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Liam Gallagher, presa de su pasado en el DCode

Band of Horses y Daughter brillan en la última gran cita del verano

Liam Gallagher en el Festival Dcode.
Liam Gallagher en el Festival Dcode.CARLOS ROSILLO

A las ocho y cuatro minutos de la tarde de ayer, la marabunta agolpada en torno al escenario #2 del DCode divisaba un inmenso cartel de mensaje inequívoco, “Rock ‘n’ roll”, frente al asiento del teclista. Y el primer aldabonazo de la serie resultaba ser otra declaración de intenciones, Rock ‘n’ roll Star, delicioso himno chuleta y pieza inaugural para el primer disco de Oasis, el que prendió definitivamente la mecha del brit pophace veintitantos años. Pero el protagonista de esta historia, uno de los personajes más deseados en la séptima entrega de este gran sarao que cierra el verano festivalero, decidió ejercer en la madrileña Ciudad Universitaria de lo que nunca fue: un antidivo.

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Liam Gallagher, la flamante estrella a la que escudriñaban casi 25.000 personas, se nos plantificó con gafas de pasta, chándal corto y sudadera, con más aspecto de cuarentón voluntarioso al encuentro de su entrenador personal que de icono rockero del último cuarto de siglo. A partir de ahí, la constatación que más temíamos: el repertorio de estreno empalidece en la comparación con los tiempos de su banda primigenia, cuando él y su hermano Noel encadenaban tantas grescas como jitazos.

Gallagher era el único de los nombres ilustres que estrenaba material. De hecho, a As You Were le faltan aún cuatro semanas para desembarcar en las tiendas, por lo que el repertorio era casi desconocido. Los nuevos acompañantes son hábiles, brillantes, razonablemente jóvenes. Y algunos estrenos, desde For What it's Worth a Better Run Better Hide, dejaron un poso de gratos homenajes a Lennon, justo lo que su hermano lleva toda la vida practicando. Pero era imposible sustraerse al pasado, que para nuestro mancuniano de las manos a la espalda es más bien losa. Incluso piezas menos populares de Oasis, como Slide Away, se recibían con alborozo mientras títulos más recientes, como Soul Love, inspiraban una indiferencia proporcional a su carácter plúmbeo. Y así hasta ese final coreado, con Wonderwall, convertido en un fabuloso karaoke multitudinario.

La tarde ya había registrado algunos momentos reseñables, con el público abarrotando la explanada desde bien pronto para mecerse con ese afable pop medio jamaicano del dúo germánico Milky Chance. La popularidad de su Stolen Dance no llegará a eclipsar a Despacito, pero también merecería un estudio. Aunque lo más hermoso acontecía en el escenario accesorio, donde los londinenses Daughter desarrollaban ese folk-rock entre lírico y narcótico que de alguna manera prolonga, con voz femenina, la estela imborrable de Jeff Buckley.

Erigidos ya en atípico grupo de masas, Band of Horses reinaron en el tramo central de la noche con un concierto que más pareció un torbellino. Sus discos acostumbran a ser algo irregulares y dispersos, pero ese rock melódico y directo, impregnado de una suerte de épica campestre, resulta muy contagioso y adictivo sobre las tablas. Era el último concierto de su casi infinita gira mundial del álbum Why Are you OK?, así que Ben Bridwell no escatimó colores de ese precioso timbre agudo de voz mientras sus compinches apretaban el mentón como auténticos estibadores con guitarras eléctricas. Por lo visto anoche, es difícil negarle ya a Laredo la condición de clásico del siglo XXI. Ni a No One’s Gonna Love You la de canción con los cambios de acordes más bonitos del repertorio.

Mucho más tenebrista fue la propuesta de los neoyorquinos Interpol, embarcados en la siempre complicada aventura de reproducir un álbum íntegro. 15 años después, Turn on the Bright Lights (que es oscurísimo, pese al título) sonó a clásico irrefutable e incluso muy personal, pese a la herencia evidente de Joy Division.

Y dejó la noche en bandeja a Franz Ferdinand, reincidentes en el DCode y que jugaban esta vez con la ventaja de no defender material recién horneado, cuatro años después del que aún es su último trabajo. Instantáneos, divertidos, habilidosos en la sucesión de himnos, los de Glasgow aportaron el ingrediente más preciado a partir de ciertas horas: alboroto. En su caso, si no innovador, sí rabiosamente inteligente. A Alex Kapranos no le acabó de fructificar esa extravagante alianza con Sparks en la superbanda FFS, pero sigue sabiendo latín.

De marcha con rebequita

A las nueve ya habían caído la noche y la temperatura en el Dcode más fresco de la historia en términos meteorológicos. El ambiente fue esta vez mucho más propicio para la rebequita que para esos certámenes involuntarios de camisetas mojadas que se hicieron habituales, entre la calorina y los manguerazos de la organización, en tantas ocasiones anteriores. El calor corrió esta vez por cuenta de los 25.000 asistentes, que agotaron las localidades.

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