You' en 1967.Daily Mirror/Mirrorpix/Getty Images)

Glyn Johns fue uno de los grandes productores del rock. Y hablo en pretérito ya que su última producción —el estreno en solitario del teclista Benmont Tench— data de 2014. No está olvidado, cierto: se utiliza universalmente su técnica para grabar baterías. Su currículo apabulla: fue esencial para los primeros discos de Small Faces, Steve Miller, Led Zeppelin, Boz Scaggs, Eagles. Además, puede presumir de haber colaborado con el triunvirato de Beatles, Rolling Stones y Bob Dylan.

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En su reciente biografía Sound man (Penguin) destapa una insólita ocurrencia. En 1969, de paso por Nueva York, Dylan le cuenta que quiere trabajar con los Beatles y los Stones; le encarga a Johns las gestiones pertinentes. Glyn lo intenta: George Harrison y Keith Richards están por la labor mientras Mick Jagger y Paul McCartney se niegan; John Lennon muestra indiferencia. No prospera el plan.

Profesionalmente, Glyn Johns funcionaba como ingeniero de sonido, productor o mezclador (o las tres cosas a la vez). Aunque flexible en lo laboral, tenía ramalazos dogmáticos: rechazó a la Allman Brothers Band por antipatía hacia el concepto de las dos baterías; abandonó una grabación de Jimi Hendrix en el Royal Albert Hall al discrepar del volumen del guitarrista en sus directos.

Testarudo, siempre se negó a escuchar punk rock. Hasta que CBS le rogó que enderezara a The Clash: su quinto álbum, provisionalmente bautizado Rat patrol from Fort Bragg, era un doble muy disperso. Para su asombro, Johns simpatizó con Joe Strummer. Juntos, adelgazaron aquel caos hasta quedarse con Combat rock, el pináculo comercial del grupo.

Portada el libro de Glyn Johns.
Portada el libro de Glyn Johns.

Asegura Johns que, en sus cincuenta años en el negocio del rock, jamás probó las drogas. Debe ser cierto, si nos atenemos a la retentiva que demuestra en sus memorias.

Gracias a esa sobriedad, aclara un curioso arcano: su irrupción como cantante en el mercado español, allá por 1967. Johns había publicado en el Reino Unido media docena de singles que no pegaron. Pero hizo un disco que solo salió en España: su versión de Lady Jane, primoroso tema de Jagger-Richards, donde el mismísimo Brian Jones tocaba el sitar.

Ocurre que, junto a Bill Wyman, había formado una productora, Freeway Music. Su primer fichaje fue The End, grupo mod en evolución hacia la psicodelia. La bailarina Sandra LeBrocq, londinense establecida en Madrid, les puso en contacto con José Luis y Santiago Moro, capos del negocio publicitario y cinematográfico, que creyeron vendible el que fueran producidos por el bajista de los Stones.

En la primera visita, aparte de The End, Johns les puso su (inédito) Lady Jane, que encantó a los hermanos Moro. Para su lanzamiento conjuntaron su discográfica (Sonoplay) con su semanario (Tele Guía); también tenían mano en TVE.

Johns cuenta maravillado que, cuando volvió a Madrid con Wyman, le esperaba en Barajas una tropa de cámaras y plumillas, junto a las obligadas fans chillonas. Le explicaron que su Lady Jane era número uno (seguramente, en la lista de Tele Guía, tan manipulada como todas las de la época). Durante unos días, Johns vivió la experiencia de ser tratado como pop star: actuaciones, entrevistas, cena con El Cordobés. Ahora lo recuerda como un espejismo, una fantasía muy años 60.

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