La represión checoslovaca penetra en la cárcel de Segovia
Una exposición de Jiří Sozanský destapa cuatro procesos amañados por los comunistas al cumplirse 50 años de la Primavera de Praga
A Jiří Sozanský le apasiona el boxeo. Pero resulta extraño si le miras las manos. Tiene unos nudillos imperceptibles y los dedos parecen protegidos por la piel de alguien que prefiere mantenerse al margen de peleas. Pero no de batallas. La represión del totalitarismo es una de ellas. Y la emprende con una obra que puede verse estos meses en la cárcel de Segovia, organizada por el Centro Checo y el ayuntamiento de la ciudad. Allí, Sozanský (Praga, 1946) ha montado La casa del miedo, una exposición que nos muestra la crudeza de la purga checoslovaca en la etapa comunista.
Con instalaciones, pinturas, obras escultóricas y collages, ha escogido a tres símbolos: Milada Horakóvá, política socialdemócrata y los poetas Jan Zahradníček e Ivan M. Jirous. La primera fue acusada en un proceso amañado de conspiración y alta traición. La tenacidad que mostró durante el paripé judicial la convirtió en un símbolo. Pero no evitó que la ejecutaran. Zahradníček pertenece a la primera hornada de la represión tras la Segunda Guerra Mundial. Apartado y expulsado de la Unión de escritores primero y encarcelado después, pasó 13 años en prisión que su salud no resistió. Murió poco después de ser liberado en una amnistía general. Jirius, el loco, cierra el círculo. Fue el único que conoció una Chequia libre. Pero antes pagó haberse convertido en referente poético del movimiento underground con penas de cárcel.
Este último fue al único de los tres que Sozanský trató en vida. “Le tenía mucho respeto. Pero nos costó ganar confianza mutua. La cárcel lo había convertido en alguien muy reservado, difícil de penetrar”. Cumplió pena en Valdice, un centro siniestro de represión que guarda similitudes con la cárcel de Segovia, donde el artista se encarga de establecer sinergias oscuras. Hoy, el espacio de la ciudad castellana es un centro cultural dedicado a la memoria. “La atmósfera es la que impacta”. Sozanský no la sufrió en tiempos de represión. “No fui condenado, pese a militar en la oposición”, afirma.
Una de las obras que le ayudó a abrir los ojos fue 1984, de George Orwell, muy presente en la filosofía que impulsa su trabajo. Lo que el autor predijo se había convertido en la realidad checa y del todo el bloque comunista. “Para nosotros era la vida cotidiana. Lo leí en 1983, es decir, cuando lo que para él era el futuro, para mí, un temor cumplido”.
Para Sozanský existe una enorme coherencia entre los totalitarismos: “Estudiar el nazismo me ha servido para reflejar la represión comunista”.
Recuerda el miedo, la desconfianza perpetua, la seguridad de la incertidumbre que contagiaba el hecho de sentirse espiado por los vecinos, por los círculos cercanos. “Todo el control en manos de fanáticos y vigilantes cuando éramos niños en la escuela, con esas mujeres que eran capaces de destruir la vida y la carrera de buenos maestros delatándolos”.
Para Sozanský existe una enorme coherencia entre los totalitarismos: “Estudiar el nazismo me ha servido para reflejar la represión comunista”. Hoy percibe sombras de aquello en la situación de su país y los gobiernos cercanos de Polonia y Hungría. “Una de las causas que explican que aumente la confianza en políticos autoritarios como Orban en Hungría o Zeman y Andrej Babiš –presidente y primer ministro- en Chequia, es que la gente ignora el pasado. En nuestras sociedades no se ha producido la necesaria catarsis. Las élites de entonces pasaron de dirigir el comunismo a adaptarse a las estructuras económicas. Pasaron de dominar los partidos a formar mafias y los ciudadanos, decepcionados, no han hecho nada por evitarlo”.
Las últimas elecciones en su país le han producido una tremenda frustración por los resultados inclinados hacia el populismo. “A mi edad, sé que pasaré el resto de mi vida en una situación inaceptable. Al menos he conocido la libertad y aun puedo decirlo en voz alta. Pero no sé por cuanto tiempo me dejarán hacerlo”.
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