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Jerónimo Elespe: “Lo importante es el arte, no el artista”

El pintor expone 21 obras en la galería madrileña Maisterravalbuena, está presente en Arco en una sala neoyorquina y una de sus pinturas forma parte de una muestra en el Museo Reina Sofía

Rut de las Heras Bretín
Jerónimo Elespe, junto a su obra 'Navigators' en la galería madrileña Maisterravalbuena.
Jerónimo Elespe, junto a su obra 'Navigators' en la galería madrileña Maisterravalbuena. ANDREA COMAS

Entrar en la exposición de Jerónimo Elespe es introducirse en su universo, tanto en la forma como en el fondo. El compartimentado espacio que han construido en la galería madrileña Maisterravalbuena y que la ha dividido en siete pequeñas salas no es más que la reproducción de la casa-estudio del artista. Al recorrer el pasillo y los pequeños habitáculos —"celdas", las llama Elespe—, el visitante se mete de lleno en la obra de este pintor, atraído por ese imán que son sus pinturas y que invitan a leerlas a nivel perpendicular, no en plano, si no hacia dentro y descubrir (aunque solo se pueden imaginar) las capas que el pintor ha ido tapando y sobre las que ha seguido creando.

Elespe (Madrid, 1975) decide lo que cubre y deja a la vista el tiempo de trabajo, años incluso, que le dedica a cada pieza. Eso crea un misterio, una tensión, una condensación de información que está seguro de que se percibe, aunque la realidad se quede para él. Y así es. Cada obra es una pequeña puerta —minúscula a veces, de tres o cuatro centímetros— a ese universo interior del artista, a un caldo de cultivo para el que no se sabe si es mejor usar un telescopio o un microscopio. Esa concentración se materializa en su estudio del centro de Madrid, casi una copia de los que ha tenido en Manhattan, Brooklyn o Malasaña, lo genera su obra, su forma de crear. En la entrevista que mantuvo con este periódico dejó varias veces claro que lo que importa fundamentalmente es el arte y que todo en su vida gira en torno a la creación: su hogar, sus lecturas (es un ávido lector y en cualquier momento de la conversación hace referencias tanto a Pynchon o Nabokov como a la última columna que haya leído de Javier Marías o de Alberto Olmos), lo que escribe —que por ahora no ha pensado en publicar—. Su estudio es el epicentro de su casa y la palabra "celda" en el sentido monacal tiene sentido cuando se conoce: pequeño y austero pero cálido —predomina la madera— ordenado y limpio —dice ser así cuando trabaja—.

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Sentado en una silla antigua y creando sobre el buró que había en casa de una tía suya uno puede aventurar una imagen similar a la de un miniaturista o a la de amanuense y él no cree estar lejos de esa idea, no tanto por el virtuosismo si no por la concentración, condensación y esa situación íntima. Por esa actitud como de escribir y reescribir. Cuando acaba de montar sus exposiciones empieza a darles un sentido a encontrar los recorridos, en ese momento está ahora con la muestra de 21 obras en Maisterravalbuena que se puede visitar hasta el 7 de abril y a la que ha preferido no dar título porque no ha encontrado ninguno que le resultara honesto. En su taller, a dos semanas de que se inaugurara Arco, tenía preparadas las piezas que iban a la feria con Van Doren Waxter, su galería neoyorquina con la que está preparando otra muestra para septiembre. Habla de piezas, porque eso le da un sentido de objeto, de materia, tanto sus cuadros sobre su habitual soporte: el aluminio, como el papel japonés. Ha vuelto al grabado, lo trabajó durante sus estudios de Bellas Artes en Estados Unidos de donde regresó hace 10 años, lo ha retomado y señala que le hace forzar el músculo y salir de su zona de confort. Lo primero por el proceso creativo, por el cómo saldrá, por tener que pensar a la inversa y lo segundo porque le hace salir de la soledad del estudio, necesita ir a un taller de grabado, trabajar con otras personas y eso no es lo que más le caracteriza, aunque no se niega a ello. Su obra está plagada de influencias, obviamente la pintura, la literatura, pero también el cine y la música experimental, ámbitos con los que tiene relación, su esposa y algunos amigos se dedican a ello. No sabe cuándo pero intuye que dará el salto y hará trabajos colaborativos, pero siempre con el estudio como referencia, como lugar al que volver.

'Personal Mixup', 2017. Óleo sobre panel de aluminio del artista Jerónimo Elespe (6 x 4 centímetros).
'Personal Mixup', 2017. Óleo sobre panel de aluminio del artista Jerónimo Elespe (6 x 4 centímetros).

Hay influencias que vienen de fuera y que forman parte de su obra, pero también de fuera llegan interferencias. Ahora ya no le cuesta cerrar -metafóricamente- la puerta del estudio, cuando era más joven le costaba más desconectar. Repite que lo importante es el arte, "ni siquiera el artista". De los agentes que distorsionan el mundo en el que se mueve dice que "adquieren un protagonismo absurdo, es incómodo y se da al artista de lado. Eso tiene de positivo que te dejan tranquilo", acaba bromeando y asegurando que el protagonismo es muy efímero. Pero Elespe es un gran defensor de los galeristas: "Su labor es admirable pero nada envidiable". " En Cuestiones personales, la exposición de la colección de Soledad Lorenzo, que acaba de finalizar en el Museo Reina Sofía, colgaba una de sus obras. Y de Belén Valbuena y Pedro Maisterra destaca, además de su trabajo, que son de su generación y que conviven con los problemas de los que están en torno a los 40 años. A Elespe le alegra haber pasado esa edad, se quita el sambenito de seguir siendo artista joven o emergente y todavía le queda mucha vida creativa por delante, ni rastro de crisis.

Crisis, la de la pintura, pero es su estado natural. "Vive en la duda constante. Está en continuo contacto con su propia crisis, está acostumbrada a ella y de ella se alimenta", asevera el artista y añade: "Yo mismo dudo, creo en ella, pero dudo. Hablar de pintura es hablar de la vanguardia más absoluta del arte, porque está a la cabeza de la crisis".

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