La síntesis contemporánea del trío de jazz
La banda de Fred Hersch muestra en Madrid la inmensa personalidad musical del pianista
Cuando uno va a escuchar a Fred Hersch en directo hay dos cosas que se va a encontrar con toda seguridad: que el repertorio se cerrará con un tema de Thelonious Monk y que, esté el grupo más o menos engrasado ese día, ofrecerá un concierto de jazz crudo y sin cortar. Efectivamente, su actuación en el Festival Internacional de Jazz de Madrid se cerró con Monk, en una doble ración compuesta por una preciosa introducción a piano solo en forma de Ask Me Now, y un dinámico y swingueante We See, ya en trío. Y, como era de esperar, hasta ese cierre el recital fue una lección de jazz vivo y espontáneo.
Con el trío Hersch está claro desde la primera nota que, aunque obviamente el grupo trabaja composiciones concretas, cada interpretación es única. Así sonó en Madrid a lo largo y ancho de piezas inéditas como Snape Maltings, un intrincado tema teñido del espíritu de Ornette Coleman en el que el contrabajista John Hébert mostró su capacidad para tocar los extremos en sus intervenciones improvisadas, o en el sugerente The Big Easy, un blues monkiano dedicado a Nueva Orleans, en el que el trío sonó pantanoso y reluciente a partes iguales.
Los nueve años de actividad constante de este trío han cocinado una formación que expande la personalidad del pianista mediante dos intérpretes que se ensamblan a su música con asombrosa naturalidad: mientras Hébert es capaz de acompañar la balada más delicada, encontrando siempre la nota más perfecta que acentuar, y de salirse de los márgenes cuando la libertad del contexto lo requiere, el baterista Eric McPherson actúa de forma intuitiva y con mentalidad de percusionista, para convertir su papel en un complemento, y no un simple elemento acompañante. El trío de Hersch suena a dictadura democrática, con el líder señalando hacia dónde y los tres músicos construyendo, cada uno desde su base, para llegar allí.
Incluso en momentos en los que el grupo da un leve traspié, como ocurrió en Madrid durante Bristol Fog, tema que Hersch escribió en memoria del pianista británico John Taylor, fallecido en 2015, la sensación de estar ante música de extrema pureza es rotunda. Cuando se crea en directo, sin red, todo puede pasar, pero se asume el riesgo a cambio de la honestidad total de lo que está ocurriendo en el escenario. Y si un tema no acaba de funcionar, aquí no ha pasado nada: Hersch levantó de nuevo el vuelo con Newk’s Calypso, dedicado a su amado Sonny Rollins, y a partir de ahí recurrió a piezas extraídas de su disco en trío más reciente, Sunday Night At The Vanguard, enlazando su original Serpentine con una versión del For No One, de los Beatles, tan melancólica como pide la letra de McCartney, y un medley que se abrió con The Cockeyed Optimist (del musical South Pacific) y se cerró con el Moon and Sand de Alec Wilder.
Todo eso, y mucho más, está inmerso en el particular universo de Fred Hersch, de quien tal vez no podamos decir que es el mejor pianista de jazz del mundo, pero sí que es uno de los más completos, con diferencia. Su sonido, rico y profundo, y un fraseo que puede evocar por igual la influencia de grandes jazzistas, de los musicales y el cancionero popular americano, de tintes caribeños o de la tradición clásica europea (todo ello mezclado y servido con una enorme personalidad), le convierten en uno de los pianistas más carismáticos y originales que ha dado el jazz en las últimas décadas.
Un exquisito bis a piano solo, And So It Goes, de Billy Joel, cerró inmejorablemente un concierto que quizá no fue perfecto, pero sí tan autentico como solo los más grandes pueden ofrecer.
Babelia
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