La escuela incierta
Lugar a dudas promueve desde Cali el pensamiento como arma creativa y la idea incierta como escuela de futuro
Un espacio para vacilar, perderse, tropezar, aprender, levantarse, pensar, caminar. Para hacer de la incertidumbre la mejor compañera de viaje. Eso es Lugar a dudas, escrito en minúsculas, uno de los proyectos más experimentales e interesantes de Colombia, donde se promueve y difunde la creación a través de la investigación, la producción y la confrontación abierta de ideas. Nació en Cali en 2004, de manos del artista Óscar Muñoz y Sally Mizrachi, cuando las instituciones culturales de la ciudad vivían en la discreción, sin espacios para exponer arte emergente ni plataformas de experimentación. Proyectos como Helena Producciones animaban entonces el contexto, pero no había un espacio a modo de laboratorio destinado a pensar las prácticas artísticas contemporáneas. La ciudad venía de unos años setenta de furor creativo y colectivo, y de otro ligado al narcotráfico a finales de los ochenta y los noventa. Hoy, Cali presume de movimiento pero en los albores del 2000, la palabra clave era “apertura” y de ella nació este proyecto, un espacio inter-independiente, dicen, pero sobre todo, una forma de resistencia al medio artístico y de respuesta a la crisis institucional.
Empezó con un grupo heterogéneo, formado por personas de diferentes disciplinas que se reunían con la idea de desarrollar ideas y fortalecer una escena artística de la ciudad. Hoy, con un equipo nuevo, con la dirección artística del artista Víctor Albarracín y la colaboración de Breyner Huertas, siguen reuniéndose cada lunes para ver las posibilidades acción. Nada es definitivo aquí y eso es lo que hace tan atractivo este proyecto. “Aceptar las dudas es ya una actitud. La duda no es una buena señal cuando se habla de planificar, formular, crear estrategias, mercadear o incluso aprender. Aquí no nos interesa avanzar en el sentido de crecer o hacer más. Nos importa crear un lugar para pensar”, explican. Los espacios son igual de abiertos. A la sala de exposiciones la llaman “ensayadero” y por allí discurren a sus anchas el ensayo y el error y muchas de las charlas y talleres que imparten. El espacio para exponer está fuera, en la fachada y se llama La vitrina, con la idea de extender los públicos y tienen una línea editorial con publicaciones sobre las actividades que realizan. Además, tienen un programa de residencias para artistas y comisarios, y un contrapeso en la pedagogía con su escuela incierta. En esta charla con Víctor Albarracín entramos en algunos detalles más.
-¿Tiene sentido en Cali hablar de espacio alternativo? ¿En qué medida Lugar a dudas lo es?
-Quizás el debate en torno a la noción de lo alternativo no resulta pertinente en la ciudad de Cali, especialmente en la medida en que no hay instituciones propiamente dichas en el campo cultural en la ciudad. Lugar a dudas ha sido, más allá de una alternativa, un soporte de la formación y consolidación de otras instituciones culturales, públicas y privadas, que hace una década eran inexistentes en Cali. Muchos programas de apoyo, difusión, circulación y estímulos al trabajo de profesionales de la cultura en la ciudad han sido posibles gracias a la interlocución que desde aquí se ha dado con la administración de la ciudad, con el Gobierno nacional, especialmente con el Ministerio de Cultura y también con fundaciones e iniciativas privadas. Por otro lado, mantenemos una comunicación constante y una cooperación abierta con los artistas y, en general, con los agentes culturales de Cali. Así, resulta difícil definirse como alternativa pues nuestra tarea ha consistido más bien en aglutinar un conjunto de posibilidades provenientes de zonas diversas y algunas veces antagónicas, para generar un espacio fluido en el que esas posibilidades tengan opción de hacerse reales.
-Ahondemos un poco más en ese contexto artístico en Cali?
-Es difícil. Rico. Falto de infraestructuras pero cargado de una historia muy rica y muy densa. Buena parte del boom internacional de la literatura, la música y las artes visuales colombianas se debe a lo que viene pasando en Cali desde hace cinco décadas y, más allá, podría decirse que en lo que toca al arte contemporáneo, Colombia no sería lo que es hoy sin los aportes de los artistas caleños. Hay bastantes artículos publicados en los últimos años que ahondan en esa historia y en las complejidades y dificultades del arte en Cali: Michele Faguet, Éricka Flórez y Pablo León de la Barra, por citar solo unos pocos, han explorado concienzudamente el asunto en varias ocasiones.
-¿Hay comunicación o competencia entre los distintos territorios de América Latina?
-Hay comunicación y competencia, así como hay incomunicación e incompetencia. Falta mucho por hacer, mucho por anudar y mucho por aprender. Tenemos que dejar de ser islas de las que el Gran Hermano extrae una cantidad enorme de recursos naturales culturales. Antes era oro, petroleo y plátano, hoy parece ser cultura.
-Y con España, ¿cómo es el diálogo? ¿Cómo veis su contexto artístico desde Cali?
-Falta mucha cooperación. Quizás ahora que España es también un país del tercer mundo esa relación pueda construirse de una manera mucho más horizontal y nuestra mirada sobre la producción artística en España pueda librarse del legado colonial. En términos generales, no se siente una gran influencia del arte contemporáneo español en lo que pasa aquí, ni tampoco vemos que España sea especialmente receptiva al arte colombiano, por más que en años recientes Colombia haya sido invitada de honor a ARCO.
-Todo lo que dice alude a que falta reflexión pero, ¿hay espacios en el campo del arte para pensar?
-Hay espacios en el campo del arte para pensar cuando ese campo se rompe y se mezcla con otros campos. Pensar exclusivamente desde la tradición del arte contemporáneo nos parece poco realista en este momento.
-¿Qué papel tienen las dudas en este lugar?
-Desde el comienzo, Lugar a dudas ha intentado avanzar a partir de un cuestionamiento permanente de los contextos locales, de las interacciones, y de las necesidades del campo artístico en Cali. Solo sobre esa base ha podido cambiar e ir incorporando con el paso de los años una serie de inquietudes que han ido redefiniendo su razón de ser. Más allá de buscar consolidarse como una construcción terminada, Lugar a dudas se piensa como un organismo vivo en relación con la posibilidad de su propia desaparición y con la desaparición de otros organismos y el surgimiento de otros nuevos.
-¿También desaparece el programa?
-Quizás el programa consistiría en dejar de tener un programa. Poder acoger otras voces, otras prácticas y otras preocupaciones que de entrada se nos escapan en un paisaje tan complejo como el de esta ciudad llena de gente haciendo cosas distintas y defendiendo causas que, no por resultarnos menos familiares, dejan de ser fundamentales para añadir nuevas capas a la comprensión de la realidad inmediata. Está claro que nuestras prácticas y proyectos vienen del campo específico del arte contemporáneo, pero hemos ido abriendo el espectro para incorporar otras narrativas, nuevos modos de hacer y abrazar percepciones que surgen en lugares muy distintos. Quizás favorecer esas nuevas interacciones sea más provechoso para nosotros en la actualidad que intentar mantenernos atados exclusivamente al nicho del arte.
-¿Está sobrevalorado el formato de exposición?
-Sí. Posiblemente está sobrevalorado. Sigue siendo importante mostrar el trabajo de los artistas, pero la exposición es cada vez más una herramienta marginal en ese proceso. Hay que pensar en nuevas maneras de pensar juntos y de pensarnos en un mundo en el que parece que el arte a secas se ha ido convirtiendo en estatuas de sal por ir mirando hacia atrás.
-¿Cómo se financia un proyecto como éste durante 13 años?
-Hasta hace algunos años, Lugar a dudas recibía becas generosas de instituciones y fondos internacionales, así como de un patrocinador local quien también terminó su compromiso con nosotros. Esas ayudas han dejado de llegar y durante los dos últimos años hemos buscado alternativas, buscando becas para proyectos específicos y recibiendo apoyos puntuales de la ciudad y del Ministerio de Cultura. Por lo demás, recibimos un importante apoyo de Arts Collaboratory y disponemos de algunos recursos propios que nos han permitido operar con modestia y mantener los programas básicos en marcha.
-¿Qué cosas os mueven para vuestros pasos futuros?
Difícil decirlo. Estamos pensando en proyectos que van en direcciones algunas veces contradictorias. Desde el año pasado tenemos un programa ambicioso de escuela, estamos intentando empezar un proyecto editorial, buscamos maneras de articularnos a proyectos de otros y colaboramos actualmente con colectivos e instituciones para tender puentes que nos acerquen a comunidades especificas de Cali y, a la vez, estamos pensando bastante en la necesidad de trabajar menos, en el ocio como forma de resistencia, en el decrecimiento, la cesión de la decisión, la ocultación, el margen y el abandono como estrategias políticas. Es para nosotros un momento de surfear la incertidumbre, y esa incertidumbre es muy emocionante. Posiblemente nos trague una ola, pero queremos ser tragados disfrutándolo y dejando ecos y ruidos fantasmales resonando por ahí.
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