La curva que no se ve

Para un piloto de rallies, la curva importante no es la que tiene ante sus ojos, sino la que aún no puede ver. Esa es la insistente lección que imparte Loris De Martino (Stefano Accorsi) a su hermana Giulia (Matilda De Angelis) en Veloz como el viento, una película hecha con los tradicionales mimbres de la épica de superación (ante la adversidad, ante lo imposible), pero que sabe dar los suficientes giros de volante para apartarse de la convención y transitar por los caminos de una cierta honestidad dramática. El personaje de Loris está lejanamente inspirado en la figura de Carlo Capone, un conductor que no supo calcular las curvas fuera de su campo de visión vital y que experimentó un paradigmático proceso de caída en los infiernos de la depresión y la drogodependencia.

Una oración y una carrera se funden en un prólogo que parece anunciar una película más enfática y permeable a las intoxicaciones de un cierto efectismo televisivo de lo que, finalmente, acaba proponiendo Matteo Rovere. La historia de esta joven piloto que, tras la muerte de su padre, acepta, a la fuerza, las enseñanzas de la oveja negra de la familia –su hermano toxicómano, expiloto caído en desgracia- podría haber dado pie a uno de esos previsibles relatos de redención que los manuales de escritura de guión suelen tratar como carretera (narrativa) en una sola dirección. Sustentada sobre dos personajes tan bien construidos como Loris y Giulia, Veloz como el viento desconfía astutamente de las fórmulas.