Campúa, el fotógrafo masón que se convirtió en fiel retratista de Franco
Un libro con varias imágenes inéditas aspira a rescatar del olvido la extensa obra y la vida novelesca del reportero madrileño
Como en un dado, son varias las caras que ofrece Campúa: el retratista de reyes y estrellas de la cultura, el reportero de historias de la calle, el fotógrafo de Franco... Quizás por ello es difícil escoger cuál es el más apasionante de los episodios de su novelesca vida, en la que se paseó por los palacios del poder y sufrió la cárcel en la Guerra Civil y el franquismo. Ahora, un libro editado por La Fábrica, con un prólogo escrito por su bisnieta, la periodista Cristina Ruiz Fernández, aporta varias imágenes inéditas y detalles de su biografía que incluso su propia familia desconocía. Antes hay que aclarar que hablamos del Campúa fotógrafo hijo, porque hubo un Campúa padre del que heredó el oficio de la cámara. José Luis Demaría López (1870-1936) fue uno de los pioneros de la fotografía en España, de cuando había que cargar con pesados equipos y se aplicaban trabajosos retoques en el laboratorio.
Demaría abrió estudio en Madrid, acompañó en sus viajes por España al rey Alfonso XIII, que lo nombró "fotógrafo de la Casa Real", retrató a grandes personalidades y cubrió la guerra colonial en el norte de África. No quería que su hijo José –uno de los cuatro que tuvo– siguiera por el mismo camino, prefería que fuese ingeniero, pero fracasó. Personaje de carácter, ideó ser conocido por una marca, un nombre, y eligió el de la ciudad italiana de Capua. Demaría encargó las tarjetas a una imprenta, pero el operador no entendió bien su letra nerviosa. Cuando el fotógrafo recogió los tarjetones, vio que ponía “Campúa”, pero no montó en cólera, sino que le pareció una denominación rotunda, que su hijo mantuvo para la profesión.
Este, José Demaría Vázquez (Madrid, 1900-1975) montó una agencia con otro fotógrafo y empezó a trabajar para su padre, entonces director de la revista Mundo gráfico, a principios de los años veinte. La baraca le dio la opción de realizar un trabajo que le otorga notoriedad. En junio de 1922, Alfonso XIII viaja a Las Hurdes (Cáceres) para comprobar el aislamiento y pobreza de una comarca que simboliza la situación de buena parte del país. Le acompañan, entre otros, el doctor Gregorio Marañón y Campúa, este gracias a que fue elegido en un sorteo entre los pocos fotógrafos de la época. “Era un viaje muy duro y costoso, así que decidieron que fuera uno y luego pasara copias a todos”, explica Ruiz (Madrid, 1977). “Aquellas fotos son de lo mejor de Campúa”, subraya el fotohistoriador Publio López Mondéjar, que considera que, más allá de su calidad, Campúa tuvo el acierto de establecer sólidos vínculos con los principales personajes del país, incluido el rey, “ayudado por ser el hijo de quien era”.
Así, Ruiz se hace eco de la leyenda que atribuye a Campúa una foto del rey desnudo, mientras se aseaba en un río. "De aquel viaje surgió una gran amistad entre ambos, pero a Campúa le perjudicó mucho su salud, los pulmones", por lo que llegó a ser ingresado en una clínica de Suiza. A su estado no ayudaba una vida de francachela. Ruiz rememora que la madre de Campúa llegó a consultar al doctor Marañón, alarmado por el joven bon vivant. El galeno le contestó: “No te preocupes, no va a durar mucho, no pasará de los 25 años”.
Pero sobrevivió, incluso a la cárcel en la Guerra Civil. Campúa había ingresado en Falange Española "tras un discurso de Primo de Rivera que le había impactado", señala Ruiz. Al poco de comenzar el conflicto, la oficina de los Campúa es asaltada, de ahí que apenas se conserve obra de aquellos años. "Al padre lo meten en una checa y cuando lo sueltan le asesinan por la espalda. Eso cambia la vida de su hijo. A él también lo apresan, pero logra salir y huye". En Alicante embarca hasta Marsella y entra de nuevo a España por el frente del norte y sigue el avance de las tropas de Franco —al que ya retrata en numerosas ocasiones— por Bilbao, Oviedo, Teruel, Barcelona y Madrid. Al final de la guerra también pierde a su madre y a una hermana.
Ese estrecho vínculo con el dictador le convierte, en 1941, en el programador de las películas que veía Franco en el palacio de El Pardo. Pero algún enemigo del pasado se la juega. Un chivatazo alerta: "Campúa es masón". En 1928 había ingresado en una logia llamada La Unión. Es fácil imaginar la reacción del "generalísimo", habituado a tildar a sus enemigos con el latiguillo de "conspiración judeo-masónica".
"En el archivo del Centro Documental de la Memoria Histórica [en Salamanca] encontramos un expediente que incluye sus manuscritos de defensa. Él alegaba que se había afiliado a una logia por un amigo, que se lo había descrito como un grupo de hombres comprometidos con el desarrollo dela sociedad y que no había llegado a ejercer. Mi familia desconocía hasta hace poco cómo fue ese proceso", añade Ruiz. Campúa fue condenado a 12 años y un día de prisión, pero, por segunda vez en su aventurera vida, eludió las rejas con celeridad. Solo estuvo cuatro meses, pero quedó inhabilitado para la fotografía política hasta 1946, cuando fue indultado. "Franco le conocía bien y se trataba del hijo de Campúa, un fotógrafo extraordinario. Le perdonó ese pecadillo", añade López Mondéjar.
Desde entonces, Campúa trabaja sin descanso, con distintos formatos y cámaras. "Solo se sentía incómodo con el color", dice Ruiz. Le encantaba salir a la calle, fuera para fotografiar procesiones, una nevada o a una vaca suelta por Madrid. Gracias a sus negocios como dueño de cines, retrata a escritores y artistas, como Truman Capote, John Huston, Gregory Peck o Gary Cooper. Y, por supuesto, a Franco... y al príncipe Juan Carlos, desde su bautizo en Roma, en su primer viaje a España o en su boda en Grecia.
Campúa muere el 28 de febrero de 1975, meses antes que Franco, por sus maltrechos pulmones. Su trabajo al servicio del dictador le "estigmatizó y relegó", apunta Ruiz. La familia decidió guardar los negativos en casa al comienzo de una etapa en la que aquel material podía resultarles incómodo. Allí reposó décadas. Hasta que hace ocho años, Ruiz decidió junto a su madre encargarse de empezar a catalogar los 300.000 negativos que poseían. El pequeño volumen de La Fábrica es el primer fruto de ese trabajo. "Ojalá sirva para montar una exposición". O quien sabe si una película o una novela.
El empresario que trajo las películas de Disney
Los Campúa, padre e hijo, protagonizaron los primeros pasos del negocio del cine en España, con la inauguración de varias salas en Madrid. El hijo ijo incluso abandonó, entre 1926 y 1932, la cámara de fotos por la cinematográfica. “Le gustaba grabar acontecimientos, por ejemplo un partido de fútbol o una corrida de toros, y luego proyectarlo en sus salas”, dice Cristina Ruiz. Dueño del cine Palacio de la Prensa, en la Gran Vía, inauguró otros tres en la capital y uno en Barcelona. Y fue el primer empresario que trajo las películas de Walt Disney a España, motivo por el que viajó varias veces a EE UU para tratar con el rey del cine animado.
Babelia
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