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Crítica | Llueven vacas
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Retórica de la violencia de género

Una complicadísima apuesta por la representación simbólica, necesitada de una clarividencia poética que aquí apenas reluce

Javier Ocaña
Secun de la Rosa y Laia Marull, en 'Llueven vacas'.
Secun de la Rosa y Laia Marull, en 'Llueven vacas'.

LLUEVEN VACAS

Dirección: Fran Arráez.

Intérpretes: Laia Marull, Maribel Verdú, María Barranco, Secun de la Rosa.

Género: drama. España, 2017.

Duración: 79 minutos.

En una de las más formidables secuencias del cine contemporáneo, Paul Thomas Anderson hizo que llovieran ranas en Magnolia (1999) como una plaga bíblica que venía a castigar a una sociedad enferma, decrépita y malsana en su moralidad. Una metáfora que, en un modo muy semejante, recupera ya desde el título la película española Llueven vacas, también ética, también retrato de una sociedad implacable, centrada en el azote de la violencia de género.

Basada en un texto teatral previo de Carlos Be, reconvertido en primer lugar como serie para la web, con seis capítulos de 15 minutos de duración cada uno, y ahora como largometraje que funde todos esos segmentos, Llueven vacas es una complicadísima apuesta por la representación simbólica, necesitada de una clarividencia poética que aquí apenas reluce. La sucesión de situaciones de maltrato psicológico, con la violencia física en modo elíptico durante la primera mitad y explícito en ciertos instantes de la segunda, tiene tan buenas intenciones como endebles resultados.

Lastrada por su envarado origen teatral, por los añejos encadenados de montaje, y por los pedestres fundidos a negro de unificación entre piezas, la película se articula como una reiteración de figuras retóricas que, aun buscando la representación alegórica, y resultando reconocibles en unos ambientes de degradación de la mujer, pocas veces se salen de lo teatral para abrazar lo cinematográfico, por culpa de una puesta en escena convencional en la que los muy variados efectos de sonido suenan a impostura de fondo más que a confluencia de sistemáticas emocionales.

De modo que son los intérpretes, casi todos muy convincentes a pesar de que tienen que lidiar con complicados virajes de textos entre lo categórico —“Nadie se ha muerto por arrastrarse un día”— y lo poético —“Anda, no seas tonta, cómo vas a salir fuera, puede darte una vaca en la cabeza”—, los que rayan a mayor altura en una película de encomiables pretensiones pero de muy modestos frutos.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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