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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Retorno a ‘Follies’

Este musical es más que una cumbre, es una cordillera de canciones, cada una tan alta como la anterior

Marcos Ordóñez

Quizás no debería decir esto, pero la otra noche me sentí en el cine como en el teatro, e incluso mejor: Follies, de Sondheim y Goldman, en el esplendoroso montaje de Dominic Cooke, que se vio en el Olivier londinense desde el pasado agosto hasta principios de enero, se ha proyectado en sesión única en varias salas de la cadena Yelmo. Las filmaciones de NT Live son toda una experiencia, una inmersión, como estar en la mejor butaca: rodaje con varias cámaras, encuadres deslumbrantes, sonido envolvente, y la guinda del subtitulado. Podría hablar durante horas de este Follies, pero recordaré a la pequeña y enorme Imelda Staunton, que fue miss Adelaide en Guys and Dolls y Mamma Rose en Gypsy, y aquí es Sally, y con Philip Quast (Benjamin), Janie Dee (Phillys) y Peter Forbes (Buddy) encabeza un reparto en el que todos están sublimes de principio a fin.

“Salí admirando Follies más que nunca”, acababa su crítica Michael Billington en The Guardian. Me sumo, reverente. Follies me sigue pareciendo una cumbre. Qué digo cumbre: una cordillera de canciones, cada una tan alta como la anterior, 22 éxitos instantáneos. No todos la recibieron así en 1971, cuando se estrenó en el Winter Garden neoyorquino: ganó siete tonys, estuvo más de un año en cartel, pero no hizo gira y perdió toda su inversión, lastrada por la etiqueta de “deprimente”, auténtico veneno para la taquilla. Con los años y las reposiciones, los adjetivos mudaron en progresión ascendente: conmovedora, sofisticadísima, deslumbrante. Todo un clásico, que gana adeptos a cada revival. Por cierto, anoten: la producción de Cooke volverá al Olivier el próximo año.

La memoria es la gasolina de Follies. Memoria musical (a la manera de Borges, parece que Sondheim inventa a sus precursores: Porter, Arlen, Gershwin, Kern, Rodgers & Hammerstein y un largo santoral), y el paso del tiempo como eje y detonante: los fantasmas del pasado, las rutas que no se tomaron. La potencia emocional de libreto y partitura genera recuerdos reales e imaginarios. De camino al Comedia barcelonés, crucé frente a lo que fue el Novedades, donde Mario Gas hizo temporada con A Little Night Music, y mi abuelo tocó durante la guerra, y ahora es un inmenso socavón. Vi Follies por primera vez en 2002, en el Royal Festival Hall, y 10 años más tarde en el Español, la suntuosa despedida de Gas, pero mientras me entraba en vena por tercera vez fue como si la hubiera visto en 1971 y mucho más atrás: como si mi falsa memoria súbitamente verdadera me enviase recuerdos de las follies de Dimitri Weissman, alter ego de Ziegfeld. Suelo romper a llorar con la bellísima In Buddy’s Eyes, que Imelda Staunton interpreta como una mezcla entre Debbie Reynolds y Ruth Gordon, pero esta vez se me empaparon los ojos desde la obertura, que se despliega como un lento e implacable tsunami. A la salida me encontré con Vicky Peña, que me había ganado por muchos litros de recuerdo, y en cada pupila brillaba su Phillys nadando río arriba.

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