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Columna
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Ofrenda

El misterio de la nueva novela de Martín Garzo agita muchas capas de nuestro ser

Una imagen de 'La Bella y la Bestia' (1946), de Jean Cocteau.
Una imagen de 'La Bella y la Bestia' (1946), de Jean Cocteau.

En una nota emplazada al final de su reciente novela, titulada La ofrenda (Galaxia de Gutenberg), su autor, Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948), explica las diversas fuentes mitológicas usadas por él como principal fuente inspiradora de su relato, que gira esencialmente sobre el tema de la Bella y la Bestia, un asunto que hizo popular al parecer, por primera vez, dentro del género fantástico de cuentos infantiles, la escritora francesa Jeanne-Marie Leprince de Beaumont (1711-1780), pero que comprime, a su vez, un ancestral venero legendario, luego ampliamente recreado por la narrativa de muy diversos géneros artísticos en nuestra época. En puridad, lo que tiene de turbador este caudal histórico no es que un monstruo capture a una hermosa doncella, sino que esta acabe enamorándose de la bestia, algo tabú porque nos remite a la aceptación insoportable de nuestra original condición animal.

Como siempre he pensado que la doctrina del progreso está de suyo lastrada desde el momento en que no es capaz de hacer el balance de las pérdidas que los cambios nos infringen, me interesó sobremanera el desafío que plantea Martín Gazo en su pesquisa retrocesiva, pues indaga la veracidad de lo que nos ocurre explorando en las aguas cenagosas de nuestro origen. En el caso de La ofrenda, trasladando a una joven enfermera española de comienzos de la década de 1960 a un islote, Taboada, emplazado en el subcontinente africano, al sur de Madagascar, contratada en aquel remoto y primitivo lugar para atender a una anciana y extravagante dama millonaria, de salud precaria. Sobre esta base, Martín Gazo hilvana una misteriosa intriga en la que la joven se ve progresivamente enredada en un misterio abisal de las profundidades acuáticas, no muy distinto del que cualquier mujer embarazada concibe en su seno.

Obviando el dar más detalles de este argumento romancesco, al menos a mí me parece claro que el trasfondo filosófico de este enredo es la reflexión que hace Martín Gazo del poder femenino como médium esencial, no solo biológicamente para crear vida y así desentrañar el sentido original de la existencia, sino para responsabilizarse éticamente de dicha empresa. Se trata, en fin, de pensar qué significa de crucial el amor como entrega; como, en efecto, ofrenda. “Yo era” —escribe la joven en su diario— “como esas muchachas que, en los cuentos, no pueden dejar de dirigirse hacia el lugar indecible donde tal vez les es pera la destrucción, porque en su tierno corazón conocimiento, muerte y amor son aún la misma cosa”.

Convoca Martín Gazo en su relato muchos fantasmas legendarios como, entre otros, el mito erótico de Eros y Psique o el del embriagador canto de las sirenas. El misterio de esta novela agita, por supuesto, muchas capas de nuestro ser, sobre todo, las que palpitan en las profundidades del subsuelo. Pero, como dijera el gran poeta Hölderlin, cito de memoria: “Lejano y oscuro está el gran Dios / pero allí donde habita el peligro, se halla lo que rescata”. De manera que solo cabe agradecer el don de la vida mediante la ofrenda de uno mismo, una aventura esencial.

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