Verdades arriesgadas
Desde hace años vengo afirmando que buena parte de los premios literarios que se conceden en España a obra inédita adolecen de alguna modalidad de amaño
1. Intrigas
Tras haber ejercido media docena de oficios de la edición y dedicarme desde hace años a comentar diversos aspectos relacionados con los libros y con quienes viven de ellos (unos mejor que otros), podría suponerse que ya había aprendido en qué momento abandonar una lectura que, por lo que sea, me aburre o me hace perder el tiempo. Pero —ay— no siempre lo consigo. A veces continúo por puro masoquismo. Me pasó hace poco con una celebrada novela de intriga en la que las señales de alarma en forma de frase lapidaria no paraban de encenderse desde el principio (“sofisticada y vulgar al mismo tiempo, sus rotundos senos rozaban el mantel”). Pero me pudo la curiosidad y continué, condescendiendo con las inequívocas señales, hasta que 100 páginas más adelante me topé con una descripción de los prolegómenos de un coito y la mano del protagonista deslizándose por los muslos de su ocasional compañera: “Había allí, al final del recorrido, unas deshilachadas bragas de algodón que retiró con suavidad sin encontrar resistencia, desnudando un sexo de vello rizado, negro, espeso y, en ese momento, adecuadamente húmedo”. ¡Caramba!: la escena sería estupenda candidata al premio Bad Sex, que patrocina The Guardian y que este año ha recaído en el thriller The Destroyers, de Christopher Bollen, por una frase en la que el protagonista se mira “el triángulo de billar [billiard rack] de mi pene y mis testículos”. La verdad es que, tras leer las frases de más arriba (y especialmente la referida al sexo “adecuadamente” húmedo), la única intriga que me producía la novela (que en ese punto salió volando al cajón de desechables) es la de cómo puede permanecer, semana tras semana, en la lista de los libros más vendidos (y su autor seguir entre los cinco novelistas españoles mejor pagados). Todo lo cual me crea cierta melancolía y la punzante sospecha de que mis gustos no pueden tener razón frente a los de más de 300.000 lectores a uno y otro lado del Atlántico. Menos mal que una “intriga” (insatisfactoria) se quita con otra: pasé el resto del fin de semana muy entretenido con tres intrigas (de las de verdad) para adultos. La más interesante me resultó la inquietante novela República luminosa (Anagrama), una estupenda fábula con tintes casi metafísicos de Andrés Barba, en la que los malos son niños. Más ligero es El lado oscuro del adiós (Alianza), de Michael Connelly, un nuevo y complejo caso del conflictivo sabueso Harry Bosch, en el que la investigación de un asesino en serie se mezcla con la búsqueda del heredero de un millonario con mala conciencia. Por último, tengo que reconocer que me lo pasé bomba viendo Suburbicon, una película de George Clooney, en la que se hermanan el cada vez más depurado sentido de la comedia del actor-director con un esperpéntico guion de los hermanos Cohen. Si quieren liberarse un poco del empalagoso espíritu navideño, no se la pierdan.
2. Hispanoamérica
Las cosas tienen consecuencias. Desde hace años vengo afirmando que buena parte de los premios literarios que se conceden en España a obra inédita adolecen de alguna modalidad de amaño. Consecuencia: con alguna pequeñísima excepción, ninguna editorial me invita a formar parte de sus jurados. Si uno se atreviera a decir, por ejemplo, que la FIL de Guadalajara está un poco sobrevalorada, supongo que se arriesgaría a que su nombre “se cayera” para siempre de las listas de participantes, de modo que, por esta vez, no diré nada. Un día les contaré mis experiencias allí, incluida alguna anécdota sustanciosa, como que en varios puntos de información bibliográfica me dijeron que “el sistema” no reconocía a un tal Jorge Luis Borges, o que en el faraónico stand de Penguin Random House nadie había oído hablar de la estupenda escritora argentina Samanta Schweblin, publicada en España por —adivinen— Penguin Random House. En todo caso, la feria sirve para muchas cosas: para comprobar, por ejemplo, que las literaturas latinoamericanas siguen viviendo de espaldas unas a otras y que España sigue funcionando como el punto de encuentro de quienes no hacen mucho por encontrarse, a pesar de la calidad de sus literaturas. También aproveché mis insomnios aéreos durante el larguísimo viaje a la FIL (unas 30 horas ida y vuelta) para leer cosas interesantes: la magnífica —y me quedo corto— síntesis Ruptura (Alianza), en la que Manuel Castells traza, en mi opinión, el diagnóstico más certero de la “crisis de la democracia liberal” en nuestro país y de cómo se ha llegado adonde estamos (incluyendo el examen del papel del PSOE en los últimos años y del “conflicto” catalán), y Los escritores vagabundos, un ensayo de Philippe Ollé-Laprune publicado en México por Tusquets (pero que no figura en el catálogo español del sello de Planeta) acerca de los exilios —más o menos voluntarios— de importantes escritores que cruzaron el Atlántico en uno u otro sentido, y del influjo que en su obra tuvo el contacto con los países de acogida.
3. Pontífices
Entre los casi tres centenares de individuos (y, quizás, alguna individua) que han ocupado la cátedra de San Pedro desde sus orígenes hasta el actual y dicharachero inquilino argentino, ha habido de todo: santos (la mayoría) y supervillanos, castísimos y rijosos, políticos maquiavélicos y mecenas de las artes, ambiciosos, magnánimos, austeros (los menos) y derrochadores. John Julius Norwich (1929), un popular historiador británico conocido entre nosotros por sus libros sobre Venecia, Bizancio o el Mediterráneo, traza en Los papas (Reino de Redonda) una amenísima historia del paso de los sucesores de Pedro por este valle de lágrimas. Norwich, que sabe comunicar muy bien lo que sabe, es vizconde de Norwich, duque de Redonda (nombrado directamente por su conspicuo monarca) y yerno de Antony Beevor, quien, por cierto, es el autor del prólogo. Un libro estupendo para regalar en estas fiestas.
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