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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Carlos Hipólito, la voz natural

El espectador cree en el personaje cuando le das la misma verdad a la interpretación que al canto y al baile

Marcos Ordóñez

Carlos Hipólito tiene una voz de un color naturalísimo, que parece brotar sin esfuerzo. Le recuerdo cantando musicales en el camerino desde la época de La verdad sospechosa, hará sus buenos treinta años. Ahora está haciendo Billy Elliot en Madrid, su tercer musical tras Follies y Sonrisas y lágrimas. “Yo me preparé mucho para cantar y bailar cuando empezaba, con Dina Roth y Karen Taft”, me cuenta, “pero la vida me llevó hacia el teatro de texto. Canté un poco en Historia de un caballo, en 2001, justo después de Arte, pero no me enfrenté realmente a un musical hasta diez años después, cuando Mario Gas me encargó el rol de Benjamin Stone en Follies. De joven quería hacer Company, pero se me pasó la edad. Empezar por Sondheim es lo más difícil, porque es muy semitonado, con muchas disonancias, y en Follies tenía que cantar bastantes canciones. ¡Me lo tomé como si fuera a cantar Tosca! Tenía un miedo espantoso, pensaba que me iban a echar de la profesión, pero tuve la suerte de que Ángel Ruiz, un gran maestro, me tomara bajo su tutela, y me ayudó muchísimo”.

Le pregunto por su trabajo con voz hablada y voz cantada.

“En teatro de texto puedes estar un día bajo de voz y apañarte, pero cuando cantas, obviamente, no puedes dejar de dar la nota. Es cierto que en un musical sueles ir microfonado, pero has de cantar seis días a la semana. Necesitas un instrumento fuerte para resistir, y cuidarte mucho. Cuando me preguntan por mi deporte digo ‘el escenario’, porque actuar es un trabajo de atleta. Y los actores de musical han de ser atletas de élite. Ángel Ruiz me enseñó las mejores técnicas para manejar el aire y los resonadores. Para llegar, sostener, y no fastidiarme el aparato fonador”, ríe.

Hipólito, cuenta, cumplió un sueño con Follies y se llevó un Max. Mientras estaba en el Español, Jaime Azpilicueta le llamó para hacer el capitán Von Trapp de Sonrisas y lágrimas, que estuvo tres años en cartel. “El primer año no lo pude hacer porque estaba con Follies, pero me guardaron el sitio para estrenarlo en Madrid. Me emocionó mucho hacerla, porque me devolvía a mi infancia y porque pude trabajar con mi hija Elisa, que debutó allí. Y cuando me propusieron el padre de Billy Elliot no me lo podía creer: adoro ese musical desde que lo vi en Londres. La historia es muy potente, el personaje es precioso ¡y vuelvo a trabajar con mi hija!”. Seguimos hablando de las diferencias entre texto y canción.

“Son diferencias técnicas, porque en ambas buscas la verdad: mostrar lo que el personaje siente, lo que calla y lo que dice. En un musical empiezas a cantar cuando no puedes expresarte hablando: entras en otro estado emocional. Siempre he querido que no hubiera ningún salto entre hablar y cantar. No perder la naturalidad, esa es mi meta. Para que el espectador crea en el personaje hay que darle la misma verdad a la interpretación que al canto y al baile”.

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