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ROCK | LUNA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La excitación legítima

El cuarteto neoyorquino flirtea con el adiós, pero su paso por la Joy Eslava supuso un fabuloso pellizco sonoro

¿Asistimos al canto del cisne de Luna? Pues todo pudiera ser, francamente. O al menos admitamos que reaparecer tras 13 años con un EP de piezas instrumentales y un álbum completo de versiones no es la mejor manera de disipar las dudas. Sucederá lo que tenga que suceder, y aun en el peor de los casos nadie interrumpirá un informativo ni detendrá las rotativas, si para entonces semejante artilugio aún existe. Pero nos quedaremos, por lo visto el pasado lunes, en la Joy Eslava, privados de un patrimonio importante. El que emana de un cuarteto nada complaciente, pero acaparador de gran parte de las esencias del rock alternativo estadounidense del último cuarto de siglo.

Hay muchas maneras de afrontar un disco de versiones, y la más habitual es la colección de postales sonoras: un divertimento a partir de títulos irrefutables, la ocasión perfecta para disfrutar con algunas de esas piezas que nunca desdeñaríamos sobre nuestro giradiscos. Luna ha rehuido del tópico sin incurrir en el pecado de la deformación, de la lectura tan retorcida que apenas se intuyen las hechuras originales. No es fácil estar familiarizado, por ejemplo, con Let me dream if I want to (Mink DeVille) ni se corresponde con ningún ejercicio de complacencia, de aproximación a un autor que cualquiera incluiría entre sus diez primeras debilidades. Pero el tema, que brilló como segunda entrega de la noche, sonó a debilidad sincera y hallazgo excitante.

Con temas propios o ajenos, Dean Wareham sigue fiel a esa dicción farfullada, con medio pie (o pie y medio) en los territorios de Tom Verlaine o Lou Reed. Pero lo mejor fue refrendar que el cuarteto neoyorquino continúa aferrado al pellizco sonoro, a esas guitarras espesas y las resonancias hipnóticas. A la psicodelia actualizada y el chispazo absorto. Y que la bajista Britta Phillips proporciona unas segundas voces sencillas, etéreas y fascinantes.

La escala en el Dylan de Most of the time, la más identificable de las nuevas versiones, llegó a los tres cuartos de hora, pero compartió espacio con un catálogo muy híbrido, en el que también había hueco para temas propios desde el seminal Lunapark, con un cuarto de siglo ya a sus espaldas. A los músicos se les sentía relajados, tanto como para que el guitarrista Sean Eden nos confesara sus prácticas natatorias a primera hora de la mañana. Pero la implicación parecía total; los arrebatos, electrizantes; el sonido, arrollador.

Luna seguirá toda esta semana danzando por territorio ibérico: Zaragoza, Barcelona, Valencia, Bilbao, Gijón y Palma. Siete días, siete ciudades. Se diluyan o sobrevivan, remoloneen o aborden una resurrección inopinada, nunca podremos negarles la vitalidad genuina, fabulosa y fascinante de este presumible último arreón. Hubo excitación legítima entre el público, gestos absortos, aullidos alucinados. Y una certeza postrera: un bolo que casi se cierra con una fabulosa versión de la no menos estupenda Car wash hair (Mercury Rev) nunca puede considerarse un pobre final.

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