Cuando King Kong contempla a la mujer rubia
Sexo, amor y soledad en ‘La ofrenda’, la última novela de Martín Garzo
Muchas veces se dijo sexo en la presentación de La ofrenda (Galaxia Gutenberg), la última novela de Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948). La palabra la dijo él, rejuvenecido, como si el otras veces más retraído, y tan educado, novelista se hubiera quitado de encima timidez y años. Y la dijo Andrés Barba, su presentador. Luego se combinó con amor y belleza, pero el sexo no dejó de alumbrar la noche.
Fue en la Librería Alberti, el pasado lunes en Madrid; y para ser lunes aquello estaba atiborrado. Ni una carraspera: sobre todo cuando, para afirmar los elementos de la novela (una mujer, Patricia Ayala, va a una isla remota cerca de Madagascar a cuidar, por un buen precio, a una anciana; allí aspira a olvidar a un amor) el autor recurrió a dos historias de su predilección, la de King Kong y la mujer rubia y la de La bella durmiente.
“El hombre no puede resistir tanta realidad”, decía Eliot, y cree Martín Garzo, y recurre a esas estratagemas, el cuento, el sueño, para explicarse. Y La ofrenda contiene cuentos que son herederos literarios de ambas fábulas eternas: el monstruo que contempla a la bella y en lugar de dañarla la admira como si ahí se interrumpiera la bestia y naciera el amor. En cuando a La bella durmiente, pues tres cuartos de lo mismo.
Las dos fábulas entretuvieron tanto a Martín Garzo (y al auditorio) que luego le preguntamos por sus respectivos significados. “La película King Kong habla del tránsito del mundo del deseo al del amor. El deseo quiere satisfacerse, y para él el otro solo es el alimento que necesita para conseguirlo; en el amor lo que cuenta es ese otro, su cuidado, su proximidad, aunque no se sepa qué hacer con él. Ortega y Gasset dijo que el amante es aquel que es incapaz de concebir un universo en el que el ser amado está ausente. Eso le pasa a King Kong, por eso renuncia a su fuerza”.
Ahora no tiene buena prensa el amor romántico. “Y es por pensar que da lugar a un sinfín de ilusiones e ideas falsas acerca de los demás, porque se dice que un amor así no existe. Pero que no exista no quiere decir que no lo necesitemos. ¿Cómo podríamos vivir sin lo que no existe? El arte en su conjunto es un diálogo con lo que no existe: con los seres que pueblan nuestra imaginación, con los muertos, con las criaturas que visitan nuestros sueños. El hombre no puede soportar tanta realidad, exclama el cuervo de los Cuatro cuartetos de Eliot”.
Vida dormida
¿Y qué pinta La bella durmiente en los conceptos que se conjugan en La ofrenda? “La bella durmiente simboliza nuestra vida dormida, todo eso que pudimos ser y no fuimos, todo lo que soñamos y dejamos sin realizar. No es verdad que esa vida no vivida no forme parte de nosotros, nos acompaña en secreto, nos pide cosas que no nos atrevemos a darle. Acompaña, sin que nos demos cuenta, a la vida que estamos viviendo. Es la vida de nuestros sueños. La escritura para mí es despertar esa vida que duerme en nosotros”.
Parece que todo vive en el aire, como los cuentos. Pero hay conflicto. “¿Cómo podría haber historia si no? Mi protagonista llega a la isla huyendo de sí misma, de su pasado, de una vida que no le gusta. Su madre nunca la ha amado, se ha ahogado ante sus ojos el niño que cuidaba, está inmersa en una relación turbia con uno de sus compañeros en el hospital en el que trabaja… Quiere escapar, huir de todo eso, y llega a la isla donde al principio todo le va mal, pues no entiende qué lugar es ese ni lo que se espera que haga…”.
Para el resto, para saber cómo vienen el sexo, del que tanto se habló en la presentación, la soledad y el amor, tendrán que leer ustedes La ofrenda.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.