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Manuel Longares: “En la utopía cabe todo: ¿para qué inventar la distopía?”

El autor publica ‘Sentimentales’, fábula musical con un extraordinario dominio del humor

Jesús Ruiz Mantilla
El escritor Manuel Longares, el pasado 16 de marzo en Madrid.
El escritor Manuel Longares, el pasado 16 de marzo en Madrid. inma flores

Empiezas a tirar del hilo… Y creas un mundo propio. Es lo que le ha pasado a Manuel Longares con Sentimentales (Galaxia Gutenberg). El hilo es la música. El mundo propio, algo que, pese a haberle salido plagado de miserias y en tono de fina ironía vigilante, considera una utopía. “Si en ella cabe todo, junto a lo bueno, el cainismo y todas las maldades, ¿para qué inventar la distopía?”, se pregunta.

Ajeno a la bruma difusa y volátil de las modas, Longares ha salido en busca de otros riesgos con medido tono satírico. En la airada y atonal provincia de su nueva novela, dos bandos irreconciliables controlan el cotarro: los que pertenecen a Septimino y los que comulgan con Corchea. Son radicales y sectarios. “Han nacido para odiarse”, explica el autor.

Viven entre calles, plazas y avenidas con nombres que responden a términos musicales –Intermezzo, Da capo…-, cantan motetes en honor de un ente extraño al que llaman Sinpecado Fornicado, se enteran de lo que se cuece por medio del periódico Antojos y Deleites, guardan como reliquia un piano Steinway en el que había tocado Arthur Rubinstein, ponen atención a lo que escribe su autor costumbrista Custodio Abolengo, algunos se ganan como pueden la vida en los márgenes cantando pasodobles o tangos y, para consolarse, gastan consejos del tipo: “Si no encuentras mujeres, busca pasiones…”.

Una irrenunciable para Longares es la música. Si en Romanticismo tejió una proverbial zarzuela del madrileño barrio de Salamanca, en Soldaditos de Pavía también rendía homenaje al género chico, lo mismo que en El oído absoluto y La vida de la letra, saltaban de las páginas ecos a los que le cuesta resistirse. Sentimentales es quizás la que más música rezuma entre todas. “Pero para saltar a través de ese código particular de los pentagramas a la búsqueda de uno muy personal”, asegura el autor. “Esta novela se escuda en la música para emprender la búsqueda del lenguaje como ideal de la escritura”.

“No soy realista. Me inclino por el experimento. Ahora, de ahí a denostar a Galdós... Nunca"

Musicalmente se confiesa tan amante de lo bueno como ignorante de los mecanismos que llevan a ello: “Soy un zote. Pero por eso admiro tanto a los intérpretes. Me considero incapaz. Eso sí, tengo la constancia del aficionado discreto y me confieso devoto de la teoría del maestro Eslava. Esa que dice que la música es el arte que combina los sonidos y el tiempo. ¡Fíjate si será útil! Para mí es aquello que al escucharlo, te desafía y te deja inerme. Te destroza el corazón y encima, se lo tienes que agradecer”.

Longares habla pausado y preciso, como un bondadoso y gentil caballero decimonónico que reivindica a base de sabiduría, calma y paciencia su espacio en el siglo XXI. Viaja con una naturalidad precisa del realismo al surrealismo. Aunque no cree que tenga nada de lo primero: “No soy realista. Me inclino por el experimento. Ahora, de ahí a denostar a Galdós... Nunca. Él nos enseñó, igual que los maestros contemporáneos en su época, cómo construir un personaje y moverlo por la ciudad. Juan Benet lo adoraba. Compartíamos esa admiración. ¿Renegar de Galdós? ¡Que no nos toquen los cojones!”.

Confiesa que para escribir se pliega a la manía del orfebre: “Voy párrafo a párrafo. Tampoco tienes otra cosa que hacer. Partido a partido. Por algo soy del Aleti”. En algo debe diferenciarse la literatura de otras artes como el periodismo. En la lentitud, cree Longares: “No me convence eso que llaman novela con lenguaje periodístico. Lo mismo que no me creo un periódico escrito con un exceso de lenguaje literario”.

La prisa se antoja mala aliada para el oficio: “Por eso vivimos un descrédito continuado de la literatura. Esto es algo que no se puede hacer de pie. Como leer. Para leer tienes que quedarte sentado y la gente se lía con mucha facilidad. El mundo de hoy no resulta propicio para este trabajo. El ambiente, digo. Escribir conlleva cierta renuncia a la vida”.

Aunque, en su caso, haya excepciones: “Las comidas con los amigos. La amistad es esa espita fervorosa y cordial que debemos defender contra todo. Un partido en la tele, también. Poca cosa más. Soy muy de mi casa, sedentario. Salir me cuesta. Para venir a esta entrevista he hecho un análisis de la situación: qué me pongo, a qué hora salgo, ¿lloverá?…”. Llegó y volvió a partir hacia su mundo. Sin sobresaltos. Ese en que la música y el ritmo de las palabras que Longares deja en el papel pugnan por hacernos la vida más llevadera.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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