Edith y Eddie: casados a los noventa, separados contra su voluntad
Un documental que opta a los Oscar repasa el idilio y el drama del matrimonio interracial más anciano de la historia de EE UU
Se conocieron en una lotería. Él esperaba sentado y ella se acercó. Le pidió que por favor jugara su número. Él lo hizo, pero no salió. Lo intentó de nuevo; nada. Ella le dijo que no importaba, que se rindiera. Él lo jugó una vez más. Bingo. “Nos dividimos los 5.000 dólares”, cuenta Eddie ante la cámara. Poco después, ya lo compartían todo. En 2014, se casaron. “El matrimonio interracial más anciano de la historia de EE UU”, decretaron varios medios locales. Eddie, blanco, tenía 95 años; Edith, 96 y la piel negra. Aunque para ellos el color resultaba irrelevante. “Decidimos que lo importante es el del corazón. Y es rojo”, dice Eddie. “Sí, fue un flechazo”, sonríe. Justo a tiempo. Hacia el final, pero cogidos de la mano.
Iba a separarlos solo la muerte; sin embargo, una hija de ella se adelantó. Reescribió el epílogo de la fábula de Edith Hill y Eddie Harrison. Y, de paso, revolucionó la película que Laura Checkoway estaba rodando sobre ellos. “Empezó como un filme para celebrarlos. Acabamos descubriendo un drama que afecta a miles de ancianos en todo EE UU”, asegura por teléfono la creadora de Edith+Eddie, por el que opta este domingo a un Oscar al mejor corto documental.
Cuando la cineasta entró en su existencia, ambos dejaban pasar sus últimos días felizmente en la casa de ella, en Virginia. Rebecca, una de las dos herederas de Edith, estaba más que conforme. Pero la otra, Patricia, en absoluto: sostenía que Eddie robaría su herencia, que su madre, enferma, ya no podía decidir por sí misma, y que debía irse con ella a Florida. Su desacuerdo llegó ante un tribunal, que nominó a un “guardián” independiente para dirimir la cuestión. Y así fue como una desconocida dividió a un matrimonio de 10 años al que no había visto en su vida: sentenció que Edith se marcharía un tiempo a Florida, mientras se aclaraba “como cuidarla mejor”. Ellos protestaron, se opusieron, pero nada contaba: su voluntad, su enlace, su rabia. Un día el coche de Patricia llegó y se llevó a Edith. Justo antes, pudieron al menos conocer en persona a su guardiana, Jessica Niesen. Eddie le soltó: “Eres mala. Los diablos duermen debajo de tu cama. Te acordarás de esto hasta que mueras”.
Él, a partir de entonces, se dedicó a esperar. Pero Edith no volvía. “Pensaba que se trataba de un incidente aislado, pero nos dimos cuenta de que era algo alarmante y frecuente”, explica la cineasta. Una investigación de The New Yorker, titulada Cómo los ancianos pierden sus derechos, confirmó sus sospechas.
Ante mayores declarados "incompetentes" —por demencia, pérdida de memoria u otras discapacidades—, si sus cuidadores no pactan qué hacer (o a veces incluso por encima del criterio de los familiares), el Estado suele entregar su destino, sus derechos y sus pertenencias a un “guardián”, como ocurrió con Edith y Eddie. El sistema permanece casi idéntico desde una ley de hace 800 años, exportada de Reino Unido a sus colonias, centrada en la idea de que el poder público ejerza de padre de los ciudadanos incapaces de cuidarse.
Para convertirse en guardián, en muchos casos, basta con un simple curso. A falta de datos a nivel nacional, el reportaje calcula que hay 1,5 millones de ancianos bajo esta figura jurídica en EE UU. Debería ser temporal, pero se vuelve permanente. “En general los guardianes tienden a meter a los mayores en algún instituto, porque les resulta más fácil gestionarlo. Además, tienen sus propios intereses”, defiende Checkoway. Traducido: se encargan de bienes y testamento de sus protegidos, un patrimonio que según The New Yorker asciende a unos 273.000 millones de dólares. Los guardianes tienen plena libertad para disponer de él, venderlo, usarlo para cubrir sus gastos, o su propio beneficio.
Checkoway no quiere seguir hablando de la polémica: para eso está el filme. Prefiere contar cómo se enamoró de Edith y Eddie, por una foto que le enseñó un amigo. Aparecían en un sofá, sonriendo: “No podía dejar de mirarlos”. La directora logró contactar con la pareja, que accedió a dejarse filmar. Es más: se iban a bailar y la invitaron. Ese día se conocieron y la cineasta los retrató en la secuencia que abre la película. Durante tres meses, se mantuvo a su lado y los grabó. Con gastos mínimos y autofinanciados. En la misa, en el parque, en el salón de casa. Cuando Edith cuenta que está “agradecida de vivir” y que “todo el mundo debería hacerlo lo mejor que pueda”. Y cuando Eddie relata que la ama porque es “gentil y muy habladora”.
Filmó la tarde en que los separaron, y los días vacíos de él sin su esposa. Cuando, semanas después, el anciano se derrumbó y fue ingresado de urgencia en el hospital, la cámara de Checkoway siguió grabando. La directora sostiene que varios espectadores le han dicho que Edith+Eddie les inspiró y animó a cuidar más de sus padres. Por eso, Checkoway invita a visitar su web y pedir una proyección del filme. "La película quiere plantear preguntas honestas sobre lo que genera un sistema deshonesto", afirma. Empezando por una, quizás la más sangrante: "¿Por qué no honramos a nuestros ancianos?".
Productora ejecutiva: Cher
La cantante Cher descubrió la historia de Edith y Eddie en los noticiarios. Se enteró de su idilio y su separación forzada. Y decidió intervenir. "Estaba conmovida y quería ayudarles. Entre otras cosas, les pagó un abogado", explica Laura Checkoway. De paso, la estrella musical también se sumó a la película, como productora ejecutiva. Para entonces, el filme ya estaba terminado, pero la presencia de Cher reforzó su visibilidad y su campaña para los Oscar.
"Son las personas más hermosas que haya visto nunca y su amor era real. Lo que les ha ocurrido es horrible, es un abuso contra los ancianos y está sucediendo por todos los lados. Esperamos que la película pueda contribuir a cambiar las cosas", declaró la cantante a The Hollywood Reporter.
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