“La pintura es ideal para la memoria”
El artista Jerónimo Elespe solapa vida y trabajo en su estudio del centro de Madrid
Todo surge en casa. En la familiar, Jerónimo Elespe (Madrid, 1975) empezó a pensar que quizá sí podía ser artista. De pequeño, le gustaba dibujar y le fascinaban las visitas al Museo del Prado o las sesiones de diapositivas que su padre organizaba para adentrarles a él y a su hermano en la obra de El Greco, Velázquez o Goya. Pero el arte no le parecía una opción factible. Lo pragmático era matricularse en Económicas. Afortunadamente, su padre le mostró la salida: le compró pinturas y pinceles y le enseñó a utilizarlos. Elespe no tardaría en marcharse a Nueva York a estudiar Bellas Artes. Hoy, su obra también empieza (y termina) en casa. “Nace del contexto en el que estoy ahora mismo. Sale de aquí, de donde vivo”. Un apartamento en el centro de Madrid que, según el pintor cántabro Juan Uslé, “es el mismo, otra vez” que aquellos que Elespe ocupó en Brooklyn, Manhattan o New Haven. Y es que para él, “tener un buen lugar es vital. Al tener el estudio en mi casa, mi vida personal y de trabajo se solapan, se alimentan la una a la otra”.
Tras 12 años en Nueva York, el artista regresó a Madrid en 2008. “Tenía ya 33 años, me había afianzado allí y quería conseguir cosas en España y Europa. El peligro de ciudades tan grandes y cosmopolitas como Nueva York o Londres es que lo tienen todo y te pueden atrapar. Puedes llegar a los 40 y ser un artista londinense”. Mentalmente, no obstante, sigue en Estados Unidos. “Allí mantenía un diálogo con la comunidad artística muy estimulante. Mi mundo está allá y probablemente tarde o temprano vuelva”.
Por el momento, Madrid es cómoda, le permite concentrarse más en su trabajo. El año 2014 lo ha pasado encerrado en su casa-estudio, preparando la exposición que puede verse en Ivorypress hasta el próximo 10 de enero: Lost Grey Machines —literalmente, “perdidas máquinas grises”—. “El título es una referencia que le venía bien a mi proceso, a cómo dejo abandonados estos objetos grises durante meses, incluso años”. Con lentitud, Elespe suma y resta capas de pintura hasta dar con la imagen que busca. Guarda las obras en unas cajas blancas de cartón que le hacen a medida, y que él apila en las baldas de su pequeño estudio. En ellas olvida las obras durante un tiempo, hasta que las rescata de nuevo, raspa su superficie y las vuelve a pintar. Desde su último año de universidad emplea paneles de aluminio como base. “Quería un soporte más rígido que me permitiera experimentar durante un periodo largo y resaltar la parte objetual. Con el tiempo se van convirtiendo en objetos, es casi como si fueran una guitarra”.
En el único cuadro que cuelga en la habitación asoman, al menos de momento, tres rostros. Pero la transformación no ha terminado, y Elespe no sabe cuánto le queda al cuadro. Se encoge de hombros. “Solo acierto a decir que está bastante avanzado”. Su obra, le dicen a menudo, parece estar fuera del tiempo. “Soy consciente de que puede resultar anacrónica, por el estilo de la pintura y por el formato, pero yo hago lo que tengo que hacer. Tiene que ser así”.
Además de sus característicos óleos sobre aluminio, en Lost Grey Machines hay una buena muestra de los dibujos de Elespe, menos conocidos. “En la exposición los muestro en vitrinas: quería tratar de replicar el trabajo creativo, que hago en horizontal, porque son obras muy físicas”.
Elespe trabaja por la noche. Duerme por el día. Cuando pinta, escucha la radio, podcasts de cursos de iTunes U o, sobre todo, audiolibros. Submundo, de DeLillo. La Odisea, la Eneida. Mucho Conrad. “La literatura se infiltra de varias maneras en mi obra, pero no obvias, a veces incluso crípticas. Muchas veces lo que escucho en un audiolibro es lo que me dicta un título. Por ejemplo, uno de mis cuadros se llama Underworld por DeLillo”. Los libros le ayudan a continuar, a perseguir ciertas ideas. “Thomas Pynchon o Salinger son como guías. Es reconfortante que estén ahí. Con Pynchon comparto la obsesión por el detalle. El tatuador, de Tanizaki, me acompaña mucho. Y Poe quizá sea otra influencia más obvia: los retratos, lo doméstico, los interiores, las arquitecturas, son puro Poe. En mi obra tengo tan presente la literatura como la pintura”.
De hecho, para Elespe sus cuadros son en realidad diarios. “Legibles no tanto para el espectador como para mí. Son como rutas que me permiten recordar esas vivencias personales, porque la mayor parte de mis obras tienen un origen autobiográfico, aunque a veces gire y sean puras abstracciones. La pintura, por su proceso acumulativo, es ideal para la memoria”.
CUESTIÓN DE GUSTOS
1. ¿En qué obra se quedaría a vivir? En Fuegos artificiales en el puente Ryogoku, de Utagawa Hiroshige.
2. ¿A qué artista de todos los tiempos invitaría a cenar? Como no sé cocinar, si fuera en mi casa, invitaría a Philip Guston. Tengo entendido que era un gran cocinero a altas horas de la noche.
3. ¿Cuál ha sido el mejor momento de su vida como creador? El día que decidí definitivamente que no quería dedicarme a ninguna otra cosa.
4. ¿Qué encargo no aceptaría jamás? Supongo que algo que tenga que ver con las alturas, como pintar frescos… Tengo mucho vértigo.
5. ¿Qué libro no pudo terminar? Moby Dick. Al tener el lomo muy grueso y visible, me recuerda todos los días, malencarado desde la estantería, que allí sigue.
6. ¿Qué hizo el último fin de semana? Estuve leyendo El día de la langosta, de Nathanael West.
7. ¿Qué está socialmente sobrevalorado? Como artista tímido: las inauguraciones, me dan mucho apuro.
8. ¿A quién daría el próximo Premio Velázquez? Probablemente a alguien con muy mal genio, para ver qué dice en el discurso.
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