Neil Young: Vigor renovado, denuncia política y poco más
'The Visitor', el nuevo disco del músico canadiense, recibe una calificación de 6 sobre 10
Se ha de ser un insensato, o derrochar autoestima, para publicar una cosecha extraviada —Hitchhiker, inédita sesión con su guitarra acústica, capturada una noche de luna llena en agosto de 1976, con despojadas primeras lecturas de Pocahontas o Powderfinger— solo tres meses antes de tu nuevo trabajo, tercero junto a la banda de los hijos de Willie Nelson. Ha sido dicha alianza una genuina inyección de juventud que el arrugado Neil Young agradece desde que apareció The Monsanto Years (2015), otro de esos discos suyos cuya finalidad parecía ser más la denuncia ecologista que la superación artística. Así es Neil Young: caprichoso y prolífico, convencido de que el oyente tiene derecho a contemplar al músico admirado en sus vanos errores y horas bajas. No todo ha de ser gloria y genialidad, el artista icónico es también humano. De hecho, Hitchhiker cuenta con la ventaja de su edad histórica, pues en su día fue desechado por la discográfica como una inferior colección de esbozos. Hoy suena a verdad indiscutible.
Artista: Neil Young & Promise of the Real.
Disco: The Visitor.
Sello: Reprise-Warner.
Calificación: 6 sobre 10.
La novedad, mala consejera, va en detrimento del agradable, aunque trivial, The Visitor. Alejado de sus inesperados experimentos, Young transita una tercera vía resultona y asequible que mantiene las señas de identidad —guitarras fragorosas o serpenteantes, emotivas armonías a varias voces, su inconfundible carácter combativo— y apuesta por dar enérgica actualidad a un material que no pasa del notable y, en sus peores momentos, roza la vulgaridad. La juerga latina de Carnival, donde adopta un inesperado tono cómico, o las soflamas Stand Tall y Children of Destiny, son temas que podían parecer ocurrentes cuando fueron acometidos en el estudio, pero no resisten la especulación crítica. En las letras, sigue observando el mundo en todo su absurdo caos, las injusticias asumidas por una ciudadanía pasiva, también las epifanías de la naturaleza o el amor. Musicalmente, abraza una pluralidad de la que carecen sus mejores obras recientes, más unidireccionales. Junto a los chicos puede emular la robusta estulticia de los finiquitados Crazy Horse, sin alcanzar su distorsionada grandeza, o probar una desacomplejada comercialidad. Dos ejemplos: la molesta Fly by Night Deal, la confesional Change of Heart.
Los aciertos están en otras partes. Almost Always es una de esas baladas de Neil Young que se reconoce ya en sus primeros compases, reflexiva y contagiosa, con el punto justo de melancolía. Y en la canción inicial, Already Great, los jabatos de Promise of the Real y el viejo granjero se dejan envolver por un ritmo moroso, lubricado, fantástico, para acometer versos que exhalan el único patriotismo comprensible, tenazmente autocrítico. Es la visión de un inmigrante canadiense, el visitante del título, viendo horrorizado cómo Trump intenta socavar los restos igualitarios de su país. Gran final con Forever, diez minutos de esa épica intimista y a media luz que tantas veces le ha funcionado, esta sí digna del joven que grabó Hitchhiker. Tan hondamente cala en los huesos que uno siente la tentación de condonar la irrelevancia del resto.
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