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Natalia Menéndez: “No fui una niña de camerino”

Natalia Menéndez (Madrid, 1967) dirige el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro desde hace ocho años

Elvira Lindo
Natalia Menéndez, en Almagro.
Natalia Menéndez, en Almagro.JOSÉ ALBERTO PUERTAS

La mejor edad ha llegado para esta mujer apasionada. Actriz y directora de escena ha capitaneado con gracia e inteligencia durante ocho años el Festival de Teatro Clásico de Almagro. Aquí nos habla de su padre, el gran Juanjo Menéndez, y de un pasado del que sabíamos poco porque poco había contado, pero cualquier recuerdo en su boca es jugoso y aún nos hace apreciarla más.

-Perdí la visión del ojo derecho con 3 años, me quedé tuerta por un sarampión. Recuerdo la cara blanca de mis padres en la consulta del médico. Yo pensé, esto debe de ser gravísimo, esto es que me voy a quedar ciega. Como era tan peliculera, me propuse aprender a moverme por el espacio y jugaba a oscuras en mi habitación. Nunca me quejé, no quería preocupar a mis padres.

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-Para mí tener gafas era sinónimo de ser un cero a la izquierda. Cuando me decían, qué guapa eres, me parecía que me estaban insultando porque yo me sentía muy fea. Durante muchísimo tiempo estuve llena de complejos. Desarrollé mucho el intelecto porque pensaba que mi cuerpo carecía de atractivo.

-Recuperé la visión en un cincuenta por ciento con gafas a partir de los nueve años. Las gafas forman parte de mi vida. Gracias a Paloma Picasso pensé que una mujer podía ser atractiva con gafas. Fue mi Superwoman en la infancia.

-La mía es una historia de auténtica superación, porque cuando pierdes la visión de un ojo te desequilibras, pareces torpe aunque no lo seas. Yo no conseguía hacer las cosas que quería porque carecía de las tres dimensiones.

-Mi hermana y yo no fuimos nunca niñas de camerino. Mi madre no quiso para nosotras esa vida. He visto muchos niños de camerino, pero nosotras sólo íbamos a los estrenos o para tomar las uvas con mi padre en el escenario.

-Tenía seis años la primera vez que vi a mi padre actuar, fue en "Los peces rojos" de Anouilh. Yo veía a una señora que decía que era su mujer y los dos se turnaban un bebé que decían que era el hijo. Yo no entendía nada, miraba a mi madre indignada. Al final, cuando vinieron los aplausos, mi padre me pareció un gigante.

-Mi padre era un actor muy moderno. Un ser muy elegante y discreto. Era complicado ser hija de actor, sí, porque mi padre era un poco el flautista de Hamelín: cada vez que íbamos a una ciudad pequeña, todo el mundo lo conocía. Un día llevamos a todo un pueblo detrás de nosotros. Yo decía, ¿qué es esto? A mi padre no le gustaba la fama, no la disfrutaba; era tímido, como gran cómico que era. Me inculcó su amor por el arte, la literatura, por él leí a Quevedo, a Góngora, a Cervantes... Era muy dialogante. Vivía rodeado de tres mujeres, con ese aire de hombre nostálgico tan particular.

-Murió de un alzheimer largo. Fue algo muy doloroso, pero a pesar de la devastación de la enfermedad, estableces una relación con el enfermo muy primaria, animal casi, algo que no vas a tener jamás con nadie. Todo está por encima de lo racional. Tiene que ver con la piel y el olfato. Es el amor en estado puro. Las tres mujeres nos dimos a tope cuidándolo. Yo dejé de actuar y opté por mi familia en 2002. No disfrutaba de las giras, además, me obsesioné con el tema de la memoria y no lo pasaba bien memorizando los textos. Me dediqué a escribir y a pensar en dirigir.

-Descubrí el Quijote con 13 años. Y es que me partía de la risa. Tuve una profe maravillosa que nos hizo entender Don Quijote como teatro leído. Eso fue fundamental para mí. Aún sin saberlo percibía que ese libro hablaba de la bonhomía, luego fui consciente de que así era. También entendí que al pobre no le habían vuelto loco los libros de caballería sino la guerra. Eso me enseñó a no fiarme de una primera lectura.

-En COU dirigí "Ni rico ni pobre sino todo lo contrario", de Tono y Mihura. Ya sentía una vocación llamándome. Pero como a mí me ha costado todo mucho más de lo que la gente se piensa no sabía si era capaz. Lo digo porque la gente no se imagina mi vulnerabilidad, será porque no he ido por ahí contando mi vida. O sea, esto que te cuento a ti no se lo he contado nunca a nadie, nunca.

-Como sabía que mi vocación no haría ninguna gracia en casa oculté mis intenciones. Mi padre decía que antes electricista o fontanera, cualquier cosa antes que actriz. Yo le miraba como diciendo, pero qué me estás contando. Así que les mentí, les dije que iba a estudiar periodismo y aprovechando la gira de mi padre y las vacaciones de mi madre me apunté a una academia que preparaba para el examen de arte dramático. “Lo imposible me pone”, decía Pilar Miró, y yo me identifico. Cuando aprobé el ingreso en la escuela les llamé. Al otro lado del teléfono hubo un silencio dramático. A partir de ahí asumí mis gastos. He trabajado siempre. He cuidado a niños, he dado clases de francés, he lavado coches, he vendido de todo, no tuve jamás ningún complejo en hacer cualquier cosa.

-Asumieron al final mi decisión porque veían que yo cogía la Guía del Ocio y me lo veía todo, desde Lina Morgan hasta lo más vanguardista. La gente daba por hecho que yo sabía mucho por mi padre pero qué va, yo no había pisado un camerino.

-Hubo un tiempo en que "ser hija de" me creaba conflicto, porque además de ser "hija de" era "sobrina de", ya que el hermano de mi madre, que es francesa, era el director de la Comédie Française. Lo tenía todo: por un lado, la comicidad; por otro, el teatro más político... Así que me dije, mira, voy a trabajar con los dos y así me quito el lío de la cabeza. Fue la mejor manera de asumir de dónde vengo.

-Dirigí a mi padre ya enfermo de alzheimer en una lectura dramatizada en la SGAE. Fue emocionante y duro. Él estaba muy perdido ya, pero tierno, muy cercano. Nuestra relación era tan sincera... Mi padre no era pesado ni dogmático, era un humanista. Él me dio el gusto por muchas cosas, por las artes, por la tierra. Aún tengo arbolitos suyos en mi terraza.

-Siento respeto y admiración por el pasado de mi profesión. He admirado a Agustín González, a Amparo Rivelles, a María Jesús Valdés, Mari Carrillo. He trabajado con ellas, he querido tenerlas cerca. He visto a Irene y Julia Gutierrez Caba, a Fernán Gómez, a Fernando Delgado, a Jesús Puente, a Pilar Bardem, a Lola Herrera, a Marsillach. Aprendí cosas de todos. Me gustaban porque tenían el culo pelado de trabajar, se habían buscado la vida. Y tenían la costumbre de reunirse, existía el gusto por la conversación... Ahora la conversación es más virtual. Si te mola eso, bien; si no te mola... Creo que vamos cada uno más a la nuestra.

-Puff, el teatro puede ayudar a tener un punto de vista que no hubieras imaginado, a cambiar tu estado de ánimo, a respirar conjuntamente con una serie de personas sin pelearte, a experimentar cosas que te sacan de tu vida y al tiempo te hacen reflexionar sobre ti.

-Llevo dirigiendo ocho ediciones de Almagro con este año. Conmemoramos el 40 aniversario. O sea, la historia de la democracia española. La misma población de Almagro se colocó en el mundo gracias al teatro. Muchas veces me pregunto, si caminamos por calles, calzadas, viaductos que son testimonio de otra época a qué viene preguntarse por qué es importante el barroco en nuestro país. No tenemos que ser acomplejados, tenemos que hablar de nuestro Siglo de Oro. Me enerva cuando me preguntan si este teatro tiene validez.

-Mi estilo tiene que ver con la estética no violenta y mi apuesta en el festival ha sido contundente. Hay varias obras este año que tratan de la violencia. Tenemos el compromiso de que el teatro cumpla una función social, no solo de entretenimiento. El humor es necesario para vivir, pero necesito el compromiso desde la no violencia, porque hay hoy un exceso de violencia en el cine, en el teatro, en la literatura, en la moda. ¿Por qué? Porque creo que es lo fácil. Si te fijas, no existe una estética no violenta común, en cambio, sí que hay un gusto común por la violencia. Yo he intentado mantener un festival que proporcionara alegría, pero que también diera caña, pero jamás desde un lenguaje agresivo. Hasta mi vocabulario rehúye cualquier asomo de violencia.

-¿Y ahora? Ahora me apetece mucho actuar. Como tengo una imagen seria, no piensan en mí como cómica. Igual son las gafas, sí, por eso me las pongo de colores (risas), para ver si les convenzo de que también tengo mucha guasa.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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