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Un bombón caro y exquisito en Temporada Alta

El público del festival siguió como si fuera una ceremonia la versión de Castellucci de la 'Ética' de Spinoza

Raquel Vidales
Silvia Costa, en un momento de la representación del espectáculo de Romeo Castellucci sobre la 'Ética' de Spinoza
Silvia Costa, en un momento de la representación del espectáculo de Romeo Castellucci sobre la 'Ética' de Spinoza

Una joven cuelga de un cable en lo alto de la antigua iglesia gótica del convento de La Mercè de Girona. Solo se agarra con el dedo índice de una mano, pero no parece sufrir. Es una imagen poderosa por cuanto contradice la lógica. El público entra a la sala por un agujero en forma de silueta femenina y se acomoda como puede en el suelo casi sin poder dejar de mirar a la mujer suspendida arriba. Pero abajo también hay algo extraño: entre los espectadores deambula un perro negro gigante que maúlla, en vez de ladrar. También él parece tranquilo.

Así empieza Ethica. Natura e origine della mente, del director de escena Romeo Castellucci, uno de los títulos más esperados del festival Temporada Alta, que pudo verse ayer y anteayer en cuatro sesiones en el Auditorio del Centro Cultural de La Mercè de Girona. La expectación en el arranque de la función era máxima: todos esos elementos extraños en ese espacio que aún conserva un halo sagrado predisponían, más que a contemplar un espectáculo, a participar en una ceremonia. Así es siempre en realidad el teatro de Castellucci: un rito que exige olvidarse de las prosaicas reglas del mundo exterior para adentrarse en otra dimensión estética desafiante pero también muy placentera y reveladora. Es lo que lo ha convertido en uno de los grandes renovadores de la creación contemporánea en Europa.

La pieza, de media hora de duración, está basada en el segundo volumen de los cinco que componen la Ética de Spinoza, Naturaleza y origen de la mente: una investigación sobre el funcionamiento del pensamiento humano, sus mecanismos, su capacidad creadora y su permanente pleito con la finitud del cuerpo. Casi nada. Castellucci, evidentemente, no pretende dar una clase de filosofía: solo invita al espectador a elevarse y volar al interior de su mente durante unos minutos.

La mujer suspendida en las alturas es la luz. Desde ahí arriba, sin moverse de su posición nunca, habla con el perro que deambula y maúlla (lleva un reproductor de sonido entre el pelo): él es un personaje que Castellucci llama videocámara, aunque también podría ser la oscuridad. Al fondo, en el agujero por el que entraron los espectadores, se ven cuerpos pasar: es la mente, que se introduce de vez en cuando en el diálogo entre la mujer y el perro.

El tema era árido y el público agradeció la brevedad. Espectáculos como este, caros y exquisitos como un bombón de edición limitada, serían difíciles de sostener sin la colaboración de instituciones culturales y festivales internacionales como Temporada Alta. Este de Castellucci, de hecho, nació de un taller de la Bienal de Venecia en 2013 y se estrenó en 2016 en París. Después se mostró en Berlín, Lisboa y la propia Bienal de Venecia. Temporada Alta lo ha traído a Girona este año dentro de su Semana de Programadores para darle nueva visibilidad.

No se atrevió el público del viernes a aplaudir al final de la función. Quizá porque parecía demasiado violento hacer tanto ruido de pronto. Habría sido tan raro como aplaudir al final de una misa.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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