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Crítica | Tierra firme
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La extemporánea intensidad

Esta comedia romántica con retazos de drama tiene apenas un par de subtextos que nunca acaban de tratarse con trascendencia

Javier Ocaña

TIERRA FIRME

Dirección: Carlos Marqués-Marcet.

Intérpretes: Oona Chaplin, Natalia Tena, David Verdaguer, Geraldine Chaplin.

Género: comedia romántica. España, 2017.

Duración: 111 minutos.

Las películas que, a piñón fijo, buscan la espontaneidad y la complicidad siempre conllevan un problema: que no se logre traspasar la pantalla, que esa naturalidad autoimpuesta, en situaciones e interpretaciones, quede de puertas para adentro, para los miembros del equipo, y que los espectadores —o al menos una parte de ellos— no encuentren la menor empatía en los personajes y sus vivencias. Con Tierra firme, segunda película de Carlos Marques-Marcet, tres años después de la excelente 10.000 km, ocurre como en esas noches en las que uno se siente tan fuera de lugar en una celebración de amigos que acaba yéndose a casa para no estropear el jolgorio. Esas reuniones de gente que hace tiempo que no se ve, tiene una enorme connivencia y lo exterioriza hasta la exageración, con abrazos, risas, bromas y recuerdos, y tú, ajeno, los miras como a una película que no te interesa. Esas noches en las que eres aceite entre un mar de agua embravecida. E inoportuna.

Tierra firme, comedia romántica con retazos de drama, alrededor del amor y la amistad, tiene apenas un par de subtextos —la maternidad y su relación con la pasión—, que nunca acaban de tratarse con trascendencia porque se pierde el tiempo en infinidad de secuencias de una ingenua franqueza. La película está demasiado arriba todo el rato, en su alegría y en su tristeza, y sus tres protagonistas ríen, lloran, se emborrachan, vomitan, fornican, entierran gatos, echan su mierda —la física, no la metafórica—, tocan el piano, cantan, participan en cumpleaños infantiles, discuten y se aman con una enorme intensidad. Pero todo lo hacen de un modo extemporáneo.

Ambientada en Inglaterra, y rodada en inglés y español, la película de Marques-Marcet presenta a tres treintañeros que se comportan de principio a fin como adolescentes, pero nunca parece ser consciente de ser una obra sobre la inmadurez.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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