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Crítica | QUÉ FUE DE BRAD
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Retrato de un hombre cansado

El estado interior, he ahí la clave de esta excelente reflexión sobre la llamada crisis de los cuarenta

Ben Stiller, en un fotograma de 'Qué fue de Brad'.
Ben Stiller, en un fotograma de 'Qué fue de Brad'.
Javier Ocaña

¿Qué es tener una vida feliz a los cuarenta y muchos? ¿En qué consiste el triunfo? ¿En el dinero, en el prestigio, en la calma? ¿Puede llegar un momento en el que alguien sienta interiormente que lo mejor de su existencia ya ha pasado, y que ahora lo mejor de ella está más relacionado con sus hijos que con él mismo? ¿Es eso la resignación? ¿Es el fracaso? ¿O será un triunfo en sí mismo? ¿Se está tirando la toalla, o es la percepción de que el tiempo es básicamente irrecuperable y que ya lo que se ansía son cosas menos terrenales, menos egoístas y más relacionadas con un estado interior?

QUÉ FUE DE BRAD

Dirección: Mike White.

Intérpretes: Ben Stiller, Austin Abrams, Jenna Fischer, Michael Sheen, Luke Wilson.

Género: comedia. EE UU, 2017.

Duración: 101 minutos.

El estado interior, he ahí la clave de Brad’s status, rebautizada en España como Qué fue de Brad, excelente reflexión sobre la llamada crisis de los 40, que al parecer ahora llega casi a los 50. Una historia en forma de road movie, que huye siempre de los clichés, para abordar una recapitulación vital mayúscula en su tragedia y en su comedia. Porque, para mejorar el asunto, está expuesta en clave de comedia desesperanzada, con el sonido desgarrado y a la vez calmante de los violines de la magnífica banda sonora de Mark Mothersbaugh, habitual en la primera etapa del cine de Wes Anderson.

El artífice de tamaño triunfo es Mike White, habitual actor secundario en diversas comedias de éxito —Las mujeres perfectas, Escuela de rock—, esporádico escritor —The good girl, de Miguel Arteta— y cuasi novel director, pues esta es su segunda película. White, de 48 años, se escapa un tanto del lugar común del reverso tenebroso del sueño americano para abordar un conflicto mucho más universal: el de la pérdida de la chispa juvenil, tanto en el compañerismo como en el amor; el de la ponderación de que lo que queda entre muchas amistades de la infancia o la universidad no es más que fuerza de la costumbre, sin complicidad verdadera ni ánimo compartido. El testimonio de un hombre rodeado por el juicio de que las ansias de los veintitantos sólo eran idealismo juvenil, de que fuimos chicos rebeldes de futuro prometedor, como decía la canción, pero que aquellas brillantes ilusiones han quedado en nada.

O quizá no, y esa “nada” en realidad lo sea “todo”. Ésa es la gran dicotomía de la película, con un formidable Ben Stiller y un perfecto en su sosería Austin Abrams, el intérprete de su hijo, ambos de viaje físico en busca de la mejor universidad para el joven, y sobre todo de viaje existencial, pero divertidísimo, delicado y refrescante, por las más altas meditaciones de la vida. En forma de monólogo interior y con mucha voz en off. Desde el legado a la competitividad, desde el sexo en el matrimonio a la espontaneidad de actuación. El retrato de un hombre cansado. Cansado de tonterías.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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