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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sexo hasta reventar

Extraña y desconcertante pero explosiva puesta en escena de Lauwers del último guión de Cassavetes

Una escena de Begin the beguine, en el Lliure.
Una escena de Begin the beguine, en el Lliure.Marc Ginot

Extraño y desconcertante, pero con la fuerza de un ciclón. Así ve la luz Begin the Beguine, un guión inédito que el actor, guionista y director John Cassavetes escribió en 1987 para sus amigos Peter Falk y Ben Gazzara. Resucita ahora como obra teatral que, bajo turbadora mirada de Jan Lauwers, director de Needcompany, el Teatre Lliure estrena en España (solo tres funciones, hasta el jueves). Ya enfermo, Cassavetes sabía que la muerte le acechaba cuando escribió el guión y, en principio, de eso va la obra, de la vida al límite, del final del camino de dos viejos amigos que, decididos a acabar su vida practicando sexo hasta la muerte, van llamando a prostitutas para que acudan a su apartamento.

Begin the Beguine

De John Cassavetes. Dramaturgia: Elke Janssens. Gonzalo Cunill, Juan Navarro, Inge Van Bruystegem y Romy Louise Lauwers. Dirección: Jan Lauwers. Producción del Burgtheater de Viena y Needcompany. Teatre Lliure. Barcelona, 23 de enero.

Probablemente, el origen de este guión que, tras hallarlo de manera inesperada, la Fundación Cassavetes ofreció a Jan Lauwers, clava su primera raíz en Shadows, opera prima del cineasta estadounidense, con las relaciones interraciales de fondo y música del genial Charles Mingus. Fue rodada en 1959, más para que los actores analizarán su trabajo que para ser exhibida.

La reflexión sobre el oficio de actor fue una constante en su obra: con su mujer y actriz fetiche, la fascinante Gena Rowlands, exploró los límites de la convivencia y el desgaste emocional en Una mujer bajo influencia (con Peter Falk) y Noche de estreno. De eso también va, con muchas sombras y luces, Begin the Beguine, espectáculo en español, francés e inglés (sobretitulado en catalán), con dramaturgia de Elke Janssens, que dura dos horas sin descanso y en su tramo final se hace largo.

Peccata minuta, porque, más allá de la vigencia del texto -una rara mezcla de frases y situaciones absurdas, con gotas de filosofía teñida de enfermizo pesimismo vital- lo que deslumbra en este montaje gestado en el Burgtheater de Viena y rodado en el Humain trop humain de Montpellier, es el arsenal de ideas teatrales de Lauwers, un mago a la hora de crear espacios para la intimidad en los lugares más insólitos.

Hay que ver cómo llenan el escenario del Lliure de Montjuïch - está casi vacío, con cuatro sillas, una mesa y dos percheros- los cuatro actores protagonistas que no solo rompen la cuarta pared; su aparición en la sala, desnudos, saludando y riendo de camino al escenario, ya pone en situación al respetable ante un montaje que rompen todas las paredes físicas y emocionales en un agotador tour de force.

Gonzalo Cunill y Juan Navarro encarnan, respectivamente, a Gito Spaiano y Morris Wine, más envejecidos por la mala vida que por la edad y muy diferentes; el primero es hombre de mundo y gustos caros; su amigo es más primario y soñador, pero los dos fingen una vida que no soportan. Hablan más que fornican y no se sabe siempre bien de qué hablan. Pero hay que aplaudir cómo hablan y cómo callan en un imponente trabajo que concluye con un golpe psicológico que no hay que desvelar.

Por su apartamento, al final de una carretera de la costa, desfilarán una decena de prostitutas que, en un brillantísimo ejercicio, interpretan dos soberbias jóvenes actrices, Inge Van Bruystegem y Romy Louise Lauwers, hija del director. Se cambian constantemente, a la vista, de maquillaje, peinado y ropa, que se ponen y quitan con pasmosa rapidez; en cada escena hay siempre equilibrio de fuerzas en un juego de poder entre dos parejas a las que podemos ver en sus fiestas sexuales a través de una videocámara.

Ellas fornican más y hablan menos, pero les basta un gesto, una réplica, un cambio de voz para marcar su espacio frente al sinsentido de dos machistas que son tan perdedores como maridos y padres que como clientes. No es un texto políticamente correcto con la lacra del acoso sexual hoy tan presente, pero su valor está en otro mundo, que es el insólito espacio que, tanto Cassavettes en la película que no pudo filmar como Lauwers en este montaje, crean para que los actores dejen atisbar el interior de sus personajes entre excesos, temores y frustraciones.

Algo hay de La grande bouffé - en lugar de comer hasta reventar, buscan su en el sexo su escapada final- pero, de nuevo, con muchos matices; aquí afloran sufrimientos y anhelos en la búsqueda del amor, en la hartura ante tanto fingimiento. Nada sabemos del antes y el después de Gito y Morris (¡lo que hubieran hecho Gazzara y Falk con estos papeles!) pero evidencian su fracaso con todas las mujeres de su vida -esposas, hijas, prostitutas- en un espacio que, como bien señala el propio Lauwers, podrían estar muertos y los vemos en su simbólico purgatorio. Da lo mismo porque, de nuevo, lo que de verdad importa son los actores.

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