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Jean Echenoz: “Hay una excesiva reivindicación novelesca en el presidente Macron”

El autor de ‘Correr’ es la estrella del festival literario Málaga 451 “Más que en la inspiración, creo en la obstinación”, sostiene

Marc Bassets
Jean Echenoz, fotografiado en su casa de París.
Jean Echenoz, fotografiado en su casa de París.Eric Hadj

Jean Echenoz (Orange, 1947) es un clásico vivo de las letras francesas, uno de los cuatro o cinco autores de los que pueden decirse, sin temor a errar demasiado, que sobrevivirán a nuestro tiempo. Su libros —17, publicados todos por Les Éditions de Minuit, la editorial asociada el nouveau roman de los años 50 y 60, y por Anagrama en castellano— son una celebración del relato por el placer del relato, la ficción que tiene como tema central la propia ficción, la novela como juego y artificio. El viernes participará en el IV festival Málaga 451: la noche de los libros, que se celebra en La Térmica.

Pregunta. ¿Ve un tema, un tono, un estilo común en su obra?

Respuesta. Siempre ha habido una dimensión de movimiento. Puede ser la huida, la investigación, el viaje, la búsqueda.

P. ¿La ficción por la ficción, también?

Una forma, un estilo, unos efectos

Línea clara. Acción trepidante. Tramas descabelladas. Y un narrador que constantemente se insinúa detrás de la tramoya y no se abstiene de intervenir —"nosotros tampoco entendemos nada, a pesar de nuestra omnisciencia", confiesa en un momento en Enviada especial, su su última novela— y manipular a los personajes. Y al lector.

Si, para simplificar, la literatura francesa moderna deriva o bien de de Stendhal —el cronista de lo real, el novelista que ponía un espejo junto a un largo camino, y lo contaba—, o de Flaubert, el estilista minucioso que quería escribir una novela perfecta “sobre nada”, la filiación de Echenoz parece clara. “A Flaubert lo releo a menudo. A Stendhal, no”, dice en el salón de su casa en París. “Sé que hay una especie de alegría sensual en la lectura, de reír, pero no en el sentido de la broma sino del disfrute. También está presente en Proust, en Joyce”.

Desde su primera novela, El meridiano de Greenwich, de 1979, y hasta la última, Enviada especial, de 2016, pasando por La aventura malaya o Rubias peligrosas, ha usado géneros clásicos como al novela policiaca, de aventuras o de espionaje para desplegar sus artefactos narrativos. El paréntesis de seis años —2006-2012, en los que publicó breves novelas biográficas o históricas, en apariencia alejadas de su mundo y estilo habitual— parece cerrado. Su estatus canónico en las letras francesas quedó refrendado con la exposición que hace unos meses le dedicó el la biblioteca del Centro Pompidou.

Si fuese un cineasta, tendría algo de Hitchcock, o de Quentin Tarantino. Como novelista, se le ha puesto la etiqueta de posmoderno, experimental o formalista. Pese a haber publicado toda su obra en Les Editions de Minuit, la editorial del nouveau roman en los años cincuenta y sesenta, él no siente un vínculo particular con esta escuela. Cuenta que los autores que le llevaron a ser escritor fueron Stevenson y Dickens. "Con Grandes esperanzas", dice, "por primera vez tuve la sensación de que no sólo leía una historia sino que era literatura: una forma, un estilo, unos efectos".

R. Sí. Yo sería incapaz de escribir ensayos, cosas teóricas. Lo que me interesa en la literatura es la novela, la ficción. Para mí fue un poco extraño, porque hice tres o cuatro libros que estaban ligados a personajes reales [Correr, Relámpagos, Ravel y 14]. Pero eran un ejercicio de ficción: no adoptaba la posición de biógrafo, no había una dimensión histórica.

P. Usted hizo un salto en su carrera cuando empezó a hacer estos libros más biográficos...

R. Si me remonto a mis primeros libros, había un interés por una forma menor, que era la novela policiaca. Cuando hice la primera de estas tres o cuatro vidas, era un momento en que tenía problemas con la ficción. Me apetecía aventurarme en otro terreno y en otro tiempo.

P. Y después ha vuelto a una ficción muy pura, al estilo de siempre, con Enviada especial.

R. Sí, porque me di cuenta de que trabajar sobre vidas reales era menos difícil, y por tanto menos interesante.

P. ¿Una novela es un problema, un puzle?

R. Forzosamente supone plantearse nuevos problemas técnicos. Tiene que ver con el montaje, la mecánica.

P. Con frecuencia habla usted de la novela como mecánica.

R. A veces tengo la impresión de hacer cosas un poco de relojería, de montar pequeños mecanismos para que todo esto parezca funcionar más o menos.

P. Cuando escribe, ¿tiene todas las piezas en la mesa?

R. No. Tengo un hilo, pero no todas piezas. Progresivamente llegan piezas nuevas y necesarias para fabricar la historia, pero no podría empezar un libro en la improvisación total. Sé que hay novelistas que prefieren no saber adónde van, y avanzan a ciegas. Yo necesito una organización. Lo bastante flexible para que me dé libertad, pero lo suficientemente firme para saber adónde voy.

P. ¿Qué importancia tienen los principios?

R. Idealmente la novela debería agarrar [al lector]. Desde la primera frase. Debería captar el lector imaginario, y a mí primero.

P. Pero usted suele empezar con personajes en acción.

R. Sí, lo prefiero. Si realizarse un filme, preferiría empezar con una escena de acción, viva, o incluso violenta, para que instalase en seguida un ambiente.

P. ¿Cómo consigue que se aguanten sus tramas inverosímiles?

R. Intento tratar cosas que están en el límite de lo inverosímil como si fuesen naturales y comunes.

P. ¿En qué medida juega con los lectores?

R. En inglés jugo tienen dos palabras: play, que es el juego espontáneo del niño, y game, que es el juego con unas reglas. Se trata de hacer que una historia esté viva pero sometida a una ley.

P. ¿Y la improvisación? ¿Y la inspiración?

R. En la inspiración no creo demasiado. Creo más bien en la obstinación, la paciencia. Y siempre hay una parte de improvisación. En una escena programada aparecen cosas inesperadas, personajes secundarios, y ahí sí hay una parte de improvisación, pero está bastante encuadrada. Hay escenas en las que sé lo que quiero que ocurra, pero no siempre cómo ocurrirá.

P. Rehuye la profundidad, la gravedad.

R. La profundidad, es posible. La gravedad, no lo sé. Más allá del hecho de que tengo una manera de presentar las cosas juguetona, las historias que cuento no son muy divertidas. No sé si esto es la gravedad.

P. Me refería a lo que a veces rodea la profesión literaria, la idea de que las novelas deban contar algo profundo, importante para la sociedad, grave.

R. Esto significaría vehicular un discurso. No es esto lo que me interesa, que es fabricar historias a partir de ciertos temas, la máquina novelesca.

P. En una reciente entrevista con la revista literaria Nouvelle Revue Française, el presidente Emmanuel Macron da a entender que sin literatura, sin novela, la política es un ejercicio técnico, sin alma. ¿Cree que Macron es, o podría ser, un personaje de novela?

R. Casi demasiado para serlo de verdad.

P. ¿Qué quiere decir?

R. Visiblemente hay una especie de reivindicación novelesca en él que quizá sea un poco excesiva.

P. Los personajes de novela no saben que son personajes de novela. En ese sentido, Donald Trump sería un mejor personaje de novela, ¿no?

R. Sí, Donald Trump no sabe qué es una novela. Y es un personaje novelesco.

P. Inverosímil.

R. Catastrófico e inverosímil.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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