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Crítica | Los hambrientos
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El terror sí tiene forma

Los miembros de una nueva generación de cineastas han llegado a una misma conclusión: que es el estilo la única fuerza capaz de convocar un legítimo escalofrío en las salas

Fotograma de 'Los hambrientos'.
Fotograma de 'Los hambrientos'.

LOS HAMBRIENTOS

Dirección: Robin Aubert.

Intérpretes: Marc-André Grondin, Monia Chokri, Charlotte St-Martin, Micheline Lactót.

Género: terror. Canadá, 2017.

Duración: 104 minutos.

El horror abstracto en paradójicos planos generales de It Follows (2014), de David Robert Mitchell, el reciclaje ominoso del trivial y poco amenazante sonido de una cucharilla de té removiendo una infusión en Déjame salir (2017), de Jordan Peele, la dinámica cámara de Fede Álvarez cartografiando el espacio del sacrificio en No respires (2016) y el meticuloso uso del silencio como refugio frente a lo monstruoso en la impresionante Un lugar tranquilo de John Krasinski, de inminente estreno, son algunas señales dispersas de que algo muy interesante está ocurriendo en el contexto del moderno cine de terror. Los miembros de una nueva generación de cineastas han llegado, por caminos diversos, a una misma conclusión: que es el estilo la única fuerza capaz de convocar un legítimo escalofrio en la ya tan desmitificada oscuridad de una sala de cine. Un estilo entendido como hallazgo formal y esgrimido para evitar manidos golpes de efecto de sala de posproducción y sustos de stock. Los hambrientos, quinto largometraje del francocanadiense Robin Aubert –y primero de sus trabajos en llegar a nuestro mercado-, es otro notable ejemplo de la misma tendencia.

Los hambrientos recurre a una de las más socorridas corrientes temáticas del terror contemporáneo: la película de zombis o su variante, la de la apocalíptica infección viral. Aubert no se preocupa ni de justificar el contexto de su ficción –poco importa cuándo empezó esta pesadilla: lo que está claro es que los personajes llevan largo tiempo lidiando con ella y perdiendo (y sacrificando) seres queridos en el proceso-, ni de proporcionar una lectura alegórica al arquetipo zombi: si su película aporta alguna novedad o variable temática es la de sugerir, solo sugerir, que los infectados podrían estar esbozando algún tipo de indeterminada organización social, cuyo funcionamiento y objetivo le resultarán al espectador tan inasibles como a esos personajes abocados a correr (y matar) por su vida.

Donde Los hambrientos alcanza su grandeza es, pues, en su configuración formal y en la capacidad de esta no solo para proponer una atmósfera única, sino también para sobrestimular la capacidad de sobresalto del espectador, logrando que la caligrafía visual sea un modo infalible de dejarle abandonado a su suerte, en un territorio donde no rige la convención. Aubert se sabe tan en control de su lenguaje que incluso se permite bromear con un erosionado cliché: el del recurrente falso susto proporcionado por el gañán de la función.

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