Ian Buruma: “El miedo va ganando en un mundo cada vez más polarizado”
Director de ‘The New York Review of Books’. Experto en Asia y autor de 17 libros, el crítico holandés ha tomado las riendas de la legendaria cabecera en la era de Trump
Había escrito un libro sobre cultura pop japonesa, corrían los años ochenta y residía en Hong Kong, cuando visitó por primera vez las oficinas en Manhattan de The New York Review of Books, la publicación que aglutinaba el pensamiento crítico e intelectual más granado. Ian Buruma (Holanda, 1951) ha contado que entró en pánico cuando el legendario editor Bob Silvers le preguntó de qué podía escribir. Farfulló algo sobre un grueso volumen de literatura contemporánea nipona, y olvidó rápidamente el aprieto hasta que dos meses después recibió un fax en el que le pedía que aclarara cuándo podían contar con su texto. Aquel fue el principio de una fructífera relación que convirtió a Buruma en colaborador estrella de la revista, y desde el pasado septiembre, cuatro décadas después de aquel primer cara a cara con el curioso e irreductible Silvers, en su sucesor como director de esa cabecera.
A diferencia de su predecesor, Buruma es más escritor que editor. Estudió historia y literatura china en Holanda, y cine en Japón. Es sobrino del director cinematográfico John Schlesinger, habla seis idiomas, trabajó como fotógrafo, documentalista y crítico en Asia y ha escrito 17 libros sobre temas tan diversos como el milagro económico de Japón, la anglomanía o la relación epistolar entre sus abuelos. Además ha impartido durante más de una década clases sobre derechos humanos, democracia y periodismo en Bard College (Nueva York). Comparece a la cita en la revista con unos minutos de retraso, aún tocado con una gorra de lana que subraya su aire europeo.
PREGUNTA. ¿Qué retos plantea la América de Trump a The New York Review of Books?
RESPUESTA. En la era de los ciclos de noticias de 24 horas, una publicación literaria quincenal con una voz política no puede seguir ese ritmo. El papel de esta revista es el de reflexionar sobre la situación desde un punto de vista histórico y tratar de analizar lo que está pasando; ayudar a la gente a pensar y a comprender. Hay que buscar nuevos ángulos y maneras frescas de pensar, no simplemente escribir sobre todas las cosas terribles que Trump tuitea.
“Hay que buscar nuevos ángulos y maneras frescas de pensar, no simplemente escribir sobre las cosas terribles que Trump tuitea”
P. Ha pasado un año desde que ganó las elecciones. ¿Qué opina de lo ocurrido desde entonces?
R. Al principio parecía que no lograría hacer mucho, que era muy ladrador y poco mordedor. Pero eso ha empezado a cambiar. Su presidencia está teniendo un impacto que será duradero. La reforma de los impuestos es un ejemplo: va a cambiar las vidas de millones de personas en el medio y largo plazo, va a ampliar la brecha de desigualdad, va a empeorar las relaciones sociales. También está llenando los tribunales de jueces ideológicamente muy escorados a la derecha, algo que dejará una profunda huella. Hay una especie de esfuerzo organizado para debilitar las instituciones de la democracia liberal.
P. ¿Cómo?
R. Gradualmente mina la democracia con su retórica y destruye activamente las instituciones de las que depende el sistema para funcionar. No se trata solo de un tema retórico, con sus ataques a la prensa y ese tipo de cosas, que también sucede. También se destruyen las instituciones mismas. El Departamento de Estado está medio vacío y en otros departamentos, como el de agricultura o el de protección medioambiental, ha nombrado como máximos responsables a personas que son hostiles a esos asuntos. Por último, encuentro muy peligroso que Trump anime a la gente violenta y resentida contra las minorías. En una democracia que funciona, esa gente agresiva, que siempre está ahí, está controlada por la ley y por el comportamiento político y social general, pero si el presidente de EE UU los jalea habrá violencia, o más de la habitual.
“Es bueno que se hable sobre los abusos sexuales, pero hay una atmósfera de histeria que impone un debate en blanco y negro”
P. En Año cero explica que empezó a escribir ese libro para tratar de averiguar cómo, tras la II Guerra Mundial, lograron volver a unirse las sociedades y cómo emergió el mundo del desastre. ¿Cómo saldrá EE UU de esta etapa?
R. Aún no sabemos cuán de fatales serán los daños, así que es difícil predecirlo. Marcará una gran diferencia cuánto tiempo ocupe Trump la presidencia, si son cuatro u ocho años. La única manera de parar el deterioro es que los demócratas logren una amplia mayoría en las elecciones a la Cámara baja de medio mandato del próximo año, y que logren volver a la Casa Blanca en 2020. Si esto ocurre, se podrán reparar muchas cosas, pero no todo. Porque no se trata solo de Trump.
P. ¿En qué sentido?
R. Trump ha manipulado, pero la naturaleza de los medios de masas y la manera en que la gente se informa hoy no es a través de los canales normales, sino de las redes sociales. Esto es muy fácilmente manipulable y resulta complicado pensar cómo se puede arreglar. En el ámbito institucional también podría tomar mucho tiempo reparar los departamentos que él ha debilitado, aunque probablemente se pueda a largo plazo. Pero el papel de EE UU en el mundo no podrá ser lo que fue. Eso se ha terminado.
P. ¿Qué implicaciones tiene esto?
R. Europa debe ser más fuerte. Es fundamental para poder construir algún tipo de equilibrio frente a la creciente influencia de China, especialmente, y también de Rusia.
“El miedo a una nueva guerra mundial no está suficientemente arraigado entre los jóvenes para mantener unida la Unión Europea”
P. ¿Está China rellenando el vacío que parece quedar libre?
R. En África su influencia está subiendo, no así la estadounidense. Y en general, por motivos económicos, el poder de China está aumentando en el mundo, pero es otra cuestión el que pueda simplemente reemplazar a EE UU. Porque, incluso con Trump, mucha gente aún ve a este país como un lugar de oportunidades, muchas personas ven las películas y series estadounidenses; el soft power, su influencia cultural es aún real. Muy pocos anhelan irse a vivir a China o ven el soft power chino como un ideal. En este sentido no creo que China reemplace a EE UU y, si lo hace, no creo que pronto.
P. El orden nacido tras la II Guerra Mundial, que ha estudiado en varios de sus libros, se está hundiendo.
R. Sí y no se le puede echar toda la culpa a Trump. Muy pocos de quienes padecieron directamente aquel conflicto siguen vivos. El miedo a una nueva guerra mundial no está suficientemente arraigado entre los jóvenes para mantener la UE. Además, tener a EE UU como una especie de policía global no podía durar siempre; países como Japón y algunas naciones europeas no acababan de asumir la responsabilidad de su seguridad. El sistema creado en la posguerra empezaba a mostrar signos de envejecimiento antes de Trump: él le ha dado una patada a unos cimientos que ya estaban un poco flojos. Puede que ese orden acabe desapareciendo, con consecuencias imprevisibles, que podrían ser muy malas. Pero es posible que todo esto fuera algo inevitable.
P. En Occidentalismo: breve historia del sentimiento antioccidental y en su libro sobre el asesinato de Theo Van Gogh, ha tratado el fundamentalismo islámico. Lo ocurrido en los últimos años, los ataques terroristas y el descrédito de instituciones democráticas, ¿refuerza esas visiones nihilistas que subrayaban la degeneración de Occidente?
R. Hay una diferencia entre el fundamentalismo, una postura que puede ser simplemente religiosa, y la violencia de la guerra santa. Lo que abordé en ese libro fue una idea que se originó en Occidente, y que es que las sociedades cosmopolitas, liberales y abiertas son perversas, decadentes y deben desaparecer. Hoy el peligro no es tanto que los fundamentalismos violentos islámicos vean confirmadas sus opiniones, sino que los populismos de derechas están empezando a usar su misma retórica. La amenaza no son tanto los musulmanes, sino los movimientos de la derecha radical dentro de las mismas democracias. Y ellos, claro, usan los ataques terroristas de los islamistas para ganar más adeptos a su causa. Son un peligro para la política liberal.
P. ¿Cómo combatir esa amenaza que se cuece dentro de las sociedades?
R. Hay varias cosas. La izquierda tiene que volver a encontrar su voz, y no simplemente volver al socialismo de los años cincuenta o de los setenta, que es un poco lo que están haciendo los laboristas en Reino Unido. Eso no es la solución. Tiene que encontrar un programa que atraiga a quienes no les va bien, en un mundo con desigualdades crecientes. El otro asunto es que hay que hacer todo lo posible por integrar —y no necesariamente asimilar— a los musulmanes que viven en Europa y EE UU, y hacerles sentir que son ciudadanos con los mismos derechos y que se les acepta. Si argumentamos que son un peligro por sus creencias religiosas no hay manera de combatir al verdadero enemigo, que es el terrorismo violento. La única manera de luchar contra el terrorismo es la inteligencia, y esto depende de la cooperación con comunidades musulmanas, sean creyentes o no.
P. ¿Europa está fallando en esto?
R. Es una mezcla, no lo está haciendo tan mal. Hay muchos que viven bien como musulmanes europeos; en algunos países mejor que en otros, pero cada vez más, en Reino Unido, en Francia, incluso en Alemania, gente de origen musulmán aparece en televisión como periodistas, escritores, abogados. No es un escenario de absoluto fracaso, pero aún hay comunidades grandes que sienten que son tratados como gente de fuera, que son discriminados. Se podría hacer más por remediar una situación que nunca será ideal. Tanto la integración de Reino Unido como la asimilación de Francia tienen ventajas y desventajas, ha habido terrorismo en ambos países.
P. El Brexit es otra gran amenaza. ¿Cómo interpreta esto?
R. Es fácil caer en la caricatura. Una diferencia entre quienes están a favor del Brexit y los electores de Trump, es que en Reino Unido había gente que tenía argumentos razonables y lógicos a favor de abandonar la UE, no todo eran emociones. Hubo quienes defendieron que la pertenencia a la UE no era buena para una democracia liberal soberana, porque demasiadas leyes eran redactadas y aprobadas por instituciones que no tenían que rendir cuentas en las urnas. Puede que esto no sea muy realista, y que finalmente salir de la UE haga más mal que bien, pero existen razones para esgrimir que un país está mejor fuera de la UE. Yo no lo creo, pero es una opinión respetable. Con Trump no pude encontrar nada así. Había muchas emociones, pero muy pocos intelectuales que respete tenían razones para apoyarle. Muchos en Reino Unido votaron a favor de salir por motivos emocionales y xenófobos, fundamentados en una profunda ignorancia. Muy pocos en ese país, y puede que en otros, realmente saben cómo funciona la UE. Quienes apoyaban la salida la presentaron como una especie de Unión Soviética con un politburó en Bruselas, algo que no es cierto pero que mucha gente creyó. Esto es síntoma del miedo que va ganando sitio en un mundo más y más polarizado. Muchos sienten que no solo no les está yendo bien económicamente, sino que su identidad les está siendo robada, y que no se les escucha. Y son fáciles de manipular. En ese sentido lo que ocurrió con el Brexit sí es comparable a la victoria de Trump. La política se ha vuelto más tribal, está más ligada a la etnicidad.
P. La tormenta que se ha desatado en torno a los abusos sexuales, ¿es una destrucción de la autoridad masculina como la que ocurrió tras la II Guerra Mundial que describió en uno de sus libros? ¿Es una reacción a la victoria de Trump?
R. La pérdida de autoridad masculina que ocurrió por la derrota y la ocupación tras la guerra mundial no se puede comparar con lo que está pasando. Sí puede que el comportamiento de Trump haya influido. Esta discusión sobre cómo hombres y mujeres deben tratarse en el lugar de trabajo es algo bueno. Si las mujeres son iguales en el ámbito profesional, este tipo de abuso de poder debe parar, aunque no podrá ser frenado del todo porque siempre que hay poder hay abuso, y el poder no va a desaparecer. Es utópico pensar que hay una solución perfecta, pero es bueno que se debata públicamente que los hombres no se pueden comportar como lo han hecho, con impunidad. Sin embargo, como tantas otras cosas en este país, ya sean las brujas en Salem o la batalla anticomunista en los cincuenta, parece que tiende a imponerse una atmósfera de histeria.
P. ¿Una caza de brujas?
R. Aunque aplaudo los motivos por los que esto está pasando, me perturba el elemento de superioridad moral, la gente lanzando huevos contra los hombres en la picota. La histeria ha vuelto el debate demasiado blanco o negro. Con demasiada frecuencia no se logra diferenciar entre un beso que no es bienvenido o el uso de un lenguaje desagradable, y el abuso físico. Y después de todo hay una diferencia entre estas cosas y a menudo acaba todo metido en el mismo saco, en la misma sopa de pésimo comportamiento masculino.
P. ¿Hay algún matiz en el mal comportamiento masculino en Occidente?
R. La manera en que se comportan en Arabia Saudí no es igual que en Suiza, pero el abuso de poder de los hombres frente a sus subordinadas es algo que ocurre igualmente. En Japón es probablemente peor que en EE UU y no se encuentra tanta oposición. Esto es un problema humano, no occidental u oriental.
P. Ha escrito que las interpretaciones erróneas del pasado pueden ser más peligrosas que la ignorancia. Ante las crisis actuales, ¿se impone una nueva interpretación de la historia?
R. No tengo una respuesta clara, pero, volviendo a lo que dije antes, creo que hay varias maneras en las que una publicación intelectual puede reaccionar ante el tipo de situación política que vivimos. Una, es verte como la resistencia y sentir que tienes que protestar constantemente, criticar a Trump y lo que él defiende. Claro que debemos ser críticos, pero esa resistencia no es tan útil como tratar de pensar las cosas a fondo. Se trata de ayudar a comprender, más que hacer sentir bien a la gente por llevar la insignia de la resistencia. ¿La interpretación de la historia? Puede ser que esté cambiando.
La revista del ‘radical chic’
La huelga de periódicos en Nueva York en 1963 fue el detonante para el lanzamiento de The New York Review of Books, una revista que pretendía despertar el género de las reseñas de su letargo y recoger las mejores voces críticas para opinar sobre política, arte o ciencia. Querían demostrar que "gente muy diestra e inteligente puede escribir sobre cualquier tema", afirmaba Robert B. Silvers, uno de sus fundadores, en el documental The 50 Year Argument, dirigido por Martin Scorsese al cumplirse medio siglo del nacimiento de la revista. Elizabeth Hardwick, casada con el poeta Robert Lowell, y la pareja compuesta por el editor Jason Epstein y su esposa, Barbara, formaron parte del núcleo fundacional de la que pronto se convertiría en la publicación intelectual más prestigiosa de EE UU. El afilado Tom Wolfe no dudó en definirla en 1970 como "el principal órgano teórico del radical chic". Silvers y Barbara Epstein codirigieron la cabecera y trabajaron con unos brillantes colaboradores como James Baldwin, Susan Sontag o Joan Didion. La inagotable curiosidad y capacidad de trabajo de Silvers, su empeño en descubrir nuevas voces y su fino sentido de la edición forjaron su leyenda. Siguió en solitario tras la muerte de Epstein. Su sucesión era un gran enigma que acabó por resolverse, tras su fallecimiento esta primavera, con Ian Buruma.
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