Murillo, el artista total del Barroco
La celebración de su cuarto centenario arranca hoy en Sevilla con el objetivo de desterrar el tópico del pintor de vírgenes y ampliar la mirada a su creación profana
Dentro de los cuadros de Murillo se resume la metáfora barroca: sombras y luces, artificio y sencillez, devoción y cierto ruido del mundo. El cuarto centenario de su nacimiento arranca hoy con un concierto de Jordi Savall en el Teatro de la Maestranza donde el violagambista recreará los paisajes sonoros de la ciudad-museo en la que nació el pintor. Sevilla se ha volcado con la celebración del cuarto centenario de Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) para reivindicar a un artista que, a partir de esta celebración, aspira a salir del cliché en el que ha vivido encerrado mucho tiempo.
La intención última de esta conmemoración, más allá del fasto y los evidentes homenajes, es difundir los argumentos en los que los investigadores llevan insistiendo desde hace años en publicaciones especializadas y congresos internacionales. Murillo no es solo el artista que evoca el mundo religioso y que consigue dar un aire amable al espíritu de la Contrarreforma. Es además el pintor que apuesta por un tipo de escenas profanas, cuadros de costumbres que no estaban bien considerados en esa España. Los tratados pictóricos de la época, como los publicados por Pacheco o Carducho, despreciaban la representación de personajes populares, al contrario de lo que ocurrió en el Norte de Europa, donde triunfará ese tipo de pintura que elogia lo cotidiano y que será una de las grandes revoluciones de la historia del arte.
Sin embargo, quien en España ha sido reducido casi exclusivamente al pintor de lo religioso se atrevió a crear muchas escenas de niños pícaros, de gente miserable de la calle. Un mundo aparentemente trivial que apasionaba a los comerciantes flamencos y holandeses que residían entonces en Sevilla por los negocios con las Indias y que fueron quienes encargaron ese tipo de pintura a Murillo. El pintor era además amigo de muchos de ellos, como Nicolas Omazur o Josua van Belle, a los que hace maravillosos retratos. Esta amistad se traduce en la sensibilidad de Murillo por pintar del natural, por bajar al fango de la época y retratar también a las personas de a pie.
Este Murillo de lo popular que se convierte en casi un documentalista de su tiempo es el menos conocido en España, quizás porque esos cuadros de costumbres salieron pronto de Sevilla. Nada más morir el maestro en 1682 al caer del andamio en el que pintaba los Desposorios místicos de Santa Catalina, esos lienzos de niños pícaros salen en el equipaje de los mercaderes del Norte que abandonan una Sevilla que entra en decadencia y pierde el monopolio comercial con América. Son los lienzos que ahora cuelgan en las salas de pintura española de museos extranjeros.
El profesor Benito Navarrete, que el 6 de diciembre inaugura la exposición Murillo y su estela en Sevilla en el Centro Santa Clara de la capital andaluza, ha sorprendido con su ensayo Murillo y las metáforas de la imagen, en el que desvela aspectos desconocidos del creador, como sus virtudes para relacionarse con los poderosos y como “hábil manipulador” de las sensaciones. “Murillo es un artista por descubrir en la visualidadde sus imágenes. Su arte es decididamente ilusorio, porque sabe utilizar los recursos que proporciona el teatro para fabricar una elocuente representación. Fue un rebelde porque rompió con la tradición anterior buscando su propio lenguaje”, asegura el especialista.
Otra circunstancia que ha marcado su destino es la gran cantidad de obra expoliada que salió de España, en buena parte por el saqueo que sufrió Sevilla en la Guerra de la Independencia a manos del mariscal Soult. “Hay colegas extranjeros que me han comentado que ese hecho ha sido afortunado, porque ha permitido que la obra de Murillo haya sido conocida fuera de España”, apunta con sarcasmo el profesor Enrique Valdivieso, autor de Murillo. Catálogo razonado de pinturas y de la biografía Murillo: sombras de la tierra, luces del cielo.
“Resulta penoso contemplar hoy series pictóricas como la que realizó en su juventud para el claustro chico del convento de San Francisco, repartida por diferentes museos del mundo y desprovistas de su antiguo marco arquitectónico, ya destruido para siempre”, añade Valdivieso, también responsable de los itinerarios sobre su vida y su obra que partirán de la Casa Murillo, en el barrio de Santa Cruz.
Ese artista disperso centra la exposición Murillo y los Capuchinos de Sevilla. Reconstrucción, que se puede ver desde hoy en el Museo de Bellas Artes de la ciudad. Para la muestra se han rescatado los cuadros del retablo de la iglesia de los Capuchinos que terminaron en pinacotecas de diversos lugares del mundo.
El Murillo artista total que espera difundirse en este cuarto centenario tendrá en la celebración del congreso internacional Murillo ante su centenario otro momento clave. Sevilla reunirá a los principales especialistas para poner al día al pintor. De ese laboratorio de reflexión emergerá el gran artista barroco más allá de su imagen tópica y tergiversada de pintor beato.
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