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Crítica | Historias de una indecisa
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un dilema de laboratorio

Es una convencional comedia romántica, cuya protagonista femenina se debate entre dos pretendientes igualmente ideales

Alexandra Lamy, en 'Historias de una indecisa'.
Alexandra Lamy, en 'Historias de una indecisa'.

HISTORIAS DE UNA INDECISA

Dirección: Eric Lavaine.

Intérpretes: Alexandra Lamy, Arnaud Ducret, Jamie Bamber, Anne Marivin.

Género: comedia. Francia, 2017.

Duración: 95 minutos.

La cámara adopta la visión subjetiva de una abeja que vuela de flor en flor en los sospechosos aspavientos formales que abren esta película. Sospechosos, porque es inevitable plantearse qué es lo que pretenden esconder esas enfáticas tomas aéreas sobre jardines palaciegos: probablemente estén ahí para, como diría el Charles Kaznyk de Súper 8 (2011), añadir valor de producción a un producto que, realmente, ya se estaría pasando de vanidoso si aspirara a ocupar la franja de sobremesa sabatina en una parrilla televisiva. Eric Lavaine logra que ese prólogo se convierta en algo parecido a una autocrítica: el recorrido de la abeja termina en el interior de una lata de refresco, del mismo modo en que las promesas de Historias de una indecisa se estrellan cuando el espectador comprende que la elemental caracterización de la protagonista solo está ahí para sostener un conflicto central de laboratorio de guion especializado en fórmulas de usar y tirar.

Historias de una indecisa es una convencional comedia romántica, cuya protagonista femenina se debate entre dos pretendientes igualmente ideales. Lavaine y sus coguionistas Laure Hennequart y Laurent Turner necesitan apoyar el dilema sobre una debilidad de carácter de la heroína –su incapacidad para decidir, que se extiende de lo más importante a lo más trivial- para sumar a su mecanismo el no menos socorrido componente de la lucha de la protagonista contra su propia naturaleza.

Alexandra Lamy repite con Lavaine después de Vuelta a casa de mi madre (2016), aportando el parco consuelo de que, en esta ocasión, su personaje, por lo menos, no intenta funcionar como reducción frívola de un problema social –el de los cuarentones violentamente excluidos del paisaje laboral por la crisis económica- reciclado como mera excusa narrativa para una comedia frívola y rutinaria. Muy poco a lo que agarrarse, de todas formas.

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