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El hombre que fue jueves
Columna
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Antes de salir a escena

En los momentos previos a que suba el telón, los actores cumplen con sus rituales y supersticiones

Marcos Ordóñez

El teatro tiene temores de larga tradición y orígenes diversos: el amarillo en España, el verde azulado en Reino Unido y Francia. Entrar en escena con el pie izquierdo. No se puede desear buena suerte: siempre mierda, o romperse una pierna. Ni claveles. Ni plumas de pavo real. Ni mencionar por su nombre la tragedia escocesa. Ni silbar. Hay infinitos rituales protectores. Lavarse minuciosamente los dientes antes de la función. Un montoncito de sal en una esquina, detrás del decorado. Lluís Homar escribe: “Antes de empezar, he de apagar la luz del camerino, cerrar la puerta y llevar un clavo torcido en el bolsillo”. Anna Lizaran necesitaba averiguar el aroma de sus personajes. Decidió que Violet Weston, en Agosto, usaba perfume de violetas, haciendo honor a su nombre; un perfume que ella detestaba: “Sí, ya lo sé, es horrible, pero seguro que es lo que lleva esa mujer”. Tardó en encontrar el de Domenica en Una de las últimas noches de Carnaval: echó una gota de lejía en un cuenco de agua y hundió las manos.

Concha Velasco lleva en la maleta fotos de toda su familia, y vírgenes y santos, un verdadero altar que despliega en el camerino, aunque solo sea para dos funciones. Alberto Closas (esto me lo contó Concha) necesitaba hacer punto en el camerino para tranquilizarse. José María Pou tiene sus protectores: “Mis padres y mi hermano, que murió joven. Y José Luis Alonso, mi maestro. Y un gran amigo, Pepe Lara, un actor que murió a mi lado durante un estreno, en el patio de butacas, fulminado por un infarto en el Maravillas, en 1993, durante el primer acto de Tristana”.

Me gusta mucho el ritual que compartían Àlex Rigola y el actor Joan Carreras. Poco antes de cada estreno, Rigola preguntaba: “¿Quién viene esta noche?” y Carreras contestaba, invariablemente: “Desmond Tutu y Saza”. Una noche, en el Español, apareció Saza, en primera fila. Cuando murió, decidieron que seguirían preguntando por él, que Saza continuaría vivo y yendo a sus estrenos. Desmond Tutu no, por malqueda.

Hay rituales colectivos, como tomarse de las manos y rugir “¡A follárnoslos!”. Muchas compañías jóvenes hacen una piña (o una melé, como en el rugby) y repiten una frase de la función, una frase que en cierto modo la resume y sirve de talismán. También suelen serlo los regalos de la noche del estreno, colocados en la mesa del camerino, y que duran hasta el estreno siguiente o incluso varias temporadas. Pero la mayoría de los talismanes son secretos, objetos santificados por el propio intérprete, a los que el actor se encomienda en la intimidad. Media hora antes de empezar, los camerinos todavía están abiertos y los actores van de uno a otro, comparten un té en el microondas, se abrazan, calientan la voz o el cuerpo, hasta que entran en capilla y se encierran, porque quieren para ellos esos últimos cinco minutos. Cuando el regidor dice “cinco”, todo el mundo sale. Algunos se toman de las manos, se abrazan. Otros se santiguan.

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